El 10 por ciento del
territorio argentino está en manos de extranjeros o
a la venta, según un estudio elaborado por la
Federación Agraria Argentina y ratificado por el
propio gobierno nacional. La extranjerización del
suelo es un tema de debate que ya alcanzó estado
parlamentario y convocó duras críticas en un
documento de la Iglesia Católica.
La
cuestión de las tierras es, junto a la explotación
minera y la reciente estatización de algunos
servicios públicos, parte de un conjunto de temas en
los que el gobierno prefiere el silencio, si bien
las tres cuestiones son un manojo de llaves para
abrir las puertas a un desembarco empresario sin
control. A diferencia de la década menemista, donde
la venta de activos del Estado fue el negocio, ahora
está en juego la integridad territorial y sus
recursos naturales. El acceso a grandes extensiones
de tierra, desde la década de 1990, permitió la
diversificación de la inversión extranjera que,
además de integrarse a los procesos de privatización
de empresas estatales, desembarcó en el campo. Así
fueron llegando silenciosamente empresarios
estadounidenses, británicos, italianos, canadienses
y belgas.
A
mediados de 2004 la Federación Agraria contaba que
unos 31,4 millones de hectáreas correspondientes a
las mejores tierras cultivables del país estaban en
venta o en proceso de ser vendidas a inversores
extranjeros. De esa cifra, 17 millones (53,8 por
ciento) ya habían sido vendidas a conglomerados
extranjeros mientras que unos 14,5 millones (46,2
por ciento) estaban hipotecadas en la banca pública.
La
concentración en la propiedad de tierras aumentó a
partir de 1996 cuando la aprobación para la venta de
campos en zonas de seguridad a extranjeros pasó a
depender de la Secretaría de Seguridad Interior.
Esta repartición era la responsable de cumplir con
la ley de tierras en zonas fronterizas, dictada por
el general Edelmiro Farrell en 1944, cuando Juan
Perón era su vicepresidente. La ley sostiene la
“conveniencia nacional de que los bienes ubicados en
zonas de seguridad pertenezcan a ciudadanos
argentinos nativos”. Con ese argumento Farrel y
Perón expropiaron tierras a extranjeros para
preservar el territorio nacional.
Nuevos Campesinos
Pero las cosas cambiaron y ahora los mayores
terratenientes del país, después del Estado, dueño
de las tierras fiscales, son los italianos Carlo y
Luciano Benetton, con un millón de hectáreas
productivas en la Patagonia. La empresa chilena
Arauco, asociada con capitales argentinos, compró
casi el 6 por ciento del territorio de Misiones. El
inglés Charles Lewis es el dueño de la mayor parte
de El Bolsón y el Lago Escondido, en la frontera con
Chile. El grupo estadounidense aig posee en Salta
1,5 millones de hectáreas, casi el 7 por ciento de
la superficie de la provincia. El magnate Ted Turner
compró 55 mil hectáreas en Neuquén y Tierra del
Fuego.
Las
empresas mineras y los emprendimientos turísticos
para la práctica de deportes invernales también
compraron tierras en toda la extensión de la
cordillera de los Andes. El mayor propietario
privado de recursos naturales (como el agua), tanto
en la Patagonia como en los esteros del Iberá, en
Corrientes, es el magnate estadounidense Douglas
Tompkins. Tiene en sus tierras la naciente y la
desembocadura del río Santa Cruz, el más caudaloso
de la Patagonia, desde la cordillera al Atlántico.
Expropiación en
puerta
Frente a esta realidad, la diputada kirchnerista
Araceli Méndez de Ferreira, de la provincia de
Corrientes, presentó un proyecto de ley para
expropiar tierras estratégicas para la seguridad y
soberanía nacionales y a favor de las comunidades
aborígenes. La acompañan con el proyecto 30
diputados oficialistas, de la ari, la Unión Cívica
Radical y el Partido Socialista. “La apropiación de
recursos naturales de carácter estratégico, como el
agua, puede provocar consecuencias fatales a mediano
plazo para la población argentina en su conjunto,
con la consiguiente afectación de los derechos
humanos fundamentales de sus habitantes”, señala en
sus fundamentos.
El
proyecto apunta directamente al estadounidense
Douglas Tompkins, que en Corrientes está asentado
sobre el Acuífero Guaraní, y compró tierras cortando
caminos de comunicación entre pobladores chacareros.
Palabra de Dios
La
Iglesia Católica también se muestra preocupada a
través del documento de más de cien páginas “Una
tierra para todos”, cuya elaboración demandó casi
siete años y en el que participaron varias
comisiones de la Conferencia Episcopal. Allí
denuncia que “la falta de una política estatal
fundada en una equilibrada distribución de las
tierras rurales, en el marco del predominio de una
concepción utilitaria de la propiedad como un bien
de mercado y no como bien social, fue generando en
nuestro país un fuerte proceso de concentración de
las tierras productivas”.
Los
obispos sostienen que “este proceso, con casi tres
décadas de duración, continúa actualmente vigente y
afecta principalmente a pequeños y medianos
productores agrícolas”, debido a que “el principal
factor de concentración no es la ampliación de la
frontera agrícola por ventas de tierras fiscales,
sino la venta de derechos de posesión de pequeños
productores empobrecidos a grandes corporaciones de
capitales, nacionales y extranjeras”. Se trata de un
documento comprometido en una nueva etapa de la
Iglesia, oxigenada con la llegada del cardenal Jorge
Bergoglio a la conducción.
Una
encuesta elaborada en marzo pasado asegura que el 60
por ciento de la población teme que el país pierda
soberanía si las tierras pasan a manos extranjeras.
Lo cierto es que desde el gobierno optaron por
ignorar el tema y hasta el jefe de gabinete, Alberto
Fernández, asegura que “no estamos propiciando una
expropiación de territorios”.
Fabián Kovacic
Convenio Brecha-Rel-UITA
18
de setiembre de 2006