Esto no mejora. Según datos de la Comisión Económica para
América Latina, el 40% de la población latinoamericana vive
en zonas rurales; una población cada día más pobre.
El 61% de esa población
vive por debajo de la línea de pobreza y forma parte de esa
enorme cantidad de 900 millones de campesinos pobres del
mundo. Los agricultores no son pobres porque
sí, por mala suerte, por mal de ojo, mal tiempo, ni siquiera
por no disponer de tecnología más avanzada en el cultivo. En
el caso de América Latina, por ejemplo, los campesinos no
son pobres porque la tierra sea seca o estéril; América
Latina produce alimentos para alimentar tres veces a su
población actual, sin embargo,
docenas de millones de
agricultores latinoamericanos viven en la pobreza y uno de
cada 5 niños latinoamericanos pasa hambre y sufre
desnutrición crónica.
La pobreza de casi mil millones de agricultores del mundo no
es fruto del azar ni de una maldición.
Tiene causas con datos, nombres y apellidos: las prácticas y
conductas tramposas de las políticas agrarias de los países
ricos. La Unión
Europea, por ejemplo, financia a la industria láctea con más
de 20.000 millones de dólares anuales, que es como dar dos
dólares por vaca cada día. Uno piensa
entonces que la mitad del mundo no disponga de esos dos
dólares tiene que ver con regalar millones a los macro
empresarios lácteos europeos. Y si hablamos del arroz,
recordemos que Haití producía el arroz que necesitaba hasta
que el Fondo Monetario Internacional (FMI) forzó la
“apertura” del mercado haitiano y el arroz de EEUU inundó el
país a un precio más bajo, arruinando a miles de campesinos.
¿Ley de oferta y demanda? No, arroz estadounidense
subvencionado con millones de dólares para exportarlo a
precios por debajo del coste de producción. Y la misma
historia se repitió en Honduras, donde los precios cayeron
casi un 30% en un año, y también en otros países con el
algodón, el azúcar…
Si ahondamos en las subvenciones agrícolas que arruinan a
los campesinos latinoamericanos, africanos o asiáticos,
descubrimos una situación anacrónica, feudal, de privilegios
de unos pocos. Un informe del ministerio de Agricultura
español, con los datos de las ayudas agrícolas de la UE, así
parece confirmarlo, y coincide con las conclusiones de un
contundente estudio de Intermón Oxfam sobre el reparto de
las ayudas de Política Agraria Común europea.
Es sabido que EEUU, Japón, Canadá y la Unión Europea juegan
sucio en el comercio internacional, en detrimento de los
países empobrecidos, al subvencionar con más de 250.000
millones de dólares al año a sus agricultores.
La UE, en concreto, dedicó en 2003 casi 58.000 millones de
dólares (la mitad de su presupuesto anual) a subvenciones
agrícolas. Sabemos que perjudican a los países empobrecidos,
pero ¿a quién benefician?
Cojamos el caso de España, que percibe la séptima parte del
presupuesto agrario europeo. Según el citado informe del
ministerio español, algo
más del uno por ciento de
empresas agropecuarias recibió más de la cuarta parte de las
ayudas y, por el contrario, casi el ochenta por ciento de
los agricultores se tuvieron que repartir sólo un 18% de las
mismas.
Sólo 125 empresas se
beneficiaron con más de 250 millones de dólares entre todas,
en tanto que 490.000 agricultores tuvieron que repartirse
algo más de 260 millones. Las ayudas
agrarias europeas no benefician a la mayoría sino a los de
siempre.
El referido informe de Intermon Oxfam ha puesto nombre y
apellidos a esos grandes beneficiarios españoles de las
ayudas y subsidios europeos. Nombres con resonancias
históricas y aristocráticas: Mora Figueroa Domecq (que
en 2003 recibieron una ayuda equivalente a los ingresos
anuales de 15.000 campesinos de Guatemala),
Hernández Barrera, los Osuna, los Fitz James Stuart (de la
casa de Alba, Grandes de España)… Y nos ha recordado también
Intermon Oxfam que cada año, en el que esos potentados
reciben cuantiosas ayudas para sus rurales latifundios, en
España
desaparecieron 37.000 explotaciones agrícolas familiares.
Estudios similares en el Reino Unido y Alemania indican que
la parte del león de las ayudas agrícolas de la UE se la
llevan las grandes empresas agropecuarias. Este
desequilibrio encona más, si cabe, el tramposo comercio
internacional de los países ricos en el que exigen que los
países empobrecidos abran sus mercados al tiempo que
levantan barreras a sus productos agrícolas.
Xavier Caño
8 de abril de 2005