El drama que provocan los
agrocombustibles obtenidos según la política de Estados Unidos e impulsados
por la industria automovilística, de la energía y los grandes inversores de
la informática y la alimentación continuó en el 2008, al amparo de la
Administración Bush.
El propósito del Presidente, cuyo mandato expira en enero, ha
sido sustituir 132 mil millones de litros de gasolina para automóviles, en
el 2017, mediante etanol de maíz, para lo que se requeriría una producción
agrícola superior a la que logra el país, afectada en el 2008 por factores
climáticos.
La Unión Europea,
cuya política en este orden es similar a la estadounidense, basa su
elaboración en alimentos como el trigo, la cebada, la colza o la soya -entre
otras materias primas- y reafirmó a inicios de diciembre su posición dual de
presuntamente combatir la contaminación ambiental y hacerlo mediante los
referidos carburantes. El 9 de diciembre, la presidencia y el Parlamento de
la UE acordaron que el 10 por ciento del combustible que consuma el
sector europeo del transporte, en el 2020, deberá ser de fuentes renovables,
sin imponer una proporción definida como mínima para los llamados
"biocombustibles de segunda generación".
Fuentes periodísticas reflejaron que el plan incentiva el uso
de este tipo de carburante, pues estimula a sus productores con créditos
cuya cuantía se duplica para producirlos, con el objetivo de alcanzar la
referida meta y se presume que también la de reducir de forma significativa,
hacia el 2017, las emisiones contaminantes. Globalmente se manifestaron
durante el año dos tendencias en cuanto a la conveniencia o no de producir
estos carburantes. Por un lado, la persistencia entre los países
capitalistas más desarrollados de continuar fabricándolos y, por el otro, el
rechazo entre sectores políticos y sociales a la utilización de alimentos
para obtenerlos. Desde el lunes 17 de noviembre de 2008 se desarrollaron en
São Paulo, Brasil, los análisis previstos en la llamada Conferencia
Internacional sobre Biocombustibles, que concluyeron el viernes 21, con la
participación de representantes oficiales de 88 países de todos los
continentes.
Los ejes en su fase técnica fueron la contradicción entre
producir energía a partir de alimentos, sustrayendo víveres del consumo
humano, y el ingreso de los carburantes del Sur "menos competitivos por los
subsidios agrícolas" en un Norte donde los impuestos son de 0,51 dólares por
galón en Estados Unidos y 0,73 euros en la UE.
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva,
declaró en el foro: "Confiamos en que la expansión de los biocombustibles no
será retrasada por barreras proteccionistas", pues "estas medidas no tienen
justificación cuando la exportación de petróleo, que es más contaminante, no
sufre estas distorsiones". Sobre las inquietudes sociales y alimenticias,
reconoció "que hay preocupaciones legítimas en este debate", ya que "debemos
proteger los bosques, respetar la seguridad alimentaria y el derecho de los
trabajadores", aunque "los biocombustibles pueden ayudar a combinar
crecimiento con preservación ambiental y responsabilidad social".
Progresó la intención de impedir que las transnacionales
prevalezcan en su objetivo de explotar esta fuente de utilidades a costa de
hambrunas que provocaron desde inicios de 2008 violentas manifestaciones en
al menos 40 países, sin que el problema sistémico haya dejado de
profundizarse.
La influencia de este fenómeno en Latinoamérica se refleja en
el Panorama Social 2008 de la Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (CEPAL), el cual destaca cómo incide el precio de los
alimentos en la región sobre "la escasa reducción de la pobreza" y en "el
aumento de la indigencia" sobre el estimado para el 2008.
También, la organización considera en el reporte, emitido en
la primera quincena de diciembre, que ello interrumpe la tendencia a la baja
que registraban entre el 2002 y el 2007 la pobreza y la indigencia.
La Red Oilwatch, en su Boletín 61 correspondiente a junio de 2006, dejó
sentado por su parte que los 30 países de la Organización de Cooperación y
Desarrollo Económico (OCDE) constituyen los principales consumidores
de energía, aunque no todos por igual, contra los cerca de 170 restantes.
Los primeros gastaban el 61,7 por ciento del total global en
el año 1973, proporción que se situó en el 51,5 durante el 2003, un
porcentaje engañoso, pues el consumo absoluto varió en aquellas naciones, de
forma ascendente, entre 2.855 millones de toneladas de petróleo equivalente
(Mtoe) en el 73.750 en el 2003.
El aumento se elevó realmente en el 31 por ciento en relación
con 1973. Se añade que los sectores de mayor gasto fueron el transporte, con
el 57,8 por ciento en el 2003; la industria, con el 19,9; y la agricultura,
los servicios públicos y el sector residencial, todos predominantes en los
países desarrollados con respecto a los del Sur.
La CEPAL estima, por su parte, que el alza
del precio de los alimentos en el 2007 y parte de 2008 "habría impedido" que
unos cuatro millones de personas saliesen de la situación de pobreza e
indigencia, contrarrestando parcialmente los avances logrados en crecimiento
y distribución gracias a los cambios sociales en la región.
El efecto negativo se debe a factores externos como el alza
de los precios internacionales de los alimentos, "sobre todo durante 2007 y
la primera parte de 2008", cuando varios de los víveres con "mayores
aumentos son esenciales para la canasta básica de los más pobres, como el
arroz, el trigo y el maíz".
Desde enero de 2007 a junio de 2008 se incrementaron éstos
entre el 80 y el 90 por ciento, como consecuencia de los agrocombustibles,
factores climáticos, el precio de los hidrocarburos, la especulación, y la
crisis económica, financiera y monetaria en Estados Unidos.
De estos factores, el de novedad determinante en 2007-2008 ha
sido el energético, centrado de manera creciente en los carburantes
producidos a partir de alimentos asociados a la especulación y a la
desviación con respecto a sus fines humanos primarios, en lo cual los
efectos peores han recaído sobre los más pobres. Tanto para los países como
para las personas.
El efecto relativo del precio de los alimentos durante el
2008 lastró la vida de los latinoamericanos, cuyos resultados positivos
debidos al distanciamiento creciente con respecto al neoliberalismo de
décadas pasadas pudieron ser superiores, de no ocurrir aquel factor externo
adverso.
Para otros países de la región, las consecuencias fueron más
negativas, especialmente con respecto a la carestía de víveres primarios,
la expansión del monocultivo, la
plantación de menores áreas dedicadas a los alimentos, la
transnacionalización de grandes extensiones de sus tierras y la explotación
desmedida de su fuerza de trabajo.
La CEPAL considera
que el costo acumulado de los alimentos, desde fines de 2006, provocó un
aumento del contingente de pobres e indigentes de 11 millones de personas
más en la región que las estimadas en caso de que los víveres "se hubiesen
encarecido al mismo ritmo que los demás bienes".
Se trata de un aumento relativo entre lo que hubiera debido
ser sin la elevación de los precios de los víveres, cuya demanda se vio
incrementada bajo la influencia nociva de los agrocombustibles, y lo que fue
debido a éstos y a la especulación consiguiente.
Esto ilustra acerca de que en los dos últimos años la
sustracción de alimentos del consumo humano para convertirlos en carburantes
determinó que Latinoamérica no redujera la pobreza, sino que relativamente
la aumentara. De no ser así, "la tasa de indigencia proyectada para el 2008
hubiera mostrado una disminución de un punto", algo que para el año próximo
estimula pronósticos en general sombríos. Para entonces se espera,
adicionalmente, que la pobreza relativa también aumente en la región debido
a la crisis internacional.
En resumen, "el alza del precio de los alimentos ha
representado un factor relevante en el deterioro de las condiciones de vida
de los más pobres, contrarrestando parcialmente los avances logrados en
términos de crecimiento y distribución de los ingresos", debidos en gran
medida a las nuevas políticas económicas y sociales. No obstante,
Latinoamérica sigue siendo la región más
desigual del mundo y avanzar hacia una mejor distribución de los ingresos y
de otros activos permanece como una de las tareas más importantes aún
pendiente.
Sobre la cuestión del hambre más allá de Latinoamérica, el
secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, aseguró en Nueva
York el 14 de abril de 2008 que "la rápida escalada de la crisis alimentaria
alrededor del mundo ha alcanzado proporciones de emergencia".
Asimismo, consideró que la crisis podría sumergir en la
miseria a unos 100 millones de personas en los que llamó "países de renta
baja" y añadió que "necesitamos no sólo medidas de emergencia de corto plazo
para abordar las necesidades más críticas y evitar la hambruna en muchas
regiones del mundo".
Se requiere también "un significativo aumento en la
productividad a largo plazo de los cultivos de granos", factores
ambos en que los agrocombustibles, la búsqueda de mayores cuotas de ganancia
y la especulación con los víveres y la energía, resultan pesado lastre.
Ban
afirmó que el agravamiento de la crisis, con la reciente subida de precios,
ha provocado que el Programa Mundial de Alimentos haya tenido que elevar de
500 a 700 millones de dólares el presupuesto para sus operaciones de
asistencia en el 2008, apenas un paliativo a las carencias de los más
pobres.
El presidente cubano, Raúl Castro, por su parte, fue
categórico al respecto en la Cumbre Cuba-CARICOM, celebrada el pasado 8 de
diciembre en el oriente de la Isla, cuando aseguró: "La crisis energética
es, esencialmente, el resultado del insostenible modelo consumista y
derrochador implantado por los países ricos. "Para hacerle frente a ella, el
primer paso debería ser el máximo ahorro en el consumo de petróleo y la
búsqueda simultánea de fuentes renovables y limpias de energía". A lo que
añadió: "No creemos que utilizar alimentos para producir combustibles sea la
solución en nuestro mundo, donde más de 900 millones de personas padecen
hambre".
No obstante los efectos negativos que hoy recibe del Norte
desarrollado, América Latina y el Caribe podrían sostener su
avance en alternativas de integración y de políticas sociales
redistributivas, más eficaces cuanto más propias. Su mayor éxito consistiría
en que la crisis resultara partera de una superior justicia. Así el año que
viene no sería peor que el año que vino.
Ernesto Montero Acuña
Observatorio de las
Multinacionales en América Latina
8 de enero de 2009