Los
trabajadores rurales de la caña de azúcar son sometidos a ritmos de trabajo
extenuantes, y su promedio de vida es menor que la de los esclavos del pasado.
El avance de este cultivo sobre tierras agrícolas y ganaderas desplaza otras
actividades creando inseguridad alimentaria. Los dueños de las usinas y las
tierras son los empresarios más endeudados -y más ricos- del país. Los
sindicatos luchan por mejores condiciones de vida y por lograr una unión aún más
amplia para enfrentar a esta casta de príncipes que medra en un país de pobres.
La televisión brasileña mostró hace pocos días (ver
video) la brutal, desproporcionada e innecesaria represión de la
Policía Militar contra los trabajadores de la Usina COCAL que bloqueaban
pacíficamente el camino de ingreso a la planta, impidiendo que ingresaran por
ella camiones cargados con caña de azúcar.
“Hemos usado técnicas y tácticas antimotines”, afirma en el
video el oficial que comandó el operativo en el cual se utilizaron gases
lacrimógenos, balas de goma -hubo varios trabajadores heridos-, perros
adiestrados, apaleamiento y fuerza excesiva en los arrestos.
El reportaje de la televisión, con su habitual “objetividad”,
incluye la opinión de una directora de la empresa que se queja de la
“intransigencia” de los trabajadores. No es consultado ningún representante de
los cortadores de caña, y la periodista que está en el estudio, casi como una
post data, como un detalle nimio, como una obligación desagradable, comenta en
los últimos cinco segundos de la nota que
los trabajadores reclaman un aumento
de 2,65 a 3,30 reales (de 1,7 a 2,1 dólares aproximadamente) por tonelada de caña cortada,
y pasa rápidamente a cualquier otro tema.
Si no
lo dice la tevé, no existe
Nadie sabe
cuánto dinero recibieron los usineros en las sucesivas oleadas de
apoyo estatal, dinero que se ha ido acumulando en una fabulosa deuda
nunca pagada |
Los editores y jefes de información de la televisión ordenan
terminar la nota donde debería comenzar. Los televidentes no pudieron saber,
entre otras muchas cosas, que a esos “intransigentes” trabajadores rurales
atacados salvajemente por perros -algunos de dos patas y otros de cuatro-, gases
y balas de goma,
sólo se les permite trabajar si son capaces
de cortar entre 10 y 12 toneladas diarias de caña.
De lo contrario, los
contratistas no les permiten subir a los camiones que los llevan al cañaveral.
Además de que el trabajo de cortar caña está reconocido
internacionalmente como uno de los más duros e insalubres, la productividad
exigida multiplica exponencialmente las condiciones ya de por sí penosas de la
tarea. Los cañeros deben ir más allá del cansancio físico y trabajar extenuados
durante gran parte de la jornada para alcanzar la cuota impuesta.
Se ha denunciado reiteradamente que en los últimos años se registraron varias
muertes de trabajadores por agotamiento, pero los usineros e intermediarios
están sordos, ciegos y mudos ante los reclamos. Los que mueren, claro, son los
“intransigentes”.
Llevado a dólares, el jornal por el
cual los cortadores de caña deben trabajar en condiciones peores que la de los
esclavos, es de 20,5 dólares diarios, siempre y cuando hayan alcanzado las 12
toneladas. Si les pagaran lo que reclaman, cobrarían 25,2 dólares por
12 toneladas.
Historias de carne y hueso
“En los
cañaverales la norma es la enfermedad”. |
Está claro que mantener esa productividad de manera constante
tiene un enorme costo para la salud de los cortadores. Según informó
Guilherme Delgado, de la Asociación Brasileña de Reforma Agraria (ABRA),
en un reciente Encuentro sobre el tema celebrado en Araraquara, São
Paulo, y organizado por la Federación de Empleados Rurales Asalariados del
Estado de São Paulo (FERAESP) y la Rel-UITA, “Una investigación
realizada por algunos colegas a partir de las cifras del Instituto Nacional de
Seguridad Social (INSS) reveló que
en los últimos años la cantidad de
casos de enfermedades profesionales declaradas al Instituto por el sector
sucroalcoholero pasó de 4 mil a 18 mil, lo que es completamente anómalo en el
concierto nacional,
incluso teniendo el cuenta el crecimiento que experimentaron otras actividades
industriales y primarias. Este incremento espectacular de las enfermedades en el
sector sucroalcoholero nos estaría señalando la necesidad imperiosa de
investigar las causas profundas de esta situación”.
En el mismo Encuentro, la asistente social, profesora e
investigadora de la UNESP, Raquel Sant’Anna, afirmaba con base en
un análisis de estudios de casos y testimonios directos, que “En los
cañaverales la norma es la enfermedad”. Raquel y el equipo que
trabajó con ella en la zona de Riberão Preto,
descubrió con consternación que no
pudieron hallar a ningún cortador de caña con más de 35 años, porque parecería
ser la edad límite con que se soporta ese terrible esfuerzo, y concluyó narrando
que “muchos continúan trabajando lesionados y la mayoría acaba padeciendo de
Lesiones por Esfuerzos Repetitivos (LER)”.
Este equipo de investigadores tiene
claros indicios para pensar que el promedio de vida de un cortador de caña es
menor que el de un antiguo esclavo.
Uno de los entrevistados refirió haber contado
que clava su machete en la base de la caña 98 veces por minuto; sólo manteniendo
ese ritmo durante toda la jornada logra promediar entre 10 y 12 toneladas de
caña cortada. Abundan los testimonios de cañeros que, presionados por sus capataces,
trabajan hasta caer desmayados sobre el surco
y recién entonces, cuando se recuperan, se les permite regresar a sus
casas; y también de aquellos que llegan tan extenuados del campo que apenas
logran tirarse en la cama y dormir, sin siquiera quitarse los zapatos. Y no es
para menos:
desplazándose entre el lugar donde corta y el
extremo del surco donde apila, un trabajador que corta 12 toneladas de caña
camina unos 9 kilómetros diarios. Carga esas 12 toneladas en atados de 15 kilos
de peso cada uno haciendo más de 36 mil
flexiones con sus piernas para cortar la caña en su raíz.
Dime
con quién andas
Ya hay
inversionistas que compran enormes áreas selváticas esperando que
los alcance la deforestación galopante y, entonces, comenzar la
explotación de la caña para etanol |
El profesor Pedro Ramos, de la UNICAMP, informó
en Araraquara que entre la década del 70 y la actualidad, el rendimiento
por jornada se duplicó -esto es un aumento del 100 por ciento-, mientras que las
remuneraciones disminuyeron un 30 por ciento. Es revelador que más de la mitad
de los trabajadores esclavos liberados en los últimos años fueron hallados en
plantaciones de caña. ¿Intransigentes?
Cuesta poner lado a lado la imagen que surge de estos
informes -apenas parcialmente citados aquí- con la que promueve la industria sucroalcoholera de sí misma, apoyada y amplificada por sólidos sectores de poder
que incluyen al mismísimo presidente Lula, quien ha respondido a las
críticas a los agrocombustibles que surgen en todo el mundo, afirmando que esas
voces “tienen las manos sucias de carbón y de petróleo”. Si bien esta es una
comparación entre truhanes, está claro que las usinas de etanol también tienen
las manos muy sucias, y casi siempre con sangre. Lula, sin embargo, está
actualmente en Japón tratando de convencer al G8 de que el etanol “es el
combustible del siglo XXI”. En cualquier caso, lo será pero “con los pies en el
siglo XVI por las condiciones laborales de sus trabajadores”, como expresó
Gerardo Iglesias, secretario regional para América Latina de la UITA
en el Encuentro de Araraquara.
Un
barril sin fondo
Los empresarios del sector han sido histórica y
tradicionalmente protegidos por el Estado brasileño, generoso a la hora de
beneficiar a las elites con el dinero del pueblo. Nadie sabe cuánto dinero
recibieron los usineros en las sucesivas oleadas de apoyo estatal –léase
subvenciones directas e indirectas-, dinero que se ha ido acumulando en una
fabulosa deuda nunca pagada. Peor aún, una deuda oculta, ignorada, cuya
cancelación nunca ha sido reclamada por el Estado.
Sólo entre 2001 y 2007, el Estado transfirió 200
millones de dólares dentro de sus asignaciones presupuestales a la agricultura,
pero esto no es nada comparado con los 500 millones de dólares anuales que la
industria recibió de las arcas estatales entre 1978 y 1989,
afirmó Ramos en aquella oportunidad, y recordó
que al fin de los 80, la quiebra y posterior transferencia del estatal Instituto
del Azúcar y el Acohol (IAA) al sector privado dejó un agujero financiero
de 4 mil millones de dólares que debió asumir el Tesoro Federal.
Desde hace algunos años, cerca
del 70 por ciento de la producción de azúcar y etanol de Brasil está controlada
por corporaciones extranjeras, afirmó en Araraquara Elio Neves, presidente
de la FERAESP, con la peculiaridad exclusivamente brasileña de que los
dueños de las usinas son también los propietarios o arrendatarios de las tierras
donde se cultiva la caña de azúcar.
Actualmente las inversiones llegan de todas partes del mundo y se desparraman
por todo el país. Ya hay inversionistas que compran enormes áreas selváticas
esperando que los alcance la deforestación galopante y, entonces, comenzar la
explotación de la caña para etanol.
Un
trabajador que corta 12 toneladas de caña camina unos 8,8 kilómetros
diarios, la mitad de ellos cargando 15 kilos de caña, y hace más de
36 mil flexiones con sus piernas para cortar la caña en su raíz |
El desfile de capitales se parece mucho a un carnaval, que
cuenta hasta con una nutrida caterva de improvisadas comparsas que le baten el
parche con ritmo de samba. Es tan escandaloso el desfile que algunos
congresistas han empezado a reclamar que se limite la capacidad de los
extranjeros de comprar tierras en la Amazonia. Pero hasta estos arranques de
nacionalismo parecen cortinas de humo.
El gobierno federal, acompañado por los estatales y
municipales, promueve el crecimiento vertiginoso del sector sucroalcoholero,
convencido de que es la mayor oportunidad de negocios que tendrá Brasil
en muchos años. Entiéndase bien: negocio para unos pocos, hambre, desocupación y
devastación para la enorme mayoría.
La desproporción entre los cañeros de la COCAL,
reprimidos y barbarizados por reclamar menos de medio dólar de incremento por
tonelada de caña cortada, y estos Sultanes del Etanol es tan grande que sólo se
ha podido mantener gracias, ahora sí, a la absoluta “intransigencia”, la fiereza
con que esta casta de súper privilegiados defiende su riqueza.
Los sindicatos se encuentran movilizados contra esta
injusticia y saben lo que se viene: más y más intransigencia. La tarea es actuar
para conquistar y defender mejores condiciones de vida, y anticipar la evolución
de la industria para colocar los intereses de los trabajadores y trabajadoras en
la primera línea de lucha. Aunar esfuerzos
nacional e internacionalmente para defender la soberanía alimentaria de los
pueblos, amenazada por la voracidad consumista de un modelo social, político y
económico inviable y ambientalmente insustentable.
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