Un
estudio reciente de la Unión Europea muestra que los agrocombustibles
(llamados biocombustibles) aumentan las emisiones de gases de efecto
invernadero, debido a los impactos que tiene su producción en deforestación,
mayor erosión de suelos y avances de la frontera agrícola en otros
continentes.
Miden el impacto de los agrocombustibles en ILUC (cambio
indirecto del uso de suelo, por sus siglas en inglés), concluyendo que el
uso de granos para combustibles, significa de facto que alguien
pasará hambre o los plantará en otra parte, avanzando la frontera agrícola
sobre bosques y áreas naturales.
La quema de bosques para plantaciones produce tantas
emisiones de carbono a la atmósfera que anula cualquier supuesto beneficio
que pudieran tener los agrocombustibles. Otro informe de la Unión Europea
sobre 15 cultivos, mostró que las metas y políticas europeas de
biocombustibles tendrán impacto indirecto sobre el uso del suelo en 4,5
millones de hectáreas, en una década.
La producción de combustibles basada en soya y canola
transgénicas, palma aceitera y girasol, incluso tiene más emisiones de gases
de efecto invernadero que los combustibles fósiles.
El nuevo estudio, titulado EU Transport GHG: Routes to
2050, Emisiones de gases de efecto invernadero en el transporte en la
Unión Europea: Rutas a 2050, (www.eutransportghg2050.eu),
estima que sin tomar en cuenta los efectos indirectos, el costo de bajar las
emisiones con biocombustibles es de 100 a 300 euros por tonelada de carbono.
Al costo actual de los créditos de carbono (6,14 euros por tonelada), los
biocombustibles son 49 veces más caros que seguir emitiendo gases y comprar
créditos de carbono para compensarlos en algún otro lugar.
Esto es totalmente perverso, ya que los mercados de carbono
no han contribuido nada a bajar los gases de efecto invernadero, pero crean
mercados financieros especulativos y tienen impactos negativos sobre
comunidades locales e indígenas.
Los autores del estudio, concluyen que no es posible ni útil
determinar cifras de costo/efectividad para los biocombustibles, porque sus
efectos indirectos, medidos en deforestación y devastación de praderas, los
convierten finalmente en una tecnología emisora de más dióxido de carbono. (EurActiv.com,
13/4/12) Con lo cual se contradice directamente la razón por la que se
supone son subsidiados.
Los datos del informe, elaborado por investigadores
comisionados por la Dirección de Cambio Climático de la Unión Europea, ponen
en cuestión las metas obligatorias de uso de biocombustibles que se han
fijado tanto en la Unión Europea como en Estados Unidos, que son, además de
los subsidios, el principal aliciente de las industrias.
En 2007, Europa fijó una meta de uso de 10 por ciento de
biocombustibles para 2020. Aunque en 2009 cambió el término biocombustibles
a energías renovables, lo cierto es que los analistas prevén que 8,8 por
ciento serán biocombustibles y de ellos, 92 por ciento será biodiesel.
David
Laborde,
investigador que ha realizado estudios para la Unión Europea sobre el
impacto de los biocombustibles, declaró a la agencia EurActiv que: La verdad
es que las políticas sobre biocombustibles dentro y fuera de Europa
responden a razones que no son ambientales. Según Laborde, son
razones que no tienen nada que ver con enfrentar el cambio climático: "Es
una forma nueva y fácil de subsidiar a los grandes agricultores, responden
al cabildeo de los industriales de biodiesel, y lo que llaman seguridad
energética. Buscan diversificar fuentes de energía para usar menos
divisas en petróleo importado de Medio Oriente. Prefieren mantener estas
metas, aunque no sean eficientes ni verdes”.
EurActiv recoge también las declaraciones del
europarlamentario Claude Turmes, quien confirma que la meta del 10
por ciento para biocombustibles tiene poco que ver con razones ambientales y
mucho más con el pesado cabildeo de la industria automovilística alemana,
los industriales agrícolas franceses y otras industrias agrícolas
internacionales, principalmente de caña de azúcar.
La industria de los agrocombustibles no se sostendría sin los
multimillonarios subsidios a la producción agrícola en Europa y
Estados Unidos, sumados al uso de mano de obra semiesclava en Brasil
y varios países asiáticos y al avance sobre áreas naturales, produciendo
deforestación de bosques, degradación de ecosistemas y desplazamiento de
indígenas y campesinos de sus territorios.
Estos informes europeos se suman a otros–realizados por
investigadores académicos independientes y expertos del Banco Mundial– que
muestran que la producción de agrocombustibles fue el factor principal del
aumento de precio de los alimentos, exacerbando también la disputa por
tierra, agua y nutrientes. Pese a eso, se sigue estimulando su producción.
En México, a través de varias leyes que benefician a las industrias,
desde la ley de bioenergéticos a la más reciente de cambio climático.
Paralelamente, petroleras como Shell, BP y
Exxon invierten en la producción de biocombustibles de segunda
generación, usando microbios artificiales producto de la biología sintética,
alegando que serán más eficientes. Esto no está probado, pero es claro que
introduce altos riesgos ambientales (imagine un escape de microbios
artificiales diseñados para consumir cualquier materia vegetal) y
significará una nueva ola de acaparamiento de tierras y biomasa.
Los datos son claros: urge descartar los combustibles agroindustriales y en
lugar de estos remedios tecnológicos, cambiar de fondo los patrones
industriales de producción, energía y consumo.