Luís Oliveira y sus compañeros se levantan todos los días de
madrugada para tomar un ómnibus destartalado que los lleva a la Fazenda Agua
Doce, una plantación de caña de azúcar en el centro del estado de São Paulo,
donde la temperatura supera normalmente los 40 grados.
Cortan la caña a mano con una herramienta tipo machete, el
podão, cuyo diseño no ha variado mucho desde su invención. Los descansos
para tomar agua son cortos y la comida escasa y poco apetitosa.
Estas condiciones han suscitado un aluvión de críticas desde
la Unión Europea, desde donde se afirma que Brasil, el mayor
exportador de etanol del mundo, es un nido de malas prácticas laborales y
ambientales.
Estas críticas, y el arancel de € 0,19 (US$ 0,29, £ 0,15) por
litro que la UE le impone al etanol brasileño, perjudican a una industria
a la que Brasil apuesta como alternativa verde a los combustibles
fósiles.
Stavros Dimas,
comisionado ambiental de la UE, sostuvo recientemente que la fijación por
parte de la UE de cuotas de importación de biocombustible debe
subordinarse a “factores ambientales y sociales”, provocando así que el ministro
de relaciones exteriores de Brasil amenazara con presentar una apelación
al respecto en la Organización Mundial del Comercio.
Un funcionario del ministerio brasileño de relaciones
exteriores también advirtió este mes que el gobierno analizaría la posibilidad
de presentar una acción ante la OMC si Estados Unidos promulga un
proyecto de ley agrícola dirigido a mantener el arancel de US$ 0,54 (€ 0,34, £
0,27) por galón sobre las importaciones de etanol y a conservar los créditos
impositivos a los mezcladores de etanol estadounidenses a una tasa levemente
reducida de US$ 0,45 por galón. Ese proyecto tiene firmes posibilidades de
convertirse en ley, ya que ha sido aprobado en ambas cámaras con amplias
mayorías.
Los brasileños afirman que las críticas a las prácticas
agrícolas del país son un intento apenas velado de proteger las industrias
nacionales.
“¿Qué estándares sociales y ambientales le impone la UE a sus
proveedores actuales de energía, como Nigeria, Venezuela, Irán
e Iraq?” pregunta Ingo Plöger, ex presidente del foro regional
MERCOSUR-UE.
Pero el gobierno ha dado señales de que estaría dispuesto a
negociar con la UE, y en respuesta en parte a las críticas al estado de São
Paulo -que representa casi el 80 por ciento de la producción nacional- estaría
legislando con vistas a mejorar las condiciones de trabajo y eliminar las tareas
manuales de cortado de caña dentro de los próximos cuatro años.
Sin embargo, la mayoría de los 300.000 trabajadores cañeros
rechazan la mecanización, ya que para ellos significaría una limitación de su
poder de negociación salarial y la perspectiva de desempleo en el futuro
cercano.
Elio Neves,
presidente de la Federación de Empleados Rurales Asalariados de São Paulo en
Araraquara, cerca de la Fazenda Agua Doce, en el corazón de la región cañera,
afirma que los salarios de los trabajadores se han estancado en los últimos años
y que los asalariados reciben sólo 2,8 reales (£ 0,75, US$ 1,46, € 0,94) por
metro cuadrado de caña cortada, lo que significa que en promedio ganan menos de
30 reales por día, en un país calificado como de ingresos medios.
Metas más altas de producción
han transformado la mano de obra
Hace veinte años había un equilibrio entre hombres y mujeres
y entre jóvenes y personas de edad. Hoy en día, la mayoría de los trabajadores
no pueden seguir trabajando más allá de los 35 años y casi han desaparecido las
mujeres.
Los trabajadores de Fazenda Agua Doce -donde el mayor, con 51
años de edad, es la excepción- realizaron varias huelgas durante el año pasado,
con reclamos que según Neves reflejan la situación del sector. Sostienen
que cobran salarios de hambre y están convencidos de que son estafados a la hora
de pesar su producción.
“No se nos permite ver cuando se pesa la caña que cortamos.
¿Por qué no? Porque los propietarios nos están engañando”, se queja Oliveira.
Aun así, la mayoría de los trabajadores de Agua Doce no
tienen la formación suficiente para acceder a otros empleos, y las posibles
alternativas a las que sí pueden acceder -como la construcción y los trabajos
ocasionales- son escasas y muy esporádicas. Las pérdidas serán especialmente
perjudiciales para las economías de los estados más pobres del norte, como
Maranhão y Piauí, que dependen fuertemente de las remesas de los emigrantes
internos que se trasladan al sur para trabajar durante los cinco meses de zafra
cañera.
La minimización del impacto ambiental -otra importante fuente
de críticas externas- también está envuelta en controversia. Marcelo Furtado,
director de campaña de Greenpeace Brasil, advierte que la expansión de las
tierras dedicadas a la caña de azúcar desplazará a otros cultivos hacia zonas
ecológicamente vulnerables.
El gobierno sostiene que está previniendo esa posibilidad
mediante la introducción de medidas tales como un decreto que prohíbe el cultivo
en regiones del Amazonas y en el Pantanal.
Un estudio realizado por Conab, un organismo gubernamental
encargado de recabar datos agrícolas, revela que aproximadamente 653.000
hectáreas de campo fueron destinadas el año pasado al cultivo de caña de azúcar,
de las cuales casi el 90 por ciento estaban antes dedicadas a praderas y cultivo
de soja o maíz.
Pero aún queda mucho territorio para la expansión: Brasil
tiene aproximadamente 7 millones de hectáreas de tierra dedicadas al cultivo de
caña, de las cuales 3 millones se utilizan para la producción de etanol, contra
200 millones de hectáreas de praderas, alrededor de 21 millones de hectáreas de
soja y 14 millones de hectáreas de maíz.
No obstante, para David Cleary, director de programas
de conservación de Sudamérica del grupo ambientalista internacional The Nature
Conservancy, todavía no podemos saber qué efectividad tendrán las medidas del
gobierno.
Aunque la expansión del cultivo de caña de azúcar hasta ahora
no ha afectado significativamente a las regiones ecológicamente vulnerables de
Brasil, esta situación podría cambiar ante reiteradas fallas en la gestión de
gobierno. Según Cleary: “Mientras no existan mecanismos adecuados de
seguimiento y control es difícil argumentar que [la expansión de
biocombustibles] se dará sin afectar el medio ambiente.”
El uso de
biocombustibles ‘inteligentes’
alcanza un punto de quiebre
El programa de biocombustibles que Brasil lleva
adelante desde la década de 1970 es visto desde el mundo desarrollado con
creciente admiración y algo de desconfianza.
El gigante latino es líder mundial en el sector, con un
amplio uso de biocombustibles en el transporte. Las ventas de los populares
vehículos de combustible flexible, que pueden pasar de gasolina a etanol,
aumentaron enormemente el año pasado, alcanzando un 72 por ciento del total de
ventas de vehículos, comparado con un insignificante 3 por ciento en 2002.
El etanol brasileño derivado de caña de azúcar es más barato
y tiene mayor rendimiento energético que la versión de etanol común en
Estados Unidos, producida en base a maíz y que requiere la conversión
del almidón en azúcar previo a la destilación. La complejidad del proceso
significa que el etanol en base a maíz produce sólo entre un 10 y un 20 por
ciento menos de emisiones de carbón que la gasolina. El etanol de caña de azúcar
reduce las emisiones en un 87 a 96 por ciento.
Según el canciller brasileño Celso Amorim, gracias a
su programa, Brasil ha logrado disminuir su dependencia del petróleo y ha
reducido significativamente las emisiones de dióxido de carbono.
Brasil
tiene una de las tasas más bajas de emisiones de dióxido de carbono per cápita
del mundo, con 1,76 toneladas por año frente a un promedio anual de 4,18
toneladas, asevera Amorim.
Nathaniel Jackson,
oficial superior de inversiones del Banco Interamericano de Desarrollo en
Washington, afirma que el banco apoya el desarrollo de biocombustibles
‘inteligentes’, como el etanol de caña de Brasil. “No diría que el etanol
de maíz es un biocombustible ‘tonto’, pero hay estudios que demuestran que la
conversión del maíz en etanol está afectando los precios de los alimentos.”
A su juicio, en el último año se ha producido un cambio
radical en el apoyo a estos combustibles, y señala que compañías como
Wal-Mart
se están volcando hacia nuevas iniciativas: “Hemos alcanzando un punto de
quiebre”, afirma.
John Rumsey y
Jonathan Wheatley
Financial
Times
5 de junio de 2008
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