La
polémica sobre el uso de tierras agrícolas para la producción de
agrocombustibles, que afecta la seguridad alimentaria mundial, se reanudará
con fuerza en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo
Sostenible, Rio+20, que se celebrará en Rio de Janeiro a principios de junio
del 2012.
Varias
organizaciones no gubernamentales que participan en la preparación de la
Cumbre de los Pueblos, un evento paralelo a la conferencia oficial, ya se
están movilizando para cuestionar el avance de la producción de
agrocombustibles en detrimento del uso de tierras agrícolas para la
producción de alimentos mediante la agricultura familiar y comunal, así como
sus posibles impactos ambientales.
Como sede
de Rio+20, como lo fue de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio
Ambiente y Desarrollo, Eco-92, en 1992, Brasil está en el centro de
la polémica sobre el impacto de la expansión de los agrocombustibles en la
producción de alimentos y la seguridad alimentaria mundial.
La
controversia comenzó con fuerza en octubre de 2007, cuando el entonces
relator especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación,
el sociólogo suizo Jean Ziegler, divulgó un informe que afirmaba que
la expansión del etanol, agrocombustible derivado de la caña de azúcar,
estaría ayudando a elevar los precios de los alimentos y, con ello,
contribuyendo al empeoramiento de la seguridad alimentaria de las
poblaciones más pobres.
En su
informe, Ziegler sugería una moratoria de cinco años para la
producción de agrocombustibles fabricados a base de productos alimenticios,
tales como la caña de azúcar en Brasil y el maíz en Estados Unidos.
Y afirmaba que el 1 por ciento de aumento en los precios de los alimentos
significaba el aumento en 16 millones del contingente de personas
malnutridas en el mundo.
Crimen de lesa humanidad
El tono
de las críticas a los agrocombustibles se elevó en abril del 2008, cuando
Ziegler señaló que la producción en masa de esta fuente de energía
alternativa a los combustibles fósiles representaba un crimen de lesa
humanidad, a la luz de sus efectos en los precios mundiales de los
alimentos.
Las
declaraciones formuladas por Ziegler fueron replicadas rápida y
enérgicamente por el entonces presidente brasileño Luis Inácio Lula da
Silva (2003-2011), quien llegó a afirmar que Ziegler no conocía
la realidad de Brasil. El presidente Lula destacó que el
aumento de precios de los alimentos no podía atribuirse a los
agrocombustibles.
La
realidad es que las fuertes declaraciones del relator promovieron un gran
debate mundial sobre la relación entre agrocombustibles y seguridad
alimentaria. En ese momento se atribuyó esa polémica al hecho de que gran
parte de la producción de maíz en Estados Unidos se estaba destinando
a la fabricación de agrocombustibles, lo que contribuyó a elevar los precios
de los alimentos.
Pero la
preocupación permanece en el ámbito de los órganos de las Naciones Unidas,
como indican publicaciones recientes. En el documento “El estado de la
inseguridad alimentaria en el mundo 2011”, la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) dejó en claro su
preocupación por el impacto de los agrocombustibles sobre la seguridad
alimentaria.
La FAO
dice en el documento que “es probable que los precios de los alimentos sigan
siendo elevados y volátiles. La demanda de los consumidores en los países
con economía en rápido crecimiento aumentará, la población continúa
creciendo, y si prosigue la expansión de los agrocombustibles el sistema
alimentario se verá sometido a demandas adicionales”.
El
documento destaca también que “las políticas en materia de agrocombustibles
han establecido nuevos vínculos entre el precio del petróleo y el de los
productos alimenticios básicos. Al aumentar los precios del petróleo se
incrementará la demanda de agrocombustibles, lo cual encarecerá los
alimentos, y lo contrario cuando disminuyan los precios del petróleo”.
El nuevo
director general de la FAO, el brasileño José Graziano da Silva,
ha argumentado que la producción de agrocombustibles no debe afectar la
producción de alimentos. Sin embargo, también ha dicho que cuatro países de
América Latina —Argentina, Brasil, Colombia y
Paraguay—, según estudios realizados por la FAO, pueden aumentar
la producción de agrocombustibles “sin afectar la seguridad alimentaria”, en
función de su disponibilidad de tierras. De hecho, el agrocombustible
derivado del maíz es el que más preocupa a la FAO, según Graziano
da Silva.
Continúa expansión de agronegocios
La
cuestión de los agrocombustibles está, por tanto, en el corazón del debate
global sobre la seguridad alimentaria y sobre las alternativas a los
combustibles fósiles que provocan el calentamiento global. En Brasil
es clarísima la preocupación de las organizaciones no gubernamentales con la
expansión de la producción de agrocombustibles, particularmente el etanol,
en zonas ecológicamente vulnerables como el Pantanal y la Amazonia.
“Es un
crimen ecológico y tiene desventajas enormes en la producción de alimentos”,
sostiene el presidente de la Asociación Brasileña de Reforma Agraria (ABRA),
Plínio de Arruda Sampaio. El etanol contribuye solo a “mantener la
industria del automóvil, que está condenada a pasar por grandes cambios” en
función de cuestiones como el calentamiento global, añade.
Brasil
tiene 355 millones de hectáreas de tierras aptas para el cultivo.
Actualmente 9,4 millones de ellas se destinan a la caña de azúcar. Sin
embargo, estudios del propio gobierno brasileño indican que en los próximos
años continuará la expansión de las áreas ocupadas por la caña de azúcar.
El
documento “Brasil, proyecciones del agronegocio 2010/2011 a 2020/
2021”, elaborado por la Oficina de Gestión Estratégica del Ministerio de
Agricultura, Ganadería y Abastecimiento, indica las proyecciones de
expansión de tierras en caña y soja, “dos actividades que compiten por
espacio en Brasil”. De acuerdo con el documento, estos dos cultivos
juntos “deben presentar en los próximos años una expansión de 7,4 millones
de hectáreas: 5,3 millones de hectáreas de soja y 2,1 de caña de azúcar”.
“Muchos
agricultores, a causa de los precios, van a seguir optando por la caña, y
eso es muy malo, inclusive porque sigue empeorando la migración y la
sobrepoblación de las ciudades”, dice Sampaio. El avance de la soja y
de la caña es, de hecho, señalado por las organizaciones de apoyo a los
campesinos sin tierra y pequeños agricultores, como la Conferencia Nacional
de Obispos de Brasil (CNBB) y la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT),
como una fuente del agravamiento de los conflictos agrarios en Brasil.
Ahora las
organizaciones no gubernamentales y la sociedad civil brasileña están
dedicadas en gran medida a acciones encaminadas a influenciar en Rio+20, que
discutirá la llamada economía verde —definida por el Programa de las
Naciones Unidas para el Medio Ambiente como “ aquella que resulta en la
mejora del bienestar del ser humano y la equidad social, al mismo tiempo que
reduce significativamente los riesgos ambientales y la escasez ecológica”— y
la lucha contra la pobreza, dos temas estrechamente vinculados con la
polémica de los agrocombustibles y la seguridad alimentaria.
Un
documento firmado por una serie de organizaciones, como las brasileñas
AS-PTA Agricultura Familiar y Agroecología, y las internacionales EcoNexus,
ETC-Group, More and Better y Third World Network, indica las “20 políticas
que Rio+20 puede adoptar de inmediato”, como medio para fortalecer la
soberanía alimentaria, reducir el daño ambiental y apoyar “el trabajo
innovador de los campesinos, productores y proveedores de alimentos a
pequeña escala”.
Algunas
de las iniciativas planteadas en el documento incluyen: Restaurar el apoyo
público a la agricultura para enfrentar la crisis alimentaria, convertir las
tierras donde se producen agrocombustibles a tierras productoras de
alimentos, adoptar políticas que reduzcan la erosión de los suelos para
proteger la seguridad alimentaria de largo plazo, y apoyar las estrategias
campesinas de conservación.
En otro
documento, organizaciones como Amigos de la Tierra América Latina y el
Caribe y Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, hicieron un
llamamiento para “afirmar nuestros derechos y los de la naturaleza frente a
la mercantilización de la vida y el ‘reverdecimiento’ del capitalismo”. Las
organizaciones no gubernamentales ambientalistas consideran que la economía
verde sería una estrategia de conservación de las estructuras injustas y
destructivas del capitalismo.
Está
claro que la polémica relacionada con los agrocombustibles y la seguridad
alimentaria será uno de los puntos fuertes del menú de temas ofrecido por
Rio+20 y la Cumbre de los Pueblos. Sampaio, de ABRA, señala
que es “perfectamente factible incrementar la producción de otras formas de
energía, como la eólica y la solar, además de ser fundamental cambiar el
sistema de transportes en el mundo”. Para él, estos desafíos “no pueden ser
solucionados en la economía capitalista”