América Latina
Agrocombustibles
Las
marcas atacan:
Bionegocios en América
Latina |
Últimamente, desde distintos ámbitos, se han apuntado los
preocupantes impactos de los agrocombustibles (mal llamados
"biocombustibles") en los países del Sur. En particular, se
ha destacado la huella ecológica que generarán las políticas
principalmente europeas, estadounidenses y japonesas que
promueven el uso a gran escala de biocarburantes en el
transporte. Se han detallado los problemas que ello tendrá
sobre la pérdida de soberanía alimentaria, a lo que se añade
un inevitable sentimiento de desconfianza en términos
ambientales que no puede dejar de inspirar un modelo
agrícola sustentado directamente en el petróleo, la
contaminación del agua y la deforestación. Al preguntarse
sobre a quién benefician en realidad los agrocombustibles,
varios investigadores comienzan a describir la convergencia
de los agro-petronegocios que permite los matrimonios
DuPont-BP, Abengoa-General Motors,
Repsol-Acciona, etc.
Nada de ‘bio’
Pero ahí no se acaba todo: el biodiesel y el bioetanol no se
teletransportan de los campos a los tanques de gasolina. Y
aquí se ubica un aspecto muy poco ‘bio’ en el auge de los
agrocombustibles: La creciente necesidad de integración de
infraestructuras que implica su transporte y exportación.
Salen a la luz entonces el -lamentablemente- resucitado Plan
Puebla Panamá (PPP) y la Iniciativa para la
Integración de las Infraestructuras Sudamericanas (IIRSA).
Estos megaproyectos consideran a la rebelde geografía
latinoamericana como un obstáculo para la extracción de
materias primas y el transporte de mercancías. Su misión es
doblegarla mediante corredores intermodales de autopistas,
represas hidroeléctricas, hidrovías, tendidos eléctricos,
oleoductos, etc. Ni qué decir de los importantes beneficios
que estos proyectos traerán a empresas como las españolas
Iberdrola y Gamesa (parque eólico en México), ACS
(gestión portuaria y dragados en Brasil) e incluso a
desconocidas consultoras como TYPSA o Norcontrol.
A pesar de las promesas de ‘desarrollo local’ que hacen
(evocando la agotada teoría del ‘derrame de riqueza’),
resultan nefastos porque se sitúan sobre territorios
indígenas y comunidades campesinas, y atraviesan zonas de
alta biodiversidad. En su diseño ha participado, sin ninguna
consulta de las poblaciones locales, una de las principales
entidades generadoras de deuda del continente, y de la cual
España es miembro: el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID). Esta entidad promueve hoy los
agrocombustibles de distintas maneras.
El banco estima que a América Latina le tomará 14 años
convertirse en una zona productora de biodiesel y bioetanol
y que se requerirán 200.000 millones de dólares. Por un lado
apoya la expansión de cultivos de palma de Colombia y
de caña de azúcar y soja en la amazonía brasileña. El propio
presidente del BID, Luis Alberto Moreno,
codirige un grupo del sector privado, la Comisión
Interamericana del Etanol, conjuntamente con Jeb Bush
(ex gobernador del Estado de Florida) y el ex primer
ministro japonés Junichiro Ko zumi.
Por el otro lado le importa asegurar un fluido vaciado de los
commodities hacia los puertos, no únicamente atlánticos,
sino también del Pacífico, de cara a los mercados asiáticos.
Así, recomienda a Brasil gastar en infraestructuras
1.000 millones de dólares por año durante 15 años. Aspira
también a acelerar proyectos de IIRSA rechazados por
la sociedad civil, como por ejemplo la Hidrovía
Paraguay-Paraná-Plata, el proyecto de navegabilidad del Río
Meta, el Complejo del Río Madera, Ferro Norte (red ferrovial
que conectaría a los sojeros estados de Paraná, Mato Grosso,
Rondonia y São Paulo). Ante todo esto, evitar la
intensificación de estos megaproyectos, con la deuda externa
y ecológica que generan, es otra razón más para denunciar la
insostenibilidad de los bionegocios, ser originales y
cambiar de modelo de desarrollo.
Mónica
Vargas Collazos
Tomado de
diagonalperiodico.net
5 de julio
de 2007
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