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de los más de
6.000 millones de personas que viven en el
mundo, unos 840 millones pasan hambre, 1.200
padecen desnutrición crónica,
1.000 millones tienen sobrepeso y 320 son
obesas;
-
el
40% de la cosecha mundial de grano se destina a
la alimentación del ganado
-comida básicamente de las poblaciones de los
países ricos- mientras que no se usa como
alimento para las poblaciones autóctonas de los
países situados en la periferia del núcleo duro
del capitalismo mundializado;
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el presupuesto en publicidad en 2005 de las
grandes corporaciones de comida rápida fue de
más de 30 millones de euros, superior al PIB
del 70% de los Estados actuales;
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Mc Donald's
da de “comer” diariamente a más de 46 millones
de personas en el mundo;
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el cultivo de transgénicos destinados a la
fabricación de piensos aumentó en España
en un 80% en 2004;
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el 33% de los niños españoles no tomaba en 2004
una pieza de fruta diaria;
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en los últimos diez años se ha triplicado el
porcentaje de obesos, del 5% al 16,1%, entre los
niños de 6 a 12 años. De hecho, España es
el segundo país de la UE con mayor número de
niños con sobrepeso después de el Reino Unido.
La tesis política que subyace a este ensayo puede
leerse, nada más y nada menos, como una propuesta de
alteración no marginal de los acuerdos poliéticos
hoy más reconocidos y compartidos.
Si la
alimentación, sostienen los autores, y muchos con
ellos, es un derecho humano fundamental, no parece
de recibo entonces que gobernantes y grandes
instituciones internacionales dejen en manos de
poderosas multinacionales y macrosuperficies de
distribución el cuidado de este derecho esencial dado que, como es sabido y padecido y como está
corroborado por infinidad de datos, esas
agrupaciones empresariales tienen como objetivo
central, cuando no único, la búsqueda del máximo
beneficio económico con el resultado por todos (y
por todas, sobre todo por todas) conocido:
piratería económica, explotación ilimitada de los
trabajadores, comida grasienta y poco saludable,
miseria en grandes territorios del planeta,
esquilmación del campesinado, liquidación de saberes
y tradiciones antiquísimas, contaminación y maltrato
al medio ambiente, sobreexplotación femenina.
Los autores enlazan su propuesta con dos caminos
complementarias: la crítica, cuidada e informada, a
los desmanes de la forma vigente de vivir, de
producir y de consumir, y
la
construcción democrática -en el sentido más profundo
del término, que lo tiene- de una nueva forma de
producción alimentaria, más ecológica, más humana,
más respetuosa con el medio, más próxima a los
trabajadores y trabajadoras, menos estúpidamente
consumista y, desde luego, más solidaria con el
trabajo y el esfuerzo de otras poblaciones.
Y la propuesta, como decíamos, no es sólo una mera
elaboración teórica sino que está profundamente
relacionada con la acción, con la praxis política,
ejercida por todos los colaboradores del volumen. De
hecho, los GAK, los grupos autogestionados de
konsumo (¿Por qué esa "k"?) llevan más de una
década creando redes de consumo responsable en
relación directa con pequeñas explotaciones
agroecológicas.
"Agroecología y consumo responsable"
está estructurada en dos partes:
"Inseguridad alimentaria y globalización” y "Una
década de agroecología y consumo responsable.
Experiencias, problemas, alternativas".
La primera recoge los aspectos mas teóricos de la
investigación y define nociones básicas como
seguridad alimentaria o alimentos transgénicos,
aparte de dar información detallada sobre
instituciones globalizadotas; en la segunda parte se
señalarían algunas de las experiencias y propuestas
del movimiento.
En el capítulo 9º, por ejemplo, se da cuenta
detallada de las numerosas actividades políticas y
culturales del movimiento. La posición política de
fondo queda explicitada en los términos siguientes:
"Nuestra
actividad se enfrenta a las políticas del
capitalismo global y a sus efectos en las formas de
alimentación. Sin unir ambas cosas sólo tenemos el
interés individual de agruparnos para comer mejor.
Viceversa, sin la participación consciente de los
proyectos sociales pequeños y reales, los
movimientos sociales contra la globalización no
podrán dejar de ser marginales o burocráticos"
(p. 123).
Pero, por otra parte, ¿qué es la agroecología? ¿En
qué consiste esa forma de producir? Los autores
definen la noción en los términos siguientes:
1. La agroecología es el conjunto de prácticas
agrícolas conservadoras de los recursos naturales,
prácticas defendidas tanto por los movimientos
medioambientalistas de los años sesenta y setenta de
las sociedades occidentales y en el Tercer Mundo,
como por organismos internacionales y científicos
enmarcados en esta línea de pensamiento y acción.
2. El surgimiento de estas prácticas tiene como
finalidad encarar la agricultura desde la
consciencia de la crisis ecológica en la que estamos
inmersos y tiene como punto de confluencia el
rechazo de los productos químicos de síntesis y el
uso de los organismos transgénicos.
3. Apoyando, por otra parte, a la agricultura
tradicional, la que ha desarrollado históricamente
el campesinado, que ha probado suficientemente su
sostenibilidad.
4.
La agroecología, pues, que aparece como un intento de superar
tanto la agricultura industrial como la falsa
agricultura ecológica que trabaja para el mercado
global, produce los alimentos contando con la
naturaleza y no contra ella; se inserta en el territorio mediante tecnologías adecuadas;
parte de la austeridad en el uso de los insumos,
especialmente los energéticos y se "apoya en un
conocimiento popular y colectivo, depositario de la
sabiduría y la racionalidad campesina que la
modernización capitalista destierra porque no son
eficientes en términos de mercado" (p. 46).
El consumo responsable es la necesaria
contrapartida ciudadana popular: las redes de
consumidores urbanas deben organizarse en legítima
defensa de su seguridad alimentaria (hay que saber
qué nos entra por la boca) y en compromiso y en
relación directa y voluntaria con los productores
agroecológicos. El consumo responsable "mira más allá de la
cantidad, la calidad y el precio de los alimentos y
promueve una relación en la que los aspectos
sociales y ecológicos son el motor de la relación
mercantil y no al revés" (p. 51).
Este reseñador debe confesar que no está en
condiciones de juzgar por falta de información
suficiente todos las derivadas políticas de la
cuestión. Por ejemplo, la afirmación de que "en
Madrid estamos asistiendo a una dinámica de
exclusión de los colectivos que, con una experiencia
de muchos años en la construcción de los movimientos
sociales desde abajo, no apuestan la unidad en torno
a contenidos dictados por el bloque socialdemócrata
que está colonizando los movimientos sociales" (p.
153), pero algunas críticas vertidas sobre la
aceptación implícita, como mal inevitable, de los
alimentos modificados genéricamente parecen
razonables y sus argumentos contrarios a la política
del PSOE de coexistencia de transgénicos y
agricultura ecológica son perfectamente atendibles
(pp. 149-151). Cabe apuntar alguna innecesaria
descalificación del pensamiento científico: no hay
nada que permita oponer la sabiduría tradicional del
campesinado, el saber popular campesino (que es
saber, sin ninguna duda), con el saber científico,
responsable, sensible socialmente, y que no es
dependiente de la cuenta de resultados de las
grandes corporaciones, y también creo matizable la
afirmación del
Agustín
Morán,
el epiloguista del volumen, sobre el dogmatismo
obrerista, productivista y consumista de la
izquierda tradicional, si bien apunta correctamente
cuando denuncia las insuficiencias de esa izquierda
en asuntos relacionados con la construcción de una
nueva subjetividad sobre la vida cotidiana entre
gentes trabajadoras. Tarea, por lo demás, nada
fácil.
Al finalizar su presentación,
Sevilla
Guzmán,
catedrático de la escuela de ingenieros agronómicos
de la Universidad de Córdoba, Argentina, y director
del Instituto de Sociología y Estudios Campesinos
recuerda una reflexión de
Eduardo
Galeano
de julio de 2003: "Cada año los pesticidas químicos matan a no menos de tres
millones de campesinos…Estos crímenes, cuyas cifras
provienen de las estimaciones más modernas, figuran
en los informes de diversos organismos
internacionales, pero no tienen publicidad. Son
actos de canibalismo autorizado por el orden
mundial. Como las guerras". Si es así, y es así, entonces también: contra
esa guerra.
Es fácil
coincidir por ello con la hermosa consigna
guevarista del movimiento: crear diez, cien, mil
colectivos de producción, distribución y consumo
agroecológico antiglobalizador. Que así sea.