Durante miles y miles de años, el hombre practicó la
agricultura sin utilizar substancias químicas sintéticas.
Hasta
la Primera Guerra Mundial -a principios del siglo XX-
crecieron las hoy poderosas industrias químicas, creadas
para desarrollar venenos que intoxicaran el enemigo.
Terminado el conflicto, buscaron un modo de
reciclarse y seguir ganando dinero. Y lo encontraron:
inventaron la agricultura química.
En un santiamén terminaron con la milenaria
cultura de las rotaciones de cultivos y los barbechos; ya no
era necesario, ahora bastaba con intervenir la agricultura
con venenos inocuos.
Desde entonces, Monsanto,
Basf, Bayer
y el resto de las empresas químicas que enferman nuestra
gente, nuestros suelos y acuíferos con sus tóxicos, nos han
bombardeado desde la prensa común y la científica,
mintiéndonos acerca de las bondades y la inocuidad de sus
productos.
Desde el DDT, el
Malathión, el
Parathión, el Endosulfán,
el Lindane, el Round-up,
y no seguimos porque la lista es interminable, todos han
sido presentados oportunamente como panaceas universales
para los problemas humanos, especialmente los alimentarios.
Después de un tiempo, y producidos los enormes e
irreversibles daños que han provocado, lo reconocen y
retiran del mercado. Obviamente, después de haber embolsado
miles de millones de dólares y haber asesinado y enfermado
impunemente millones de personas.
Ahora,
preocupados porque cada día más, van quedando en evidencia,
han encontrado una nueva línea argumental que han instalado,
no solo en los mentideros de la prensa, sino también en la
sociedad común.
Argumentos, que utilizan desde los
desprevenidos hasta los cínicos y tramposos que se
benefician con el modelo: el uso racional de las substancias
tóxicas.
En los últimos años hemos sabido de la
racionalidad del capitalismo salvaje. Lawrence
Summers la empleó cuando propuso trasladar los venenos
del hemisferio norte rico, a los países pobres del sur: …”total,
que interesa que se enfermen de cáncer a los setenta, si se
van a morir de hambre antes, a los cuarenta, porque son
pobres”.
Una
exquisita muestra de la racionalidad que nos quieren
imponer.
Lo tragicómico es que mientras ellos nos "prepotean"
exigiéndonos que usemos sus tóxicos racionalmente, nos
compran productos orgánicos, o sea que les garanticemos por
escrito que han sido cultivados sin utilizar las substancias
químicas que ellos nos venden y aseguran que se pueden usar
y consumir racionalmente.
Por esto nos preguntamos:
¿Cuál
es la cantidad que se puede consumir racionalmente de una
sustancia, órgano acumulable y tóxica para quien la
ingiere?. Si nos quieren envenenar: ¿Lo racional no será no
tomar el veneno?
Y que no nos vengan con la historieta de que
todo, en demasía, intoxica, pero en pequeñas cantidades no
daña, porque una cosa consumir cloruro de sodio, por
ejemplo, en pequeñas cantidades, que el cuerpo procesa y
asimila, porque es una sustancia de la naturaleza que los
organismos vivos pueden procesar y eliminar, y otra es
consumir cantidades, aunque sean mínimas, de Endosulfán
(por elegir un ejemplo) que los organismos vivos no
reconocen, porque nunca estuvieron en la naturaleza, porque
fueron inventados por el hombre, y que nosotros, los seres
vivos no podemos eliminar y nos van intoxicando y enfermando
progresivamente.
Lo único
racional frente a tóxicos y venenos sintéticos es no
usarlos.
|