Sobrevivientes
de Tauccamarca en pos de justicia
y las promesas
incumplidas
A sus 17 años, Robert se olvidó de
recordar.
Parece inmune al dolor. César, en cambio,
tiene 15 años y aún suele sonreír, pese a que en
su memoria golpean los recuerdos: hace siete
años y medio ambos vieron cómo iban cayendo al
suelo, uno a uno, 24 de sus compañeros, después
de ingerir una mortal combinación de agua, leche
y plaguicida. "Fue un día triste", comenta el
menor de los muchachos y se calla. A su costado,
Robert pierde la mirada en el horizonte
verde, prefiere olvidar, aunque sabe que eso es
imposible.
Respira hondo y revive en silencio aquella
mañana del 22 de octubre de 1999. Esa en la que
dos de sus hermanos perdieron la vida.
Lo observan Yesella (13) y Agustina
(15). La profesora Ana Soledad Quispe
conversa con ellas y tras varios intentos logra
que articulen algunas frases. "Fue como a las 11
de la mañana, los chicos jugaban fútbol, de
pronto vino el dolor y se comenzaron a revolcar
en el suelo.
Todo el mundo gritaba, después todo fue triste.
No recuerdo más", sostienen intercaladamente.
Su maestra se disculpa por ellas diciendo que
son introvertidas, como todos los 18 menores que
sobrevivieron, como todo el pueblo, desde aquel
fatídico día en el centro educativo 50794, en el
cual la mitad de la población infantil de
Tauccamarca murió. "Ya nada es igual y dudamos
de que algún día lo sea", sentencia
Victoriano Huarayo, padre de Fredey y
Héctor, sus dos pequeños de 8 y 12 años,
que fallecieron después de tomar el desayuno que
ese entonces proporcionaba Foncodes.
También es papá de Robert.
"Mi hijo chiquito (Fredey) fue el primero
en morir. No aguantó más de 12 minutos. Tratamos
de llevarlo a la posta de Huasac, pero ya estaba
muerto, porque está media hora de camino",
recuerda y se le parte la voz. Al igual que él,
otra decena de padres regresaron de sus chacras
desesperados en busca de sus pequeños, pero todo
estaba consumado.
Al principio, Mario Flores, presidente de
la comunidad, no quiere hablar.
Está a los pies de la
tumba de uno de los niños. "Aquella tragedia nos
golpeó y nos convirtió en el centro de la
noticia. Vinieron de todos lados y nos vieron
llorar. Nos ofrecieron tantas cosas y ya ve cómo
estamos. Han pasado casi ocho años y aún
seguimos en juicio pidiendo que se sancione a
los responsables", afirma indignado. Los 18
sobrevivientes, ahora jóvenes, siguen jugando y
se pierden entre las cruces de las tumbas de sus
hermanos y amigos, entre los recuerdos de un
pasado que no quieren evocar.
Todo sigue igual
El poblado de Tauccamarca, en el distrito de Cay
Cai, provincia de Paucartambo, poco ha cambiado
desde aquel trágico día. Las calles siguen sin
asfaltar, no tienen teléfono y la antena
parabólica --que alguien del gobierno de
entonces les ofreció-- aún no llega. Si tienen
una emergencia, como la de octubre de 1999, los
afectados deben bajar hasta Huasac, el poblado
más cercano, a media hora de caminata.
De las promesas que hicieran las autoridades y
aquellos que llegaron con sus organizaciones
solidarias solo se concretó la construcción de
la trocha carrozable que une Tauccamarca y
Huasac.
Nada más. El resto quedó en el olvido. Eso le
quedó claro a la alcaldesa de Cay Cai,
Ortensia Cuadros, cuando visitó el despacho
de Eliane Karp, entonces primera dama de
la Nación, en el 2003.
Dice que en esa oportunidad le dijeron:
"¿Nosotros te ofrecimos algo? Reclámales a los
que te prometieron que pondrían teléfono y
antena parabólica".
Los pobladores ya no esperan nada.
Solo quieren que se haga justicia. No piden más.
Hace dos semanas viajaron a Lima citados por el
Séptimo Juzgado Civil para participar en una
audiencia de conciliación con los responsables
de la tragedia.
A la cita debían acudir la empresa Bayer,
fabricante del agrotóxico que consumieron sus
hijos y cuya venta estaba (y está) prohibida en
el mercado; el Ministerio de Agricultura, que
permitió que se comercializara esa sustancia
tóxica; y el Ministerio de Salud, cuyos centros
en la región no tenían ni medicinas ni el
personal médico que hubieran podido salvar a los
24 menores.
Con la esperanza de buenas noticias, los
campesinos dejaron sus tierras durante 15 días.
Al llegar a la capital, ya en la ventanilla de
la Corte Superior de Lima, les indicaron que la
audiencia se había cancelado. Tres días de viaje
para nada.
Solo se les informó que el Ministerio de
Agricultura ha pedido que en el proceso se
incluya al profesor Isaac Villena, quien
repartió el desayuno mortal.
Palabra de profesor
"No es justo que se haya culpado al profesor
Isaac Villena de aquellos hechos. Él no tuvo
la culpa. Qué fácil es hacer justicia en Lima",
indica Victoriano, visiblemente
indignado. En su vivienda a muchos kilómetros de
Tauccamarca, en la localidad de Pitucancha, el
profesor Villena revive lo ocurrido y se
defiende diciendo que él jamás hubiera sido
capaz de asesinar a quienes consideraba sus
hijos. "Fue un accidente. Yo estaba de
vacaciones y cuando regresé ordené que se
hiciera el desayuno como todos los días, pero no
sabía que se había utilizado la olla para
preparar el agrotóxico", sostiene desconsolado.
Por lo ocurrido, Villena estuvo preso un
mes y fue condenado a pagar una indemnización de
260.000 soles, que cancela mensualmente abonando
50 soles de su sueldo. También debió cumplir dos
mil horas de servicio comunitario. El resto de
los responsables sigue postergando el inicio del
juicio civil con el que los deudos buscan la
indemnización de los 24 pequeños que se fueron y
de los otros 18 menores que aún lloran la
tragedia.
Una demanda de
nunca empezar
La demanda civil que los padres de los 24
menores fallecidos y 18 sobrevivientes han
entablado contra los responsables de la tragedia
no tiene fecha para empezar. La audiencia de
conciliación en Lima se canceló y no tiene nueva
fecha. Según el ingeniero Luis Gomero,
director de la Red de Acción en Alternativas
al Uso de Agroquímicos (RAAA), que
brinda asesoría legal a los deudos de
Tauccamarca, la demanda civil plantea una
indemnización de un millón de dólares por
víctima. Es decir, 42 millones de dólares por
todos los afectados.
Además, los deudos esperan que el Estado tenga
presencia en el poblado, en el que se sigue
esperando la posta que pudo haberles salvado la
vida a muchos pequeños. Gomero llamó la
atención sobre el escaso control en las ferias
agrícolas de las zonas altoandinas del país
donde se venden agrotóxicos prohibidos.
Renzo Guerrero de Luna
El Comercio
9 de mayo de 2007