En
momentos en que el precio de la soja, principal cultivo de
exportación de Argentina, alcanza niveles récord en los
mercados internacionales, expertos en agricultura familiar y
entidades ambientalistas alertan sobre el severo impacto
social y ambiental del monocultivo.
Con 16,6 millones de hectáreas, más de la mitad de la tierra
cultivada hoy en el país, la oleaginosa que ya cotiza en
torno a los 600 dólares por tonelada se expande a expensas
del maíz, el trigo, los cítricos y la ganadería, entre otras
actividades agropecuarias. Este avance seguirá pese al
polémico incremento del impuesto a la exportación. El
Gobierno aumentó en marzo de 35 a 44 por ciento el gravamen
y lo declaró flexible, puede crecer si suben los precios.
Pero para torcer la resistencia empresaria ofreció a cambio
generosos reintegros a pequeños productores, que son
mayoría. De ese modo, en lugar de frenar, va a incentivar
este cultivo, auguran los entendidos.
"El modelo de la soja se considera de ‘boom y colapso’ como
sucede con la pesca, la minería o la explotación intensiva
de la madera", advirtió Jorge Cappato, de la
Fundación Proteger. "Se presiona un ecosistema por
encima de su capacidad de carga para obtener enormes
ganancias a corto plazo a costa de los recursos", describió.
"Con la gran rentabilidad asegurada, ¿quién va a querer
producir trigo o leche?", se preguntó Cappato.
"El modelo
de la soja hace agua por el impacto social, ambiental,
sanitario y económico en el mediano y largo plazo. Destruye
la agricultura familiar y empuja a los trabajadores rurales
a las ciudades", detalló.
El área sembrada de soja creció 126 por ciento en una década
y, según señalan organizaciones no gubernamentales, se
propaga en perjuicio no sólo de otros cultivos y
actividades. Avanza además desplazando bosques nativos con
su rica biodiversidad y áreas de agricultura familiar y
perteneciente a pueblos originarios.
"En los últimos nueve años, según datos oficiales, se
perdieron 2,5 millones de hectáreas de bosques nativos,
sobre todo en el norte del país, y esto en gran medida se
debe a la deforestación para sembrar soja, un cultivo que va
arrinconando a las demás actividades", explicó a IPS
Hernán Giardini, de Greenpeace Argentina.
El
Centro de Derechos Humanos y Ambiente precisó este mes que
en 2007 se perdieron un promedio de 821 hectáreas de bosques
por día, y si bien se logró aprobar una ley para la
protección y explotación sustentable de esos bosques, se
teme que la voluntad de aplicarla en las provincias flaquee
frente a la presión de los precios internacionales.
Además del repliegue de la biodiversidad, los expertos señalan
que el glifosato, el herbicida que se combina con la soja
transgénica para el control total de malezas, contamina las
napas de agua. Y su aplicación aérea ejerce un impacto
negativo en la salud de miles de pobladores rurales que
viven junto a los cultivos. En diálogo con IPS, el
ingeniero agrónomo Walter Pengue, investigador del
Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la estatal
Universidad de Buenos Aires, indicó que
a comienzos
de los años 90 se vendían en Argentina un millón de
litros de glifosato, mientras que el año pasado ya se
superaban los 180 millones de litros. "Es un insumo
estratégico interesante, como puede ser el gasoil, pero hay
que usarlo con racionalidad", recomendó. No obstante,
denuncias motorizadas por el llamado Grupo de Reflexión
Rural, otra organización ambientalista, señalan que la
fumigación sin control causa alergias, intoxicaciones,
malformaciones, aborto espontáneo y cáncer.
Respecto de la siembra directa, asociada al cultivo de soja
transgénica, Pengue aceptó que es una práctica que
permitió disminuir la erosión del suelo, pero advirtió que
esa mejora también posibilita llegar a sistemas labiles
donde el mismo cultivo resulta riesgoso, por ejemplo en
provincias del norte del país. Según este profesor de
Economía Agrícola y Ambiente en varias universidades, el
"sorgo de Alepo", una maleza que está resultando
resistente al glifosato, apareció ya en seis provincias, y
las alternativas que se discuten para combatirlo implican
volver a pesticidas descartados en los años 80 por ser muy
tóxicos.
"Con este sistema (el de la soja transgénica) nos fuimos
quedando sin expertos en malezas y los que hay están
vendidos a las empresas (productoras de semillas modificadas
y del herbicida)", denunció. Asimismo, el suelo va perdiendo
nutrientes que no recupera en la misma medida ni con grandes
cantidades de fertilizantes.
Desde la década del 70, cuando
comenzó a cultivarse soja, el suelo perdió 11,3 millones de
toneladas de nitrógeno (ya descontada la reposición
natural), 2,5 millones de toneladas de fósforo, y valores
muy altos de otros nutrientes, precisó Pengue.
Finalmente, los analistas agropecuarios remarcan que el
modelo tampoco es socialmente sustentable. "Hay una
prosperidad puntual en algunas ciudades por los buenos
precios. Pequeños chacareros arriendan su tierra y obtienen
más dinero de lo que vieron en su vida", aseguró Pengue.
Pero esa bonanza "no es desarrollo", distinguió. "Un país no
puede depender exclusivamente de los precios de un producto,
tiene que apuntar a todos los alimentos, como está haciendo
Brasil", remarcó.
En el campo hoy, dijo, la tecnología desplaza a peones
rurales por una mano de obra más calificada, capaz de
manejar cosechadoras y otras máquinas. "Son los nuevos
actores del campo y relegaron a los otros, que quedaron
fuera del sistema", agregó. Giardini, de
Greenpeace, también apuntó a esta cuestión.
En la provincia de Chaco, tradicional
productora de algodón, el avance de la soja redujo de 40 a
20 por ciento la población rural. Esos cambios se advierten
en los suburbios hacinados de las capitales provinciales.
Según datos oficiales, la pobreza en Argentina afecta
a 20,6 por ciento de sus 38 millones de habitantes. Pero en
la región noreste, donde la soja reina, el fenómeno aumenta
a 37 por ciento de los cuáles 13,6 por ciento es indigente,
es decir, no tiene ingresos para afrontar gastos de
alimentación básica. "Campesinos de provincias como Salta
o Santiago del Estero (en el norte), con una
tenencia precaria de la tierra, están amenazados por la
venta de campos con ellos adentro y eso también está
relacionado con la soja a gran escala", dijo Giardini.
"En algunas localidades pequeñas se levantan hoteles,
casinos y hasta cabarets, pero no hay derrame (de las altas
ganancias concentradas), y muchos (de esos sitios) todavía
no tienen ni cloacas", añadió.
Marcela
Valente
IPS
14 de
julio de 2008
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