Uruguay

Explotación, envenenamiento y demasiados silencios

Los empresarios ganan a costa

de la vida del trabajador

 

Mientras se procesan los análisis que se le realizan al trabajador rural que fue trasladado hasta Montevideo por uno de los dirigentes del SUDORA, aún no se pudo conocer el origen de los pesticidas que

le provocaron severas lesiones que se puede ver a simple vista

en su rostro, en el tronco y en sus brazos.

 

 

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trabajador citrícola

 

Por Carlos Caillabet

 

En la tarde de ayer Leonardo de León, integrante de la Regional Latinoamericana de la UITA, con sede en Montevideo, calificaba la situación como de insostenible al referirse a las condiciones de trabajo de quienes son contratados por las empresas citrícolas o por las empresas tercerizadas.

 

De León viaja permanentemente al interior del país realizando tareas de asesoramiento a productores agrícolas que emplean métodos orgánicos y a los trabajadores, en aspectos vinculados a la reivindicación de sus derechos.

 

“Lo que se está viendo ahora, es la multiexposición de mujeres y hombres que trabajan en las quintas a varios productos altamente tóxicos lo que hace más difícil aún el tratamiento de las repercusiones que esto origina en el organismo de los trabajadores” manifestó de León.

 

En el libro “Historia de los plaguicidas” del Ingeniero Agrónomo y Docente brasileño Sebastião Pinheiro, en su versión en español editado por UITA y la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas para América Latina –RAP-Al– se difunden aspectos que ayudan a tener una dimensión más clara de cómo las empresas atentan contra la vida de trabajadores y consumidores en general.

 

Actualmente en América Latina existen más de una docena de unidades toxicológicas para la justificación de los intereses y como garantía de los negocios, señala Pinheiro.

 

La mayoría de ellas no toman en cuenta la salud del trabajador rural, ni la del consumidor. Esto es una vergüenza. La comparación de las legislaciones de los diferentes países desenmascara estas deshonestidades de las autoridades.

 

Como países pobres, de bajo índice de escolaridad, deberíamos proteger más a nuestros agricultores. Como países exportadores de alimentos, deberíamos tomar medidas contra los venenos, pero esto no ocurre.

 

El autor señala que los países importadores de materias primas y alimentos analizar los alimentos que reciben y los mandan de vuelta si no cumplen sus especificaciones. Entonces los gobiernos autorizan el consumo del chocolate devuelto, la carne, las manzanas, el vino, el café y todo lo demás.

 

Los países industriales, cuando descubrieron que los efectos del DDT y todos los organoclorados eran acumulativos, prohibieron su uso en la agricultura del país y se dedicaron a producirlo solamente para la exportación. Los países pobres no podían prohibirlos, pues no tenían científicos, o ellos y los burócratas del gobierno estaban comprados por las industrias para hacer la vista gorda y mantener el negocio.

 

Y siempre se oculta la verdad y se le retacea al trabajador la información necesaria sobre la toxicidad de los venenos que utiliza, como en el caso del trabajador trasladado hasta Montevideo en forma urgente.

 

“No sabemos que es lo que utilizan para fumigar” nos dijo en la tarde de ayer, cuando lo visitamos. Vimos sus heridas y nos habló de cómo quedan los recipientes en los que se traslada el agua “potable” hacia las quintas para que los trabajadores tomen. “Son recipientes en los que estuvo el pesticida y por más que uno los enjuaga, cuando el agua decanta, queda una cáscara verde” señala.

 

Al hablar de las herramientas que utilizan los capitalistas para ocultar sus intenciones, el autor de “La historia de los plaguicidas” señala: “para garantizar los negocios y evitar reacciones negativas –hablando del DDT– se le cambió el nombre a “remedio para las plantas” y últimamente a “defensivo agrícola” o fitosanitario. Pero como fue hecho para la guerra y para matar gente, cuando hace efecto, envenena y mata, se dice que la culpa es del usuario incompetente”.

 

Los primeros venenos usados en el siglo 19 eran sales inorgánicas, producidas en laboratorios. Eran venenos como el Arsénico, Selenio, Tanio, Cobre o Azufre. Como eran solubles en agua y precipitaban con sustancias alcalinas y orgánicas, se recomendaba a las personas envenenadas que tomasen leche; así el producto podía ser vomitado, pues precipitaba en el estómago.

 

Después de la Segunda Guerra Mundial los venenos militares fueron sintéticos, actuaban en pequeñísimas dosis y penetraban por la piel y eran solubles en grasas. Siguiendo la costumbre los agricultores, cuando se sentían mal, tomaban leche. Esto aceleraba el envenenamiento y traía la muerte. La leche al contener grasa y azúcar, facilitaba la absorción de los venenos organoclorados, organofosforados, carbonatos, piretroides y muchos otros.

 

Entretanto, no había informaciones, pues nadie conocía los venenos y sus efectos. Los agrónomos estudiaban las dosis para matar los insectos, hongos y hierbas dañinas, nada más.

 

Solamente veinte años después vinimos a saber que el DDT además de ser un alterador del sistema reproductivo, era el causante de diversos tipos de cáncer, como el cáncer de mama, de próstata o de cerebro.

 

Los países industrializados, al tener conocimiento de que sus productos eran peligrosos, prohibieron el uso en sus territorios, pero impidieron que esta información fuera divulgada, pues continuaban manteniendo la producción para la exportación, ganando mucho dinero con ello, señala Pinheiro.

 

Esto pasa en el Uruguay de hoy, dónde no pocos hablan de pacto social.

 

 

Héctor Vicente

Convenio La Juventud / Rel-UITA

2 de julio de 2004

 

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