En la tarde de ayer Leonardo de León, integrante de la
Regional Latinoamericana de la UITA, con sede en Montevideo,
calificaba la situación como de insostenible al referirse a
las condiciones de trabajo de quienes son contratados por
las empresas citrícolas o por las empresas tercerizadas.
De León viaja
permanentemente al interior del país realizando tareas de
asesoramiento a productores agrícolas que emplean métodos
orgánicos y a los trabajadores, en aspectos vinculados a la
reivindicación de sus derechos.
“Lo que se está viendo ahora, es la
multiexposición de mujeres y hombres que trabajan en las
quintas a varios productos altamente tóxicos lo que hace más
difícil aún el tratamiento de las repercusiones que esto
origina en el organismo de los trabajadores” manifestó de
León.
En el libro “Historia de los plaguicidas” del
Ingeniero Agrónomo y Docente brasileño
Sebastião Pinheiro, en su versión en español editado por
UITA y la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas
para América Latina –RAP-Al– se difunden aspectos que ayudan
a tener una dimensión más clara de cómo las empresas atentan
contra la vida de trabajadores y consumidores en general.
Actualmente en América Latina existen más de una docena de
unidades toxicológicas para la justificación de los
intereses y como garantía de los negocios, señala
Pinheiro.
La mayoría de ellas no toman en cuenta la salud del
trabajador rural, ni la del consumidor. Esto es una
vergüenza. La comparación de las legislaciones de los
diferentes países desenmascara estas deshonestidades de las
autoridades.
Como países pobres, de bajo índice de escolaridad, deberíamos
proteger más a nuestros agricultores. Como países
exportadores de alimentos, deberíamos tomar medidas contra
los venenos, pero esto no ocurre.
El autor señala que los países importadores de materias
primas y alimentos analizar los alimentos que reciben y los
mandan de vuelta si no cumplen sus especificaciones.
Entonces los gobiernos autorizan el consumo del chocolate
devuelto, la carne, las manzanas, el vino, el café y todo lo
demás.
Los países industriales, cuando descubrieron que los efectos
del DDT y todos los organoclorados eran acumulativos,
prohibieron su uso en la agricultura del país y se dedicaron
a producirlo solamente para la exportación. Los países
pobres no podían prohibirlos, pues no tenían científicos, o
ellos y los burócratas del gobierno estaban comprados por
las industrias para hacer la vista gorda y mantener el
negocio.
Y siempre se oculta la verdad y se le retacea al trabajador
la información necesaria sobre la toxicidad de los venenos
que utiliza, como en el caso del trabajador trasladado hasta
Montevideo en forma urgente.
“No sabemos que es lo que utilizan para fumigar” nos dijo en
la tarde de ayer, cuando lo visitamos. Vimos sus heridas y
nos habló de cómo quedan los recipientes en los que se
traslada el agua “potable” hacia las quintas para que los
trabajadores tomen. “Son recipientes en los que estuvo el
pesticida y por más que uno los enjuaga, cuando el agua
decanta, queda una cáscara verde” señala.
Al hablar de las herramientas que utilizan los capitalistas
para ocultar sus intenciones, el autor de “La historia de
los plaguicidas” señala: “para garantizar los negocios y
evitar reacciones negativas –hablando del DDT– se le cambió
el nombre a “remedio para las plantas” y últimamente a
“defensivo agrícola” o fitosanitario. Pero como fue hecho
para la guerra y para matar gente, cuando hace efecto,
envenena y mata, se dice que la culpa es del usuario
incompetente”.
Los primeros venenos usados en el siglo 19 eran sales
inorgánicas, producidas en laboratorios. Eran venenos como
el Arsénico, Selenio, Tanio, Cobre o Azufre. Como eran
solubles en agua y precipitaban con sustancias alcalinas y
orgánicas, se recomendaba a las personas envenenadas que
tomasen leche; así el producto podía ser vomitado, pues
precipitaba en el estómago.
Después de la Segunda Guerra Mundial los venenos militares
fueron sintéticos, actuaban en pequeñísimas dosis y
penetraban por la piel y eran solubles en grasas. Siguiendo
la costumbre los agricultores, cuando se sentían mal,
tomaban leche. Esto aceleraba el envenenamiento y traía la
muerte. La leche al contener grasa y azúcar, facilitaba la
absorción de los venenos organoclorados, organofosforados,
carbonatos, piretroides y muchos otros.
Entretanto, no había informaciones, pues nadie conocía los
venenos y sus efectos. Los agrónomos estudiaban las dosis
para matar los insectos, hongos y hierbas dañinas, nada más.
Solamente veinte años después vinimos a saber que el DDT
además de ser un alterador del sistema reproductivo, era el
causante de diversos tipos de cáncer, como el cáncer de
mama, de próstata o de cerebro.
Los países industrializados, al tener conocimiento de que sus
productos eran peligrosos, prohibieron el uso en sus
territorios, pero impidieron que esta información fuera
divulgada, pues continuaban manteniendo la producción para
la exportación, ganando mucho dinero con ello, señala
Pinheiro.
Esto pasa en el Uruguay de hoy, dónde no pocos hablan de
pacto social.
Héctor Vicente
Convenio
La Juventud / Rel-UITA
2
de julio de 2004