Que los
Pellas no se equivoquen,
no nos
vamos a ir
A 75 días
de iniciada la lucha,
la moral de
ANAIRC permanece intacta
La Asociación Nicaragüense de Afectados por Insuficiencia Renal Crónica
(ANAIRC) es una organización conformada por hombres enfermos que han
dejado los mejores años de sus vidas en los cañaverales del Ingenio San
Antonio, propiedad de la Nicaragua Sugar Estates Ltd. (NSEL), que
integra el Grupo Pellas, a la cual responsabilizan por los daños
ocasionados a su salud. Y también por mujeres –viudas– cuyos maridos se
han ido consumiendo poco a poco, entre sus brazos, sin poder hacer nada
para salvarlos o, por lo menos, para aliviar el dolor en sus cuerpos
hinchados.
No son
agitadores, ni tomatierras o expertos aprovechados, y mucho menos son
haraganes, políticos o terroristas. No tienen grandes experiencias de
protestas, movilizaciones, y tampoco parecen tener muchos santos en el
Paraíso.
Son
hombres enfermos y agotados por el calor y las primeras lluvias
torrenciales que se abren camino en este inclemente comienzo del
invierno nicaragüense, y sin embargo resisten, avanzan, aguantan hambre
e intemperies, debajo de sus champas* de plástico. Y se preguntan
cómo es posible que la empresa, por la que han dado su vida, siga con
esta actitud de insensibilidad, tratándolos como sombras entre sombras,
hombres y mujeres invisibles a pesar de las tantas cartas enviadas
reclamando sentarse a dialogar.
De nada
van a servir las amenazas, los ataques personales, las mentiras y falsas
acusaciones vertidas por quienes los mismos afectados señalan como seudo
sindicalistas bien acomodados con la empresa. Tampoco les asustan las
inversiones en nuevas páginas web para tratar de contrarrestar la
avalancha informativa que se ha regado por el mundo, porque a nadie se
le olvida que el motivo de su presencia en Managua es sólo y
exclusivamente el silencio de la empresa ante una propuesta de diálogo.
Auxiliadora Vázquez
deja de
reírse. Es la primera vez que le toman una foto para una entrevista. “Ni
siquiera me dieron tiempo para que me arreglara un poco. Voy a salir
horrible”, fueron sus palabras nerviosas: ella no está acostumbrada a
ser el centro de la atención.
Su
marido, Alfonso Martínez, trabajó 15 años en el Ingenio San
Antonio cortando caña y en el riego. En 2006 la empresa le hizo los
exámenes pero nunca le dieron los resultados. En 2007 decidió entonces
acudir a una clínica privada y finalmente se enteró de que la
insuficiencia renal crónica ya era parte de su vida.
“Cuando
la empresa se dio cuenta de la enfermedad ya no le dieron trabajo. Le
pagaron lo que le faltaba de la quincena y lo despidieron sin ningún
tipo de prestación -cuenta Auxiliadora Vázquez-.
A los
pocos días cayó en cama con fuertes calenturas, dolores en los huesos,
vómitos e inflamación en todo el cuerpo. Pasó un año en estas
condiciones y falleció el 9 de marzo de 2008. La empresa nunca se
interesó en su caso y hasta la fecha no hemos siquiera logrado que el
Seguro Social me reconozca la pensión de viudez”.
Para
Auxiliadora comenzó el drama que es común a todas las viudas de los
ex trabajadores fallecidos por IRC.
“La
cosa más difícil fue llevar adelante el hogar. Tengo cuatro hijos
pequeños y tuve que buscar trabajo como doméstica, porque mi marido era
el que llevaba el dinero a la casa. De repente me encontré sola, sin
nada, y fue duro seguir adelante”.
Auxiliadora Vázquez
reconoce sin ningún rubor que es la primera vez que participa de una
movilización como ésta. No está acostumbrada a las protestas, sin
embargo en estos dos meses ha tomado conciencia de que los derechos hay
que defenderlos arriesgándolo todo.
“Tengo
que estar aquí para defender mis derechos porque a mi marido le costó la
vida. Mis cuatro hijos se quedaron solos en la casa y tengo un tío que
me está apoyando, dándoles de comer y cuidándolos de vez en cuando. Es
duro –continuó Auxiliadora–, y estoy preocupada al saberlos
solitos en la casa, pero no me puedo ir porque esta lucha es justa y
necesaria.
Han
sido 75 días durante los cuales nos hemos sentido respaldados por
diferentes organizaciones como la UITA, la Asociación
Italia-Nicaragua y otros grupos a nivel nacional. Al principio fue
duro. Es la primera vez que me encuentro en una situación como ésta, y
no es fácil acostumbrarse a la realidad del campamento, durmiendo en
hamaca, con el sol y, ahora, con las lluvias, sin poder trabajar para
ganar un poco de dinero. Sin embargo, hay que aguantar, porque tengo fe
en que todo lo que estamos haciendo vale la pena y en que vamos a
conseguir nuestra indemnización”.
El
último pensamiento fue para el presidente del Grupo Pellas. “Si
yo pudiera hablar directamente con el señor Carlos Pellas le
diría que estoy aquí peleando mis derechos. Como todos mis compañeros y
compañeras, quisiera estar en mi casa, con mis hijos, viviendo una vida
tranquila. Lamentablemente no es así, porque nadie de la empresa va a
venir a mi casa espontáneamente a darme lo que necesito. Mi
marido trabajó 15 años y lo corrieron sin darle nada. No me voy a ir,
tengo que estar aquí hasta que nos paguen lo que nos deben”, aseguró
Auxiliadora Vázquez.
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