Hablar y
escribir sobre la protesta de los ex trabajadores azucareros del Ingenio
San Antonio, propiedad de la Nicaragua Sugar Estates que integra el
Grupo Pellas, se ha vuelto complicado, pero imprescindible. Una mezcla
de angustia y profundo respeto se genera al pensar en las tristes
condiciones en que viven, su historia de dolor y, al mismo tiempo, la
capacidad de resistir 14 meses en la lucha, reivindicando sus derechos,
desafiando lo indesafiable.
Centenares de ex
trabajadores y viudas de la
Asociación Nicaragüense de Afectados por
Insuficiencia Renal Crónica
(ANAIRC), afiliada a la
UITA,
han abandonado sus casas y sus familias. Algunos sus parcelas o los
pequeños trabajos temporales que con dificultad habían conseguido pese a
la enfermedad.
La insuficiencia
renal crónica (IRC), que los debilita paulatinamente, día tras
día, dejándolos, al final, antes de morir, como sacos vacíos y deformes.
Otros inflados, inflamados, exageradamente llenos de líquidos que los
riñones ya no pueden filtrar, listos para explotar.
No me alcanza la
imaginación para poder percibir y compartir el sentimiento de sus
familiares, al momento de verlos exhalar el último suspiro, ante las
largas horas de agonía y la fatiga de abandonar la vida.
Se han trasladado a
Managua, cerca de la Catedral Metropolitana, de sacerdotes llenos de
amor cristiano y buenas palabras, pero no para ellos. Nunca los han
amado, ni aceptado, y mucho menos han experimentado la capacidad de
sentirse próximos a su dolor, ni la voluntad de aliviar sus penas. Nunca
probaron compasión.
Cerca también del
majestuoso Edificio BAC, símbolo indiscutible del imperio
Pellas. Ahí se planificaron las estrategias más finas y costosas,
para contrarrestar la campaña nacional e internacional de apoyo a los ex
trabajadores de la
ANAIRC.
También una campaña
de denuncia de la inamovible voluntad de no querer dialogar con sus ex
trabajadores y las viudas de los fallecidos. Escuchar sus voces y su
desesperación, poner atención a sus demandas, mirar sus manos curtidas
por el sol y la gran cantidad de caña cortada.
Miles y miles de
toneladas de caña cortadas con esas manos, cuerpos deshidratados bajo el
sol, envenenados, tal como lo denuncian, por agrotóxicos que por décadas
se han esparcido indiscriminadamente en todo el occidente de
Nicaragua. Agua contaminada. Una región que se ha vuelto una bomba
de tiempo en medio de extensiones infinitas de monocultivos.
Nicaragua
como
Guatemala,
Honduras,
El Salvador
y
Costa
Rica. Bajando hacia el Sur,
Panamá,
Ecuador, pasando
por
África
y Hawai.
Nemagón
o Fumazone,
la Docena Sucia, contaminación de los recursos hídricos, de la
tierra, de la gente. Porque el drama de miles de ex trabajadores
azucareros es el drama de los bananeros, de los y las que trabajaron en
los algodonales, que trabajan en el café y el tabaco, y más
recientemente en la palma africana.
Es el drama de un
modelo explotador que devora mano de obra barata y desesperada, y llena
las cuentas bancarias de unos pocos.
Productos que llegan
limpios, inmaculados, en la mesa de los consumidores. Allá en el Norte.
Ciudadanos demasiado ocupados para preocuparse de todo lo que está
detrás de una rica taza de café, una cucharita de azúcar, de un sabroso
banano o una exótica piña, un sabroso puro o un aromático y añejo trago
de ron.
El
rostro de “Camilo”
Han pasado 14 meses
y los miembros de la
ANAIRC
siguen acá. Esperan. Muchos se van
para siempre.
Los números siguen
dando una idea más clara del drama: 3.718 ex trabajadores fallecidos.
3.718 familias de luto. Aproximadamente más de 17 mil personas que de
alguna manera han vivido de cerca la muerte de un ser querido.
Muchos son los
afectados que engrosarán esta lista. Tal vez imperfecta, con carencias
científicas, pero real, hecha pisando las calles y tocando las puertas
de las casas. Una masacre silenciosa que ya no se puede ocultar.
Han pasado 14 meses
y ya son 18 las personas fallecidas que habían comenzado esta lucha en
la capital. Una de ellas era
Juan Félix Poveda, mejor conocido
como “Camilo”.
Camilo
tenía 50 años y
hasta el último momento de su vida quiso ser participe de esta lucha. Lo
conocí hace unos años. Estaba muy enfermo, casi no podía caminar, con
las piernas y las manos inflamadas y la creatinina que se le había
disparado.
Entró en el proyecto
piloto de ayuda sanitaria de la
Asociación Italia-Nicaragua y
paulatinamente se recuperó. Fue entre los primeros en instalarse en el
campamento en Managua y ahí permaneció hasta que las fuerzas y la
enfermedad se lo permitieron.
Ya en su lecho de
muerte, unas horas antes de entrar en estado de coma irreversible,
Camilo dijo de estar feliz y de no haberse arrepentido de lo que
había hecho en estos 14 meses. De estar orgulloso de haber luchado hasta
el final.
Invitó a sus
compañeros y compañeras a seguir adelante hasta alcanzar sus objetivos,
agradeciéndoles a todas las personas y organizaciones que habían estado
al lado de
ANAIRC en estos largos meses.
Pase lo que pase en
las próximas semanas, días u horas, las imágenes de esta lucha que viene
desde abajo, los gritos de dolor y de rabia frente a un edificio que
encierra la hipocresía de un modelo social y económico fracasado, no
serán letras muertas.
En toda esta
historia llena de dignidad humana no habrá vencedores ni vencidos.
Solamente la demostración de que sí es posible intentarlo y que la lucha
deja huellas.
Tarde o temprano
alguien continuará ese camino
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