Insuficiencia Renal Crónica
Las viudas piden
justicia
El flagelo de la
Insuficiencia Renal Crónica (IRC) no golpea solamente a los ex
trabajadores azucareros que dejaron sus vidas en los cañaverales, sino
también a miles de viudas y huérfanos que buscan cómo sobrevivir después
del fallecimiento de sus maridos y padres.
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Rafaela López Sánchez y Socorro Urbina |
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Según la Asociación Nicaragüense de Afectados de
Insuficiencia Renal Crónica (ANAIRC), serían más de 1.500 las
mujeres que han quedado solas y que siguen esperando que se haga
justicia. Otra cara de la misma moneda que agudiza aún más una tragedia
que necesita urgentemente de un esfuerzo conjunto que involucre a las
instituciones, la sociedad civil y la misma empresa propietaria del
Ingenio San Antonio.
Para dar voz a los y las sin voz, y como parte de una
estrategia para poner nuevamente en la agenda nacional el drama que se
está viviendo en el occidente del país, un grupo de viudas afiliadas a
ANAIRC se hizo presente en el Centro Ecuménico “Antonio
Valdivieso”, en Managua, donde se celebraba un aniversario más
del asesinato del obispo mártir Fray Antonio de Valdivieso.
Vestidas de negro y con las fotos de sus seres
queridos ya fallecidos, las viudas compartieron sus recuerdos con
Sirel.
Rafaela
López Sánchez
tiene 20 días de ser viuda. Su esposo, Mariano Uriarte,
falleció el pasado 6 de febrero después que la enfermedad lo dejó sin el
uso de sus riñones. “Estoy aquí para seguir con la lucha que comenzó mi
marido. Trabajó cinco años en el Ingenio San Antonio y hace dos
años tuvo que dejar el trabajo porque se cansaba mucho y ya no aguantaba
el esfuerzo. En los últimos años de su vida se dedicó a luchar para que
el Seguro Social le otorgara una pensión y para que el ingenio le
reconociera una indemnización. Al final, murió sin lograr ninguno de
estos objetivos, pero yo voy a seguir su lucha”.
Rafaela
se quedó con tres hijos, uno de los cuales está estudiando y vive con
ella. “Tengo la suerte de tener un trabajito en la Alcaldía de Posoltega,
y con eso sobrevivo y ayudo a mi hijo en sus estudios. Es duro, pero hay
que seguir luchando para conseguir lo que nos corresponde”, concluyó
López Sánchez.
Las reúne el dolor de sentirse desamparadas,
pero también la necesidad de levantar sus voces
para que las instituciones y la empresa en la
cual trabajaron sus maridos respondan por lo que
les corresponde. |
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Un poco más allá está sentada Socorro Urbina.
Lleva consigo la foto de su hijo que falleció en 2006 por IRC.
Era doctor en el hospital del Ingenio San Antonio y su mamá está
convencida de que la causa de su muerte fue el agua contaminada del
ingenio que tomaba a diario.
“Mi hijo Enrique José tenía un trato especial para la
gente que sufría de IRC, porque se identificaba con sus
condiciones de trabajadores. Se murió rápidamente. Comenzó a adelgazar y
su piel a ponerse amarilla. La situación fue empeorando día tras día y a
los tres meses falleció. Dejó a su esposa sola con cuatro hijos que
todavía están pequeños y nosotros ya estamos viejos y no tenemos con qué
ayudarle. Ella trabaja haciendo limpiezas, pero la situación está muy
difícil porque todo está caro y a veces no hay dinero ni para comprarles
la leche a los niños. Es por eso que estamos demandando que se le
otorgue una pensión de viudez y que el ingenio se responsabilice de esta
muerte. Queremos que se escuchen las voces de todas las viudas y de
todos los huérfanos, porque tienen ese derecho, ya que sus maridos y sus
padres fallecieron trabajándole a la compañía”.
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Luisa Munguía |
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La historia de Luisa Munguía no es muy diferente de
las demás y refleja la urgente necesidad de tener respuestas concretas
que tardan en llegar.
Su marido se llamaba José Adán Méndez Castillo, y
trabajó 26 años en el Ingenio San Antonio, en mecánica. Falleció
en 2004 con la funcionalidad renal en sólo la cuarta parte, y después de
haber conseguido una mísera pensión de 750 córdobas mensuales (40
dólares). “¿Qué voy a hacer con ese dinero, si ni me alcanza para la
comida?”, se pregunta doña Luisa. “Antes trabajaba haciendo tortillas,
pero ahora estoy enferma de los riñones y tuve que dejar de trabajar.
Tengo que comprar la comida, pagar el agua, la luz y las medicinas son
muy caras. Por suerte tengo dos nietos que trabajan y de vez en cuando
me ayudan, así logro sobrevivir. Estoy pidiendo justicia al Ingenio
San Antonio para que nos indemnice”, concluyó Munguía.
“Las viudas viven en condiciones terribles”, contó al
finalizar las entrevistas Carmen Ríos, presidenta de ANAIRC.
“Carecen de todo y hay muchos niños y niñas que no están yendo a la
escuela. Lo único que pueden hacer es buscar trabajo lavando y
planchando ajeno, pero esto no es suficiente para alimentar a toda la
familia”.
Estas son sólo algunas de las miles de historias que las
viudas podrían contar. Las reúne el dolor de una pérdida, el sentirse de
pronto solas y desamparadas, pero también la necesidad de levantar sus
voces para ser escuchadas, para que las instituciones y la empresa en la
cual trabajaron sus maridos respondan por lo que les corresponde.
Hasta la fecha, el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social
(INSS) ha dado algunas respuestas, cumpliendo en parte con lo
prometido por la nueva administración, pero aún falta mucho por hacer.
Hasta ahora, la Nicaragua Sugar Estates Ltd., propietaria del
Ingenio San Antonio, no ha querido responder a las innumerables
cartas enviadas por ANAIRC en búsqueda de una negociación, y la
paciencia se está agotando.
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