La condena se produjo como corolario de una denuncia
presentada en 2001 por la ONG francesa Eaux et Rivières de
Bretagne (ERB) ante el Ministerio del Medioambiente y el
secretariado de Estado para los Consumidores. ERB acusó a
Monsanto Agriculture France, y a Scotts France,
distribuidora en Francia del Roundup, de mentir en su
publicidad. Y aportó pruebas. Sobre las etiquetas de seis
diferentes productos de Monsanto conteniendo Roundup,
cuyo principio activo es el glifosato, se anunciaba que el
herbicida tenía ventajas ambientales en relación con sus
competidores. Esas ventajas, según Monsanto, eran que
el Roundup es “100 por ciento biodegradable, limpio, respeta
el medioambiente, eficacia y seguridad para el
medioambiente, utilizado según las indicaciones del
fabricante no presenta riesgos particulares para el ser
humano o los animales domésticos”.
Miente,
miente, que siempre algo quedará
Monsanto ha hecho suya la máxima acuñada por Goebbels, el
ministro de Instrucción Pública y Propaganda de Hitler. Ya
en 1996 había sido condenada en un juicio similar en Nueva
York, Estados Unidos, y fue obligada a dejar de engañar al
público, pero en Europa continuó mintiendo hasta 2003,
cuando resultó evidente que sus métodos de mercadeo estaban
siendo investigados. Sin embargo, en ese período y gracias a
onerosas campañas publicitarias en medios gráficos y
audiovisuales que la llevaron a ser la principal anunciante
del sector en Francia, el Roundup se transformó en el
herbicida más aplicado en jardines y tierras galas.
La mentira es una regla para Monsanto1,
que ha promovido su “agricultura transgénica” con base en
engaños, falsedades y promesas nunca cumplidas. No obstante,
su soja RR (resistente al Roundup) es el grano más producido
en el mundo. Ahora, con la reciente adquisición de
Delta&Pine Land2,
una de las principales productoras de semillas del mundo,
Monsanto es también propietaria de la llamada
“tecnología Terminator” por la cual las plantas se
autoesterilizan al madurar, impidiendo así que los
cultivadores y campesinos extraigan semillas de sus plantas
y deban comprarlas.
“Cuando
en 2000 Monsanto realizó una enorme campaña
publicitaria en televisión para el Roundup, nosotros
acabábamos de obtener los resultados de estudios que
mostraban la presencia masiva de glifosato, el principio
activo del Roundup, en los ríos bretones”, recuerda
Gilles Huet, delegado de la ERB. Y agrega que “Con estas
mentiras Monsanto logró la expansión del uso de este
producto”3.
Según la asociación, y a pesar de que en 2001 la Comisión
Europea clasificó al glifosato como “tóxico para los
organismos acuáticos” y capaz de “provocar efectos nefastos
para el ambiente a largo plazo”, las dos principales
moléculas del glifosato se encuentran presentes en el 55 y
35 por ciento de las aguas superficiales francesas4.
En sus considerandos, el tribunal de Lyon entendió que el
glifosato no es biodegradable ni siquiera según las
especificaciones del producto incluidas por Monsanto
en el embalaje, y por tanto tampoco deja el suelo limpio,
más aún teniendo en cuenta que se recomienda su uso
permanente. Y además señaló que Monsanto y Scotts
France conocían las características ecotóxicas del
producto, pero que a pesar de ello difundieron mensajes
publicitarios engañosos “conteniendo argumentos ecológicos
erróneos con el objetivo de hacer creer falsamente en la
existencia de una inocuidad total e inmediata para el
ambiente de sus productos”.
Después de haber suspendido la audiencia en dos
oportunidades, finalmente el tribunal condenó a Monsanto
Agriculture France a pagar una multa de 15 mil euros y a
Scotts France con una multa similar por haber incurrido
en el delito de “publicidad mentirosa”.
Carlos Amorín
©
Rel-UITA
1
de febrero de de 2007 |
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