Nanotecnología: del campo a su estómago

 

La mayor revolución industrial de todos los tiempos sucede a una escala tan pequeña que pasa inadvertida a la mayoría de la gente. La industria de la nanotecnología –la manipulación de la materia a escala del nanómetro, la millonésima parte de un milímetro– mueve actualmente más de 50 mil millones de dólares a escala global, y los analistas predicen que llegará a un billón de dólares anuales en 2011. La mayor parte de las aplicaciones comerciales están en la ingeniería de materiales, la informática, la medicina y la defensa. Pero también las aplicaciones en agricultura y alimentación crecen aceleradamente.

  

En diciembre de 2002, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés) publicó una primera aproximación a la nanotecnología en su área. Según la nueva visión nanotecnológica, la agricultura será más automatizada e industrializada, y se reducirá a funciones fragmentadas, eliminando aún más personas del trabajo agrícola. Siguiendo la tendencia que se potenció con la ingeniería genética, de control corporativo desde la semilla hasta el producto en el supermercado, la agricultura nanotecnológica controlaría incluso los átomos que componen esos productos.

 

Todas las corporaciones que dominan el negocio mundial de los transgénicos están invirtiendo en nanotecnología. Monsanto tiene un acuerdo con la empresa nanotecnológica Flamel para desarrollar su herbicida Roundup (glifosato, conocido en México como Faena) en una nueva formulación en nanocápsulas. El principal objetivo de este acuerdo es lograr una extensión de su patente por otros 20 años. Pharmacia (ahora parte de Pfizer), tiene patentes para fabricar nanocápsulas de liberación lenta usadas en "agentes biológicos como fármacos, insecticidas, fungicidas, plaguicidas, herbicidas y fertilizantes". Syngenta patentó la tecnología Zeon, microcápsulas de 250 nanómetros que liberan los plaguicidas que contienen al contacto con las hojas. Ya están a la venta con el insecticida Karate, para uso en arroz, pimientos, tomates y maíz. Syngenta también tiene una patente sobre una nanocápsula que libera su contenido al contacto con el estómago de ciertos insectos (lepidóptera).

 

Según Syngenta, estas nanocápsulas harían más seguro el manejo de plaguicidas peligrosos. Justifican así el mayor uso de agrotóxicos y la reintroducción de plaguicidas de alta peligrosidad. Pero además, como las nanopartículas son tan pequeñas, pueden atravesar el sistema inmunológico, moverse a través de la piel, los pulmones y otros órganos. Nadie conoce lo que sucederá con estas partículas artificiales en su interacción con los humanos, pero tampoco con el ambiente, insectos benéficos, fauna y flora silvestre. ¿Qué pasará con las nanocápsulas que no "exploten", al ser luego ingeridas por animales o humanos?

 

El USDA también planea la utilización de ejércitos de nanosensores que se liberan en los campos de cultivo para medir los niveles de agua, nitrógeno, posibles plagas, polen y agroquímicos, emitiendo señales que son captadas por computadoras remotas. Estiman entre cinco y 15 años para completar el proyecto, que también prevé que, mediante nanocápsulas, se puedan administrar agroquímicos según la información recibida en la computadora. Por cierto, esta es una aplicación diseñada originalmente para la industria bélica (Smart Dust), para monitorear las condiciones de los campos de batalla, presencia enemiga, armamento, etcétera.

 

Los gigantes de la industria alimentaria Kraft, Nestlé y Unilever están usando nanotecnología para cambiar la estructura de los alimentos. Kraft está desarrollando bebidas "interactivas" que cambian de color y sabor, por ejemplo un líquido con átomos suspendidos que se convierte en la bebida requerida (café, jugo de naranja, whisky, leche u otras) al someterlo a ciertas frecuencias de onda. Nestlé y Unilever desarrollan emulsiones en nanopartículas para cambiar la textura de helados y otros alimentos.

 

Uno de los trasfondos de todas estas aplicaciones en nuestros cultivos y alimentos es la incertidumbre, aún mayor que la que existe con la ingeniería genética, sobre los impactos que tendrá la liberación de nanopartículas artificiales en el ambiente y la salud. Dónde se depositarán, con qué se combinarán, qué reacciones químicas pueden detonar con otros elementos, en los organismos y el ambiente. Un estudio presentado en 2004 en la Sociedad Americana de Química mostró que la presencia de nanoesferas de carbono disueltas en agua causaron daños severos al cerebro de los peces en sólo 48 horas.

 

Es evidente que el marco de la creciente concentración corporativa y la ciencia desarrollada en este contexto –aún en instituciones públicas, en general financiada y orientada por la industria trasnacional– no incluye preocuparse por qué impactos pueden tener sus invenciones para la gente común, los campesinos, consumidores o el medio. Por los vastos impactos potenciales que implica, el desarrollo de la nanotecnología debe ser objeto de una moratoria global inmediata. Más que nunca, necesitamos un amplio escrutinio y un verdadero control social de la ciencia. Pero, sobre todo, recuperar el control social de nuestras condiciones de vida, por ejemplo, sobre algo tan básico para todos como la producción de alimentos.

 

 

Silvia Ribeiro *

16 de agosto de 2004

 

 

* Investigadora del Grupo ETC.

 

 

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