Nicaragua

NEMAGÓN II

Un asesino en serie anda suelto

 

El DBCP, como otras miles de sustancias químicas, fue creado para paliar desequilibrios provocados en la tierra por un modelo agrícola filosóficamente tributario de una lógica de guerra, exterminio y lucro. En esa lógica, el valor del ser humano nunca superó el de una planta de banano o de piña, bien supremo al que había que proteger, incluso al costo de liquidar generaciones enteras. Conocer el Nemagón es conocer la lógica asesina de la industria química aplicada a la agricultura.

Los primeros registros oficiales en Estados Unidos del químico 1,2 dibromo-3-cloropronano (DBCP) datan de 1966 y sus permisos fueron cancelados recién en 1979. Su uso fue autorizado a pesar de un informe recomendando lo opuesto que produjeron algunos técnicos del Departamento de Agricultura de ese país, que ya alertaba sobre posibles efectos adversos en la salud humana. La empresa que lo registró inicialmente fue la Dow Chemical Company. Posteriormente otras firmas continuaron registrando en las listas oficiales centenares de productos que usaban el DBCP con distintas dosis dentro de su composición y en diferentes presentaciones.

El DBCP fue inventado casi exclusivamente para “tratar” el suelo en los monocultivos de banano y piña.

En general se presentaba como un líquido que era aplicado en el suelo para eliminar los nematodos, organismos que atacan la raíz de los vegetales provocando alteraciones graves y hasta la muerte. La proliferación de nematodos, sin embargo, se produce cuando la calidad vital del suelo ha sido destruida por el uso intensivo de agrotóxicos y fertilizantes químicos. Estas técnicas convencionales de cultivo crean profundos desequilibrios en el organismo vivo que es la tierra, generando la aparición o proliferación exagerada (plaga) de seres vivos que de otra manera son naturalmente controlados. Desde hace mucho tiempo se conocen diversas técnicas que pueden controlar fácilmente los nematodos sin utilizar un solo gramo de químicos, por ejemplo la biofumigación.

Para conocer sus efectos en los seres humanos lo más ilustrativo es saber qué les ha pasado a las personas más expuestas al DBCP: los trabajadores bananeros de Centroamérica y sus familias.

Orlando Barrantes Cartín, secretario general del Consejo Nacional de Trabajadores (CONATRAB) de Costa Rica, los relata así:

Esterilidad

Los trabajadores expuestos sufren varios tipos de esterilidad, bajo la generalidad de la aplasia de célula germinal (sus cuerpos no producen esperma). Algunos no producen nada de esperma (azoospermia). Otros producen una cantidad inferior al nivel normal (oligospermia), y también hay hombres que presentan niveles altos o normales, pero de carácter deforme, por ejemplo espermas con movilidad limitada (teratospermia). En todos estos casos es casi imposible que los hombres puedan engendrar. Esa esterilidad constituye fisiológicamente la castración química de miles de hombres.

Cáncer

Se ha comprobado que el DBCP causa cáncer testicular y estomacal. Entre los trabajadores que fueron expuestos al DBCP se manifestaron casos de cáncer testicular, en los riñones y en el duodeno.

Problemas degenerativos

Algunos hombres manifiestan daños diversos, como problemas del sistema nervioso central, procesos degenerativos como pérdidas de dientes, dolores musculares y pérdida de visión y ceguera.

Alteraciones genéticas

Muchas mujeres de la región donde se aplicó el DBCP no han podido ser madres porque abortan a las pocas semanas de gestación. Otras han confirmado padecer tumores, dolencias en los huesos y atrofias musculares. También sufren trastornos hormonales y otras alteraciones en sus ciclos menstruales.

Malformaciones

En los casos de las personas expuestas al DBCP que posteriormente pudieron engendrar, sus hijos manifiestan problemas genéticos. Por ejemplo, un niño nació con un serio problema de glóbulos rojos en la sangre y debe recibir transfusiones semanales. La víctima sufre mareos, se acalora y camina con dificultad. Hay cientos de niños con problemas mentales y físicos.

Disturbios sicológicos

La incapacidad de engendrar ha llevado a repercusiones graves, incluyendo impotencia, depresión severa, pesadumbre y confusión. Estas aflicciones han resultado en pérdida de trabajos, alcoholismo y amenazas de suicidio. Algunas de estas víctimas requieren de ayuda psiquiátrica.

Rechazo social

Las personas afectadas y sus familias son víctimas de aislamiento social. Muchos fueron abandonados por sus cónyuges. Algunos matrimonios acordaron buscar otros hombres sin problemas para embarazar a la mujer, causando desequilibrios matrimoniales y separaciones. Los hombres estériles son el blanco del ridículo social, ya que en la cultura a la que pertenecen, mucho del valor de un hombre se mide por su virilidad, que se evidencia engendrando. Los hijos de los afectados que padecen de malformaciones o enfermedades sufren humillaciones en manos de otros niños.

Medio ambiente

El DBCP es considerado altamente persistente y móvil. Su descomposición es lenta en el suelo. Se puede filtrar a través de ciertas tierras. Es un contaminador de la tierra y del agua de superficie.”

Pero el efecto más devastador quizás recién se empiece a manifestar en una o dos generaciones, cuando los hijos o nietos de los trabajadores y trabajadoras afectados tengan, a su vez, descendencia, ya que el DBCP es un disruptor hormonal.

Pero, ¿qué es eso?

En el libro Nuestro futuro robado1, Theo Colborn, doctora en zoología e investigadora del Fondo Mundial para la Vida Silvestre (WWF, por sus siglas en inglés), John Peterson Myers, también doctor en zoología y director de la Fundación W. Alton Jones, organización dedicada a apoyar iniciativas para proteger el ambiente y evitar la guerra nuclear, y Dianne Dumanoski, periodista con sólida experiencia en temas ambientales, todos estadounidenses, reunieron el resultado de años de investigación.

Una de sus importantes y alarmantes conclusiones es que las sustancias químicas liberadas en el ambiente están diseminadas por todo el planeta, y que algunos de sus efectos más graves sobre la humanidad aún no se han estudiado "oficialmente". Particularmente, su capacidad para -una vez que ingresaron al cuerpo humano- alterar los equilibrios hormonales que regulan numerosas funciones orgánicas, entre ellas la reproducción, los comportamientos sexuales, el sistema inmunológico, el sistema nervioso, la memoria y la capacidad de aprendizaje.

Nuestro futuro robado revela, por ejemplo, que en los laboratorios oficiales y privados se analizan los efectos de las sustancias químicas sobre cobayos expuestos a dosis altas del producto, pues todos estos análisis procuran determinar si son o no cancerígenos. Pero el sistema hormonal de los animales (y por lo tanto de los seres humanos) es sensible a pequeñísimas dosis de estos venenos, particularmente en etapas de formación del organismo, y especialmente en la prenatal. Esta investigación demuestra que las sustancias químicas persistentes atraviesan la barrera placentaria para alojarse en el feto, y que también pasan de la madre a la cría por medio de la leche materna. Dosis que en un adulto prácticamente no tendrían consecuencias graves, en los fetos y los niños pueden ser devastadoras. Pequeñas cantidades de estos disruptores pueden tener consecuencias una o dos generaciones después de que se produjo la contaminación, ya que alteran las células reproductivas de las víctimas directas, pero sus efectos los padecerán sus hijos o nietos cuando reciban su herencia genética “envenenada”.

Este libro constata algunos otros hechos no menos terribles. Por ejemplo que en Estados Unidos -y en el mundo- miles de sustancias químicas nuevas ingresan al mercado prácticamente sin contralor oficial acerca de sus efectos en el ambiente y la salud humana; que sólo se ha estudiado un porcentaje ínfimo de las sustancias que han sido liberadas en el ambiente y, por lo tanto, muchas otras pueden estar afectando insidiosamente no ya nuestra salud, sino nuestras posibilidades de supervivencia como especie; que el modelo de desarrollo basado en el confort a cualquier precio no es viable a mediano plazo; que la globalización confiere a las nuevas tecnologías -y a sus efectos indeseados y desconocidos- un carácter planetario inmanejable y extremadamente peligroso; que es probable que la Tierra jamás logre recuperarse completamente del golpe asestado en estos 50 años por la industria química.

La agricultura es uno de los ámbitos en los cuales esos venenos son más utilizados, y los primeros damnificados siempre son quienes los aplican: los trabajadores y trabajadoras, sus familias, quienes habitan cerca de los cultivares fumigados, los consumidores que inadvertidamente comen alimentos tratados con agrotóxicos.

Desde la primera edición de Nuestro futuro robado a principios de los años 90 hasta ahora, la importancia asignada por los científicos a los disruptores hormonales no ha cesado de aumentar, y sus riesgos son analizados con preocupación creciente. Si embargo, todavía es demasiado lento, demasiado poco, demasiado tarde con relación a la velocidad con la cual la industria química logra introducir nuevas sustancias al mercado.

El caso del DBCP, más conocido como Nemagón, y su aplicación masiva en Centroamérica deberá quedar inscrita en la historia junto a los crímenes de lesa humanidad, así como la lucha de sus víctimas por recibir justicia y recuperar su dignidad debe ser apoyada hasta llegar a la meta.

Autor:

Carlos Amorín

© Rel-UITA

18-12-02

 

NOTA


1  ECOESPAÑA Editorial, en coedición con Rel-UITA

 

  UITA - Secretaría Regional Latinoamericana - Montevideo - Uruguay

Wilson Ferreira Aldunate 1229 / 201 - Tel. (598 2) 900 7473 -  902 1048 -  Fax 903 0905