Venían a protestar para que la Asamblea Nacional
aprobara una ley especial para poder enjuiciar a las
transnacionales que habían producido, comercializado y
aplicado el producto incriminado. Parecían no tenerle
miedo a la muerte, ni a la vergüenza de enseñar sus
cuerpos deformes y contar sus tristes historias cargadas
de dolor y sufrimiento. Estaban dispuestos a todo para
lograr esta ley y permanecieron frente al Parlamento
hasta alcanzar su objetivo.
Ese ejemplo de lucha social y de determinación para que
se reconocieran sus derechos violados, obligó a las
instituciones a poner en la agenda nacional el tema del
Nemagón y de los efectos de los agrotóxicos en la
salud humana y en el ambiente. Miles de humildes
campesinos supieron plantearle a Nicaragua y al
mundo entero la necesidad de mirarse al espejo y
reflexionar sobre los horrores que el modelo de
producción implementado por décadas había engendrado. No
se trataba solamente de enjuiciar a las transnacionales,
sino de pedir al Estado que reconociera la existencia de
una emergencia nacional, que aceptara la vergüenza de su
silencio decenal y trabajara para dar respuestas
efectivas y definitivas al problema.
La lucha de los ex trabajadores del banano recorrió el
mundo. Sus rostros curtidos por el sol, sus miembros
retorcidos, sus gritos de enojo frente a la
intransigencia de las transnacionales y de las
instituciones aparecieron en los medios de comunicación
de todos los continentes, junto con esa capacidad de
burlarse y reírse del futuro, como forma de exorcizar al
ineluctable futuro que los esperaba detrás de la
esquina.
Y tuvieron que seguir marchando, frente a las maniobras
de políticos cegados por lo que el analista político
Ignacio Ramonet llama el “Pensamiento único” y por
la trágica costumbre de seguir fielmente las órdenes que
provenían desde la potencia del Norte. Regresaron en
2002 para defender la Ley 364 contra las pretensiones de
la embajada norteamericana de declararla
inconstitucional, y en 2004 para que el Estado se
hiciera cargo de esta emergencia nacional.
El terreno situado frente a las instalaciones de la
Asamblea Nacional, donde surge el monumento al
periodista mártir Pedro Joaquín Chamorro, fue
rebautizado “la Ciudadela del Nemagón”. La ciudadanía
comenzó a acercarse para preguntar, conocer las
historias, compartir momentos y comida con las miles de
personas acampadas. Managua fue conociendo poco a poco
el valor y la obstinación de ese pueblo de occidente,
aprendiendo a convivir con sus sueños que, muchas veces,
se estrellaban contra el muro del desinterés
institucional.
La última marcha fue en 2005 y se le dio el nombre de
“Marcha sin retorno”. La evolución de su lucha los llevó
a unir esfuerzos con otros sectores, como los ex
trabajadores azucareros afectados por la Insuficiencia
Renal Crónica (IRC) y a pedir apoyo a las
organizaciones de la sociedad civil nacional e
internacional. Juntos presentaron una larga lista de
demandas, que no sólo abarcaban el aspecto social y
sanitario de su situación, sino temáticas mucho más
amplias, como la reforestación, la prohibición de una
larga lista de agrotóxicos, los análisis de las aguas
contaminadas de occidente, proyectos productivos, el
control de las quemas en los ingenios azucareros, la
implementación de un modelo productivo sostenible, entre
otros.
Fueron ocho meses de lucha y negociaciones intensas con
el gobierno y con la Asamblea Nacional que desembocaron
en acuerdos con ambas instituciones, no sin dejar un
rastro de muerte y agudización de las enfermedades.
Pero no todo fue positivo. A lo largo de los años, los
bananeros se dividieron en muchas fracciones, en un
vórtice de donde surgieron asociaciones, organizaciones,
bufetes de abogados, líderes sindicales, políticos y
seudo líderes populares. La división fue, sin lugar a
dudas, uno de los elementos que más afectó y dañó esa
lucha.
La Asociación de Trabajadores y ex Trabajadores
Afectados por el Nemagón y Fumazone (Asotraexdan),
cuyo presidente es Victorino Espinales, siguió
protagonizando las marchas y las protestas, decidiendo
finalmente abandonar la vía de los juicios en contra de
las transnacionales a través de abogados y buscando una
negociación directa con la Dole.
Otros grupos, cada quien con sus líderes y abogados
nacionales y norteamericanos, se reunieron formando el
Grupo de los Ocho y siguieron buscando la vía judicial,
renunciando a las protestas y a las marchas. Las
instituciones y las mismas transnacionales aprovecharon
la confusión para sembrar cizaña y al final, las
acusaciones, las denuncias y las ofensas entre los
diferentes grupos empañaron aquella lucha inicial,
debilitándola y creando desconcierto entre la gente que
con entusiasmo había demostrado su apoyo y solidaridad.
La nueva marcha
El pasado 20 de mayo, los bananeros de Asotraexdan
decidieron emprender su quinta marcha hacia Managua,
esta vez para reclamarle al nuevo gobierno el respeto de
los acuerdos firmados por la administración Bolaños
en 2005 y denunciando que se les ha suspendido la
atención sanitaria prioritaria acordada en estos
acuerdos. A las demandas iniciales, los bananeros
estarán presentando otros puntos que todavía se
desconocen.
Una vez más, ese grupo de afectados marchará con sus
bolsos y sus lonas de plástico negro para protegerse de
la lluvia que está comenzando a caer copiosa sobre
Nicaragua. Según Victorino Espinales, esta es
la única forma para que el gobierno los escuche, después
de haber enviado tres cartas al presidente Ortega,
sin tener respuesta, para que se vuelva a conformar una
Comisión Interinstitucional y entablar nuevas
negociaciones.
Ha pasado más de un año y medio desde que se fueron,
pero muy poco se ha cumplido desde la firma de los
acuerdos en mayo del 2005. Ahora los bananeros regresan,
pero muchas de la condiciones iniciales han cambiado.
Desde la primera marcha en 1999 han muerto casi 1.700
personas (196 desde que regresaron a sus casas en
octubre del 2005) y otras 1.600 no podrán participar por
el grave estado de salud en que se encuentran. La misma
dramática situación se refleja en los otros grupos de
bananeros.
En Managua se espera la llegada de unas 1.500 personas,
pero al momento de iniciar la marcha se contabilizaban
poco más de 300. También se rompió la unidad entre los
sectores que protagonizaron la “Marcha sin Retorno”. Los
cañeros de ANAIRC ya no serán parte de esta nueva
protesta por problemas que se generaron entre las
organizaciones. Habrá también que ver cual será la
reacción de la población, de la sociedad civil y del
nuevo gobierno frente a esta nueva e inesperada decisión
de regresar a Managua y al intercambio de acusaciones
entre los diferentes líderes, dirigentes sindicales y
abogados de los diferentes grupos.
La querella, una vez más, podría empañar el verdadero
significado de una lucha que ha cruzado las fronteras de
Nicaragua y ha sido ejemplo de resistencia en el
mundo.
En Managua,
Giorgio Trucchi
© Rel-UITA
8 de junio
de 2007 |
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