Paraguay
                    
                      
                      
                        
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                    Ninguna esquina será perdida | 
                        
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                    El 
                    envenenamiento de Rincon-í es una muestra de lo que depara 
                    el siglo XXI si 
                    todo queda en manos de las transnacionales. La lucha 
                    organizada de los pobladores de esa localidad paraguaya 
                    enseña  
                    
                    que es posible darle a nuestra historia un final 
                    diferente. Depende  
                    
                    de todos y de cada 
                    uno de nosotros. | 
                      
                      
                     
                    
                    
                    
                      
                    
                    
                    Salimos de Asunción a media mañana, la 
                    barra en pleno se reunía nuevamente. Próximo al mediodía nos 
                    detuvimos en Ybicuí, en casa de la familia Segovia en 
                    procura de los alimentos para el esperado encuentro. “Falta 
                    media hora”, nos informaron, y decidimos adelantarnos a pie 
                    mientras el resto de la comitiva aguardaba por las empanadas 
                    que, curiosamente, los campesinos paraguayos acostumbran 
                    consumir dentro de un pan. Desbordados por la ansiedad ante 
                    el reencuentro con los damnificados, con mucha gente amiga, 
                    y en el intento de administrar tanta emoción luego del fallo 
                    judicial favorable, partimos desde las postrimerías de 
                    Ybicuí. A escasas cuadras el caserío mostró sus límites, la 
                    frontera con el espacio rural y la dimensión de un tiempo 
                    anclado en el tiempo. 
                    
                     
                    
                    Un camino angosto y sinuoso de tierra 
                    colorada y arenosa nos lleva a Rincon-í, en la falda del 
                    cerro San José. Nos acompaña el olor a tierra mojada, 
                    testimonio de la intensa lluvia de ayer, de un encapotado 
                    día que cuesta recordar en la limpidez de este cielo. Pablo 
                    Balmaceda avanza ensimismado y sonriente por el centro del 
                    camino, triunfante sin proponérselo. En un momento su lento 
                    andar se detiene y acomodándose los lentes con su índice 
                    derecho (costumbre integrada a su lenguaje gestual), 
                    comenta: “Es la primera 
                    vez que voy a Rincon-í y no siento miedo”. El 
                    doctor Balmaceda extrajo sangre y efectuó los 
                    interrogatorios clínicos a los contaminados en medio del 
                    nauseabundo olor que expelía la basura tóxica de la 
                    transnacional algodonera 
                    Delta & Pine, 
                    en medio de policías y orejas al servicio del entonces 
                    gobernador del departamento de Paraguari, Julio César Fanego 
                    –hoy senador de la República–, cuya omnipresencia todo lo 
                    controla y a casi todos manipula. 
                    “Fue una bella lucha”, 
                    dice Balmaceda acariciando las palabras, mirándonos por 
                    encima de sus lentes que volvieron a deslizarse con la misma 
                    porfiada autonomía que el automático dedo reubicará contra 
                    su frente.
                    
                     
                    
                    La vegetación crece en densidad a medida 
                    que nos acercamos al lugar donde en noviembre de 1998
                    Delta & Pine 
                    se deshizo de 30 mil bolsas de semillas vencidas de 
                    algodón tratadas con agrotóxicos, conteniendo además 
                    inconmensurables cantidades de una bacteria producida 
                    artificialmente. 
                    
                     
                    
                    En un alto en el camino Pedro Salcedo, 
                    otro de los ansiosos caminantes, advierte: 
                    “Eric Lorenz 
                    (representante legal de la 
                    Delta & Pine en Paraguay) 
                    debió aceptar gustoso la 
                    propuesta de Julio Chávez cuando éste le ofreció su parcela 
                    para que la empresa se deshiciera de la basura tóxica”. 
                    Pedro, integrante de nuestra Secretaría tenía razón, esa 
                    remota esquina debajo de la negra alfombra de Fanego 
                    resultaba el lugar perfecto para sucuchar tamaña carga, para 
                    lo cual fueron necesarios diez días de un incesante desfile 
                    de camiones atiborrados de bolsas y el servicio de decenas 
                    de personas para descargar y esparcir las semillas.
                    
                     
                    
                    Las flores violáceas de los lapachos que 
                    sobresalen altaneros en el bosque nativo, cuesta arriba del 
                    cerro, anuncian la proximidad del lugar donde desembarcó la
                    Delta & Pine, 
                    a escasos metros de una escuela pública a la cual concurrían 
                    262 alumnos en aquel entonces. Allí, a la vera de un camino 
                    vecinal la eco-filantropía de las transnacionales de la 
                    agro-bio-tecnología, promocionada en estas latitudes hasta 
                    el hartazgo, perdió sus enaguas dejando al desnudo una 
                    política que se enmarca en un mayúsculo desprecio por la 
                    vida y el ambiente. En Rincon-í la dominación de las 
                    empresas sobre los ciudadanos, el bienestar de las 
                    corporaciones sobre el bienestar de la gente, es más que una 
                    leyenda, es una constatación en carne viva, una herida que 
                    todavía duele. 
                    
                     
                    
                    En un impulso instintivo Balmaceda 
                    comienza a escarbar en la tierra suelta, y para nuestra 
                    sorpresa, a escasos centímetros aparecen las semillas, las 
                    mismas que en noviembre cumplirán seis años en ese lugar. 
                    ¿Cómo es posible?, nos preguntamos. 
                    “Seguramente la cantidad y 
                    el poder bactericida y fungicida del Kodiak (la 
                    bacteria manipulada en laboratorio) 
                    que se arrojó aquí, ha impedido su completa degradación”, 
                    acotó Carlos Amorín, autor del libro “Las Semillas de la 
                    Muerte”, que relata esta historia. 
                    
                    
                    En el predio de Julio Chávez, de 
                    aproximadamente una hectárea y media, se arrojó una cantidad 
                    de semillas suficiente para sembrar 60 mil hectáreas de 
                    algodón, con la consiguiente carga de agrotóxicos y de 
                    Kodiak. Un estudio realizado por la ONG Alter Vida a fin de 
                    los años 90, mencionaba que en las 306 mil hectáreas 
                    destinadas al algodón en Paraguay se utilizaban 
                    aproximadamente 920 toneladas de agrotóxicos, es decir 3 
                    kilos por hectárea, siendo innumerables los problemas 
                    sanitarios y ambientales ocasionados por esa carga química. 
                    Según un informe del Thechnology Sciences Group Inc., con 
                    sede en San Francisco, California, en la hectárea y media 
                    del servicial Julio Chávez la 
                    Delta & Pine 
                    arrojó 4 toneladas de venenos agrícolas.
                    
                     
                    
                    Llegamos al lugar de reunión donde nos 
                    reciben más de 70 familias. Ana María Segovia, responsable 
                    de la comisión de damnificados, comienza su intervención 
                    gritando: “¡Ganamos!” Pues sí, la justicia falló a favor de los 
                    damnificados, constatado la agresión contra el medio 
                    ambiente y el procesamiento ilícito de desechos, por lo cual 
                    condenó a Julio Chávez a 15 meses de prisión y a Nery Rivas 
                    (ingeniero agrónomo y funcionario de confianza de la 
                    Delta & Pine), 
                    a dos años de prisión. El ciudadano estadounidense Eric 
                    Lorenz, quien huyó poco después del crimen fue declarado 
                    formalmente “en rebeldía” por la justicia paraguaya.
                    
                     
                    
                    En marzo de 1998, en Estados Unidos,
                    Delta & Pine 
                    patentó una tecnología mundialmente conocida como 
                    “exterminadora”, que tiene por finalidad castrar las 
                    semillas para que únicamente sirvan en una cosecha, y así 
                    los agricultores estén obligados a comprarle a ella la 
                    semilla para volver a sembrar. Seis meses después, en el 
                    Sur, en Paraguay, 
                    Delta & Pine limpió sus depósitos e intentó 
                    patentar una “modernísima” forma de deshacerse de sus 
                    desechos tóxicos: arrojándolos a cielo abierto, en medio de 
                    un humilde pueblo, contaminándolo todo. Un grupo de 
                    campesinos liderados por una mujer lo impidió denunciándolo, 
                    iniciando un proceso judicial en un contexto completamente 
                    desfavorable y hasta amenazante. Casi seis años después la 
                    victoria les confirma que el gesto de dignidad que tuvieron 
                    era el camino correcto, y que la valentía, la paciencia, la 
                    solidaridad y la unidad suelen encontrar caminos para 
                    recordarnos que nunca debemos dar ninguna esquina, ningún 
                    Rincon-í por perdido.
                    
                    
                     
                    
                    
                     
                    
                    
                    
                    Gerardo Iglesias
                    
                    
                    © Rel-UITA
                    
                    
                    10 de agosto de 2004