La medida
suspende la utilización del producto en la ciudad de San
Jorge, corazón del monocultivo de soja, ante un recurso de
amparo presentado por vecinos. Productores marcharon al
juzgado en defensa de las fumigaciones.
Ailén
tiene sólo 2 años, pero ya conoce la faceta más silenciada
del cultivo de soja: cuando tenía cinco días de vida sufrió
su primera intoxicación con agrotóxicos. Desde ese momento,
cada fumigación es un camino directo al hospital, y todos
los días recibe un cóctel de medicamentos para poder
respirar. Ailén tiene los ojos color miel y la tez
blanca, vive en San Jorge, centro-oeste de Santa Fe, pleno
corazón del monocultivo, y su casa está a diez metros de una
plantación de soja. Cada vez que las avionetas rocían los
campos, se repiten las alergias, intoxicaciones y problemas
respiratorios. En base a estos padeceres y estudios médicos,
la Justicia acaba de prohibir las fumigaciones con el
agrotóxico Roundup, pilar de la industria sojera mundial y
propiedad de la multinacional Monsanto. La medida
privilegia la salud por sobre la actividad económica. Los
productores agropecuarios santafesinos estuvieron lejos de
aceptar el fallo: marcharon hacia el juzgado en defensa de
las fumigaciones.
San Jorge
está ubicada a 144 kilómetros de la capital provincial.
Viven 25.000 personas y se la conoce como la “capital de la
industria alimentaria”, por su pasado con gran variedad de
cultivos, aunque desde hace una década reina la soja. En el
barrio Urquiza, en las afueras de la ciudad, frente a campos
con la oleaginosa, predominan las casas bajas aún sin
terminar. “No estamos contra los sojeros, sólo queremos
cuidar a nuestros hijos. Y todos acá sabemos que cuando
fumigan, los chicos sufren”, resume Viviana Peralta,
mamá de Ailén e impulsora del recurso de amparo, que
fue acompañada por otras veintidós familias y el Centro de
Protección a la Naturaleza (Cepronat).
El juez
Tristán Martínez -del Juzgado Civil, Comercial y Laboral
11- hizo lugar al amparo el lunes último y ordenó la
suspensión inmediata de las fumigaciones en adyacencias de
la zona urbana de la ciudad, hasta que el Concejo
Deliberante y el Municipio se hagan eco de la ley 11.273
(sancionada en 1995) y determinen qué zonas pueden ser
rociadas con agrotóxicos.
La soja
sembrada en el país ocupa 17 millones de hectáreas de diez
provincias y tiene nombre y apellido: Soja RR, de la empresa
Monsanto. Se llama así porque es “Resistente al
Roundup”, nombre comercial del glifosato, herbicida vendido
por la misma empresa. El químico se rocía sobre la maleza,
que absorbe el veneno y muere en pocos días. Lo único que
crece en la tierra rociada es soja transgénica, modificada
en laboratorios. La publicidad de la empresa clasifica al
glifosato como inofensivo para el hombre. La abogada
patrocinante, Gabriela Ferrer, piensa diferente. “Los
cuadros de broncoespasmos se agravan en épocas de
fumigación. Los médicos han recomendado abandonar las casas
cada vez que haya fumigaciones. Aunque se encierren en sus
viviendas, se repiten durante días los dolores de cabeza,
los problemas de garganta y la irritación de ojos”, detalla
en la presentación judicial, que apunta contra los
productores sojeros, la Municipalidad de San Jorge y el
Ministerio de Producción provincial -que rechazó hablar con
este diario-. Ambos espacios gubernamentales son
responsables, por ley, de delimitar qué zonas deben ser
destinadas a cultivos y qué espacios estar libres de
agrotóxicos.
El amparo
también avanza contra el Servicio Nacional de Sanidad y
Calidad Agroalimentaria. “Según el Senasa, el
principio activo del glifosato está clasificado en la
categoría de menor riesgo toxicológico, pese a que
investigadores nacionales e internacionales han probado su
alto grado de toxicidad y sus nefastas consecuencias sobre
la salud”, detalla el amparo.
Las
familias denunciantes y el Cepronat forman parte de
la campaña “Paren de Fumigar”, iniciativa que denuncia los
efectos sanitarios de los agrotóxicos y busca detener el uso
de herbicidas perjudiciales a la salud y al ambiente. Su
fundamento es el artículo 41 de la Constitución nacional.
“Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano,
equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las
actividades productivas satisfagan las necesidades presentes
sin comprometer las de las generaciones futuras.”
Ayer a la
tarde, tres días después de la prohibición judicial,
Viviana Peralta (la impulsora de la denuncia) aún no
había salido de su casa por temor a represalias. El pueblo,
zona de monocultivo por excelencia, estaba convulsionado por
el veto a las fumigaciones. Los productores sojeros no
paraban de llamar a las radios locales, criticaban a las
familias fumigadas y hasta se reunieron fuera del juzgado,
para exigir que el juez se retracte.
“Los
‘gringos’ (productores de soja) andan diciendo por todos
lados que nosotros dejamos mal parada a la ciudad. Es
mentira, sólo queremos cuidar la salud de nuestros hijos”,
explica, preocupada, la mamá de Ailén. “Soy nacida
aquí. Mis seis hijos nacieron aquí. Siempre vivimos
tranquilos, pero desde que llegó la soja todo cambió. Ya no
se puede vivir por el veneno y no se puede hablar mal de la
soja porque te saltan encima, te declaran enemigo. Les
importa más el dinero que la salud de nuestros hijos”,
lamenta.
Darío
Aranda
Página 12
24 de
marzo de 2009
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