Establecer una redistribución de los recursos alimentarios
básicos para
satisfacer las necesidades de toda la Humanidad es una
prioridad tan asumida en teoría como irresuelta. El
desarrollo creciente de los biocombustibles ha puesto
descarnadamente en evidencia los desequilibrios e
injusticias que condenan a una parte del mundo a la
desnutrición
Cuando les digan que el hambre en el
mundo es un problema de falta de alimentos,
por favor, no se dejen
engañar.
Por lo tanto, si escuchan propuestas
-normalmente de instituciones tipo
Banco Mundial,
Fondo Monetario Internacional,
Organización Mundial de Comercio o
empresas ligadas a
sectores productivos, y con
mucho poder dentro de esas
organizaciones
internacionales tan poco democráticas- en la
línea de que la lucha
contra el hambre
pasa por el aumento de la producción de alimentos
a toda costa, desconfíen
de sus iniciativas.
En estos cuarenta años de
neoliberalismo lo que ha funcionado
a la maravilla es la ley
del mercado, que es muy simple:
a menor disponibilidad de
un bien, más alto será el precio
al que se puede vender.
Como explica el sociólogo Jean
Ziegler,
«la actividad prioritaria
de los señores del imperio
de la vergüenza (léase las instituciones
arriba mencionadas),
es organizar la escasez de los bienes».
Miren, hace cuarenta años
400 millones de personas sufrían
desnutrición permanente y
crónica, hoy en día (aunque es
cierto que la población mundial
ha aumentado) la cifra se
ha doblado, mientras que existen datos vergonzosos.
¿Saben que cerca del 40% de la comida
que compramos se acaba
lanzando al cubo de la basura?
En el mar, una
tercera parte de lo que se pesca en el mundo,
en lugar de dedicarlo directamente a la alimentación
humana, se destina a fabricar harinas
de pescado que sirven para alimento de
nuestras ganaderías, de
nuestros animales domésticos o para alimentar a peces
de factorías perdiendo
muchas proteínas por el camino.
Normalmente, para que un pescado
de piscina
engorde un kilo se le han de suministrar
entre 3 y 6 kilogramos de pescados perfectamente
comestibles. Así, los más de 10 millones de niños
menores de cinco años que
mueren cada año de desnutrición no mueren
por carencia de
alimentos, sino por una distribución desigual, por una
carencia organizada.
El ejemplo más actual lo tenemos con la
imposición de los agrocombustibles. El valiente
análisis de Jean Ziegler me hace pensar que de nuevo
se organiza una carencia de cereales
que sólo traerá beneficios para grandes empresas
tipo
Cargill
y
Monsanto,
y hambre y desforestación
para los más débiles. Ante la gran demanda de cereales para
los automóviles, la
alimentación del ganado y la alimentación humana, el
precio de éstos subirá todo lo que estos constructores de
pobreza se propongan.
Los alimentos ya se han encarecido en muchos
países donde la población pobre es lógicamente
la más afectada. En nuestra Europa la subida
de precios
se espera para otoño. Veremos.
Se anuncia una subida generalizada
del pan, entre cinco y diez
céntimos. Parece una tontería,
pero el pan sigue siendo aún la
gran metáfora de la supervivencia. En otras épocas una
subida del pan generaba
revoluciones, hoy nos contentamos
con que nos den alguna explicación. La
gente ahora es comprensiva incluso con
lo incomprensible.
Hete aquí, nos
dicen, que el pan
subirá por la gran
demanda mundial de
cereales para la elaboración
de biocombustibles.
Es decir: el
pan subirá para que
podamos seguir circulando
en coche.
Ésta es la explicación
que todo el mundo
acepta. ¡Parece imposible,
pero es verdad!
Suena a chiste, pero
quizás éste sea el castigo
por pedir tanto
del medio ambiente y
de la economía global.
Menos
pan y más coche: ¿Es ésta la
alternativa?
Eso parece
cuando los cerebros
que rigen el
mundo observan sorprendidos
-no será porque
desde hace décadas no se previene sobre la
ecología del mundo- que no sólo falta petróleo sino que el planeta no resistirá a mil
millones de indios y de
chinos con sus
cochecitos de gasolina... Y se lanzan, de cabeza parece
-incluido Bush- a la locura del biocombustible. ¿Quo
vadis Lula? El
presidente de Brasil es el gran impulsor
de la idea. La consecuencia inmediata
de esta historia es el acaparamiento
y la especulación con los cereales,
que se han convertido, con la
garantía de la ciencia
ficción, en el ¡nuevo
oro negro!
Los diez céntimos que subirá nuestro
pan confirmarán cosas de perogrullo:
la fantasía humana es tan imparable
como el afán contemporáneo por el enriquecimiento.
Todo lo cual se produce
con el aval de los presuntos líderes del
mundo y sus bien pagados 'cerebros grises'.
Otro error que sumar a la larga
cadena de equivocaciones que han hecho,
en las dos últimas décadas, del progreso humano una pieza de
museo.
¿Vivirán nuestros hijos mejor que
nosotros con el pan tan o más caro que
la gasolina?
¿Aprovecharán, al menos,
los países pobres esta subida de los cereales? Me
gustaría ser menos escéptica,
pero, desde ¡1990!, vengo leyendo en la
prensa norteamericana que 'ecology is bussiness'. Más de lo mismo.