Comercio Justo en Nicaragua

La opinión de las organizaciones de pequeños productores

 

 

En Nicaragua las prácticas de Comercio Justo (CJ) se remontan a fines de los ochenta y principios de los noventa. Para conocer que opinan los pequeños productores y sus organizaciones involucradas en este sistema, cómo sienten su evolución, qué impacto ha tenido o está teniendo en sus vidas y qué creen que habría que hacer para mejorarlo, realizamos la presente investigación durante los meses de enero a marzo de 2010 en base a entrevistas con los gerentes y responsables de 19 organizaciones de pequeños productores vinculados al CJ de Nicaragua; la mayoría certificadas por FLO (Asociación del Sello de Productos de Comercio Justo), pero algunas también desarrollando este tipo de experiencias a nivel local sin ninguna certificación.

 

El grupo de organizaciones entrevistadas aglutina a unos 13.500 pequeños productores, la mayoría de café, aunque también hay de ajonjolí, maní y miel. Con sus experiencias y sus apreciaciones hemos intentado construir una imagen de lo que para ellos ha sido y es el CJ, y las cosas necesarias para mejorarlo en el futuro, para que responda realmente a sus intereses y necesidades.

 

Conclusiones

 

La percepción general en las organizaciones entrevistadas, es que el sistema de CJ es aún el que mejor representa los intereses y las necesidades de los pequeños productores organizados; el problema ahora es lograr que ellos sean los dueños del sistema. ¿Cómo se puede hacer? Con su participación activa en todas las decisiones, con transparencia en toda la cadena productiva, con su implicación en los procesos de certificación, con un precio más justo para el productor y para el consumidor final que supone reajustes en la repartición del pastel de las ganancias. De todas formas llama mucho la atención cuatro cosas en las que creemos que todavía hay profundizar el trabajo:

 

-Que los costos indirectos del modelo no hayan sido calculados.

-Que no haya forma de cuantificar el impacto del premio social o de definir a partir de qué umbrales puede tener un impacto real en la vida y en las necesidades de los pequeños productores.

-Que el desarrollo del CJ esté vinculado a la exportación. Que el vínculo entre los pequeños productores que están en el sistema de CJ y los consumidores de las ciudades sea mínimo y no haya estrategias desarrolladas para fortalecer esta alianza.

-Que la transformación y la agregación de valor sea mínima o represente volúmenes mínimos en la estrategia de ventas; casi todas las organizaciones entrevistadas (18 de 19) siguen siendo exportadoras de materias primas.

 

El otro gran tema sobre el que hay mucha necesidad y mucha expectativa, es sobre sistemas de crédito más justos, en condiciones más favorables para los pequeños productores. Una de sus necesidades más sentidas para obtener mayores ingresos es intensificar la producción para, en la misma área, aumentar los rendimientos de sus cosechas, algo que no se puede lograr si no se dispone de crédito barato, en el momento oportuno y en un plazo que no descapitalice al productor.

 

El CJ es la alternativa; pero en manos de los pequeños productores. Hay que profundizar los alcances para que este modelo empodere al pequeño productor y mejore de su calidad de vida. ¿Estamos logrando esto? ¿Qué cosas deberíamos cambiar para lograrlo? ¿Quién pone qué para conseguirlo? Estas son las cosas esenciales que hay que preguntarse…

 

A nivel de comercio justo nacional, especialmente con alimentos básicos, es un fenómeno incipiente promovido por algunas alcaldías, organizaciones de la sociedad civil y asociaciones de productores, con poca capacidad de cubrir una demanda amplia, ni siquiera temporalmente, y más enfocadas a que los productores puedan vender mejor sus productos que a tejer una alianza campo-ciudad donde productores y consumidores ganen. En este sentido llama la atención que sólo haya un ejemplo en el país de tres cooperativas asociadas a NICARAOCOOP enfocadas al consumo de comercio justo, y que no haya uniones de cooperativas (UCAs), ni asociaciones de consumidores que puedan ser sus contrapartes y que permitan desarrollar alianzas amplias que garanticen el control de toda la cadena productiva y una mejora en los precios de venta y de compra, especialmente si pensamos en el escaso poder adquisitivo de los salarios y en el precio al que tienen que vender sus cosechas los productores a los intermediarios.

 

También llama la atención la fragmentación y la poca incidencia que tienen las iniciativas que existen, que no son capaces de abastecer más que a un número muy reducido (no se sabe exactamente cuánto) de la población en algunas cabeceras municipales. Con esto no se quiere decir que la fragmentación sea mala en sí. Si en cada uno de los 153 municipios del país hubiera un mercado campesino donde el productor pudiera llegar a vender su cosecha a precios más favorables para el consumidor, sería un gran paso adelante y el inicio de una alianza productor-consumidor que podría seguir profundizándose a otros niveles. El problema es que estos mercados a nivel municipal no llegan ni a 10 en todo el país, lo que muestra la debilidad de este movimiento y lo poco que ha calado en la sociedad la lógica de comercio justo.

 

 

Manuel Fandiño*, ADITAL

Noticias de América Latina y Caribe

23 de junio de 2010

 

 

 

 

* AlbaSud

 

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