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      El 
      progreso en la reducción del hambre “virtualmente se ha detenido”. Así de 
      contundente se muestra el último informe de la Organización de las 
      Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) bajo el título 
      “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2003”. Un auténtico 
      jarro de agua fría después de que los jefes de estado y de gobierno 
      reunidos en Roma durante la Cumbre Mundial de la Alimentación de 1996 se 
      comprometieran a reducir a la mitad el número de personas hambrientas en 
      el mundo para el año 2015. Las cuentas no salen. Principalmente porque el 
      ritmo medio de reducción del hambre desde inicios de los 90 es demasiado 
      lento para lograr ese fin. Y es que el hambre, tras los logros conseguidos 
      durante la primera mitad de esa década, está aumentando de nuevo. 
        
      842 
      millones de personas, estima la FAO, pasan hambre en el mundo. 798 
      millones viven en países en desarrollo. Tan sólo 10 en los países ricos. 
      China es la excepción que confirma la regla pues ha logrado reducir en 
      nueve millones el número de hambrientos durante la segunda mitad de los 
      noventa. Sin embargo, este proceso se viene desacelerando, por lo que no 
      cabe esperar que el gigante asiático continúe compensando el retroceso de 
      otros muchos países en desarrollo, como la India o la República 
      Democrática del Congo, que una vez más vuelven a ser desgraciados 
      protagonistas de la catástrofe del día. 
        
      
      “Tendríamos que ser capaces de liberar del hambre a 26 millones de 
      personas por año, una cifra 12 veces menor de lo que hemos hecho durante 
      la década de los noventa”, para poder cumplir el objetivo marcado en Roma 
      en el 96, explicaba Jorge Mernies, Jefe del Servicio de Análisis 
      Estadístico de la FAO, durante el acto de presentación del informe en 
      Madrid. 
        
      Tras haber 
      conseguido reducir en 37 millones el número de personas hambrientas en los 
      países en desarrollo durante la primera mitad de los noventa, la cifra ha 
      aumentado en 18 millones desde el 95. Es cierto que en 45 países se ha 
      ganado terreno al hambre, pero también que en otros 54 el número no bajó e 
      incluso aumentó. 
        
      El informe 
      constata además que el hambre acelera la propagación del SIDA, que ya ha 
      superado los 40 millones de infectados en el mundo, y el curso de la 
      enfermedad, por lo que según las estimaciones, para 2020 “la epidemia se 
      habrá cobrado al menos una quinta parte de la fuerza de trabajo agrícola 
      en la mayoría de los países del África Meridional”, con lo que se ahondará 
      aún más la crisis alimentaria crónica que asola la zona. 
        
      Otro 
      factor fundamental es la sequía. Agua y seguridad alimentaria están 
      íntimamente relacionadas, puesto que un acceso fiable a los recursos 
      hídricos aumenta la producción agrícola (entre un 100 y un 400% estima la 
      FAO) e ingresos más altos en las zonas rurales (donde viven tres cuartas 
      partes de la población hambrienta en el mundo y el 70% de los pobres del 
      mundo). Y es que los datos muestran que cuando se dispone ampliamente de 
      sistemas de regadío, la pobreza y la subnutrición son menos frecuentes. 
        
      “La FAO 
      necesita más recursos financieros para afrontar los nuevos desafíos”, 
      reclamaba Jacques Diouf, Director General de la FAO, en la 32ª Sesión de 
      la Conferencia de Gobierno de la FAO el 1 de diciembre. Nuevos desafíos 
      como el terrorismo, alertaba Diouf. “El resentimiento por la pobreza y la 
      malnutrición alimenta los extremismos que pueden derivar en actos 
      terroristas y amenazan la estabilidad nacional”, continuaba Diouf. “Por 
      eso, combatir el hambre, las injusticias y la exclusión van en el interés 
      de todos, ricos o pobres”, porque el sufrimiento de 800 millones de 
      personas hambrientas no constituye sólo una tragedia injustificable sino 
      también una amenaza para el crecimiento económico y la estabilidad 
      política a escala mundial. 
        
      De 
      momento, la FAO se resigna a ver cómo su presupuesto no ha aumentado en 
      términos reales desde hace una década, y cómo su plantilla se ha visto 
      reducida en un 30%. “El presupuesto actual, de 652 millones de dólares 
      para 187 Estados miembros, es inferior en 21 millones de dólares al 
      presupuesto de 1994-1995, cuando la Organización contaba sólo con 169 
      miembros”. 
        
      El éxito 
      de la lucha contra el hambre requiere aunar la voluntad política necesaria 
      para emprender reformas políticas e invertir recursos allí donde sea más 
      necesario. De momento lo más urgente es invertir en aquéllos que deben 
      encargarse de implementar esas políticas y desarrollar esas actuaciones. 
      Aunque este segundo supuesto nos devuelve a la primera parte de la 
      ecuación, a la voluntad política. Así que mientras no exista esa voluntad 
      -”el problema no es tanto la falta de alimentos, como la falta de voluntad 
      política”, afirma Diouf-, seis millones de niños menores de cinco años 
      seguirán irremediablemente muriendo al año por causa de la desnutrición. 
        
        
      
      Jacobo Quintanilla 
      
      Agencia de Información Solidaria 
      15 de 
      diciembre de 2003 
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