El
actual sistema alimentario mundial, con sus semillas de
laboratorio y sus paquetes tecnológicos, no es capaz de
alimentar a las personas. Este año más de mil millones de
personas sufrirán hambre, y otros 500 millones sufrirán
obesidad.
Tres
cuartas partes de quienes no tienen suficiente qué comer son
campesinos y trabajadores rurales (los mismos que producen
la comida), mientras un puñado de corporaciones
agroindustriales (que deciden a dónde y a quién va el
alimento) se embolsan miles de millones de dólares. Pese a
su fracaso monumental, y a que enormes y crecientes
movimientos sociales claman por un cambio, los gobiernos y
las agencias internacionales del mundo siguen pujando por
más de lo mismo: más agronegocios, más agricultura
industrial, más globalización.
El cambio climático en el
planeta se recrudece, en gran medida, por seguir con el
mismo modelo de agricultura.
No emprender acciones significativas empeorará con rapidez
esta intolerable situación. No obstante, en el movimiento
global en pos de soberanía alimentaria hay una prometedora
salida.
Los
estudios científicos más actuales predicen que, si todo
sigue igual, las temperaturas cada vez más elevadas, las
condiciones climáticas extremas y los severos problemas de
agua y suelos relacionados con ello llevarán a muchos más
millones a las filas de los hambrientos. Conforme el
crecimiento de la población aumente la demanda de alimentos,
el cambio climático agotará la capacidad de producirlos.
Ciertos países que ya luchan con severos problemas de hambre
podrían ver su producción de alimentos reducida a la mitad
antes del fin de siglo.
Un motor
muy importante del agravamiento de las condiciones en el
clima del planeta tiene que ver también con el sistema
alimentario mundial: el modelo de agricultura industrial que
abastece al sistema alimentario mundial funciona
esencialmente usando petróleo para producir comida y, en el
proceso, cantidades enormes de gases con efecto de
invernadero. El uso de inmensas cantidades de fertilizantes
químicos, la expansión de la industria de la carne, y la
destrucción de las sabanas y bosques del mundo para producir
mercancías agrícolas son en conjunto responsables de por lo
menos 30 por ciento de las emisiones de los gases que causan
el cambio climático.
Convertir
los alimentos en mercancías mundiales e industriales entraña
también una tremenda pérdida de energía fósil al
transportarlas por el mundo, procesarlas, almacenarlas,
congelarlas y llevarlas adonde las consumen. Todos estos
procesos contribuyen a la cuenta climática. Al sumarlas,
entendemos que el actual sistema alimentario podría ser
responsable de cerca de la mitad de las emisiones de los
gases con efecto de invernadero.
Nunca
fueron tan claras las razones para una transformación
radical urgente del sistema alimentario mundial. Por todas
partes la gente muestra una voluntad de cambio —sean
consumidores que buscan alimentos locales o campesinos que
bloquean carreteras en defensa de sus tierras. El obstáculo
es la estructura de poder y esto, más que nada, es lo que
necesita ser transformado.
El pronóstico es de hambruna
En 2007, el
Panel Internacional sobre Cambio Climático (PICC)
publicó un informe sobre el estado del clima en la Tierra.
Aunque ahí se mostró en términos inequívocos que el
calentamiento mundial es una realidad y señaló que era “muy
probable” que los humanos fueran responsables de él, con
cautela pronosticó que el planeta podría calentarse 0,2ºC
por década si no se hacía nada para cambiar el curso de
nuestras emisiones de gas con efecto de invernadero. El
informe advirtió que hacia el fin del siglo un cambio de
temperatura entre 2 y 4ºC podría producir incrementos
dramáticos en los niveles del mar y una cascada de
catástrofes por todo el planeta.
Apenas
pocos años después, resulta que el PICC fue demasiado
optimista. El consenso científico actual es que habrá un
aumento de 2ºC en las próximas décadas y que si nada cambia
el planeta podría calentarse hasta en 8ºC hacia el año 2100,
llegando a un punto de quiebre al entrar a un cambio
climático peligroso e irreversible 2. Según el Foro
Humanitario Global con sede en Ginebra, ahora mismo
el cambio climático
afecta seriamente a 325 millones de personas al año —315.000
de ellas mueren de hambre, enfermedades y desastres
meteorológicos
inducidos
por el cambio climático 3. Se predice que
la cuota anual de muertes
por el cambio climático llegará a medio millón para 2030,
afectando seriamente a 10 por ciento de la población mundial.
El alimento
estará en el centro. Todos concuerdan en que la producción
agrícola tiene que seguir creciendo en las próximas décadas
y mantenerse al día con el crecimiento demográfico. Pero es
probable que el cambio climático frene esta producción. En
un recuento exhaustivo de los estudios sobre los impactos
del calentamiento mundial en la agricultura, William
Cline calcula que, si las tendencias siguen igual, para
2080 el cambio climático reducirá el potencial de producción
de la agricultura mundial en más de 3 por ciento respecto al
actual. Los países en desarrollo serán los más afectados,
con una caída de 9,1 por ciento de su potencial de
producción agrícola. África enfrentará un descenso de
16,6 por ciento. Los impactos reales podrían ser mucho
peores.
Una
debilidad importante de las proyecciones del PICC y
de otros, cuando se trata de la agricultura, es que sus
predicciones aceptan la teoría de la “fertilización por
carbono” que arguye que los altos niveles de CO2 en la
atmósfera acentuarán la fotosíntesis en muchos cultivos
clave y dispararán sus rendimientos. Estudios recientes
muestran que este potencial es en gran medida un espejismo.
No es sólo que cualquier aceleración inicial del crecimiento
disminuirá significativamente tras pocos días o semanas,
sino que el aumento de CO2 reduce el nitrógeno y las
proteínas en las hojas en más de un 12 por ciento. Esto
significa que, con el cambio climático, para los humanos
habrá menos proteínas en los principales cereales, como el
trigo y el arroz. Habrá también menos nitrógeno para los
insectos, lo que es importante ya que los insectos comerán
una superficie mayor de las hojas y lo que provocará
reducciones significativas en los rendimientos.
Cuando
Cline hizo los cálculos sin considerar la supuesta
fertilización por carbono los resultados fueron más
alarmantes. Los
rendimientos mundiales bajarían 16 por ciento para 2080, y
las caídas regionales serían de un 24,3 por ciento en
América Latina, 19,3 por ciento en Asia y 27,5 por ciento en
África. Los rendimientos se reducirían en un 38 por ciento
en India, y más de un 50 por ciento en Senegal y Sudán.
Esta
aterradora predicción podría quedarse corta. El estudio de
Cline, el informe del PICC y otros informes
sobre el cambio climático y la agricultura, no toman en
cuenta la crisis del agua relacionada.
Hoy, 2 400 millones de
personas viven en ambientes con una dura escasez de agua y
las predicciones hablan de que aumentarán a 4 mil millones
hacia la segunda mitad del siglo.
Las fuentes
de agua para la agricultura se agotan o se están haciendo
peligrosamente escasas en muchas partes del mundo. El
calentamiento global complicará el problema conforme las más
elevadas temperaturas generen condiciones más secas y sea
necesario aumentar la cantidad de agua para la agricultura.
Será muy difícil mantener los actuales niveles de
producción, y la mayor población agravará aún más esta
situación.
Se esperan
también impactos de las condiciones climáticas extremas
cuando el cambio climático sea mayor: aumentará la
frecuencia y la intensidad de las sequías, las inundaciones
y otros desequilibrios naturales, provocando desastres en
los cultivos. El Banco Mundial prevé que la intensificación
de las tormentas hará que 29 mil kilómetros cuadrados
adicionales de tierra agrícola situada en zonas costeras se
volverán vulnerables a las inundaciones.
Se espera un aumento
dramático de incendios forestales, que ya afectan unas 350
millones de hectáreas cada año.
Un estudio avizora que los incendios forestales aumentarán
en un 50 por ciento en el oeste de Estados Unidos
para el año 2055, a resultas de los aumentos de temperatura.
Y luego el
mercado. El abasto global de alimentos está cada vez más
controlado por un pequeño número de transnacionales que
tienen el cuasi-monopolio de toda la cadena alimentaria, de
las semillas a los supermercados. Aumenta el capital
especulativo en el comercio agrícola. Cualquier perturbación
del abasto de alimentos, o la simple percepción de que hay
problemas, puede provocar aumentos tumultuosos en los
precios y un acaparamiento inmenso de ganancias por parte de
los especuladores, lo que hace inaccesibles los alimentos
para los sectores urbanos más pobres y provoca todo tipo de
alteraciones en la producción agrícola en el campo. El mero
rumor de una escasez alimentaria mundial ya atrajo
especuladores financieros a la agricultura, quienes están
acaparando tierras en gran escala, a un nivel que no se veía
desde tiempos coloniales.
Nos
adentramos en una era de perturbaciones extremas en la
producción de alimentos. Nunca ha habido una necesidad tan
urgente de que un sistema asegure un abasto alimentario para
todos de acuerdo a sus necesidades.
Sin embargo, el sistema
alimentario mundial jamás ha estado tan controlado por un
grupito de personas cuyas decisiones se basan exclusivamente
en cuánto dinero pueden obtener para sus accionistas.
Cocinar el planeta
Cerca de un cuarto de la
población del planeta pasa hambre y los rendimientos de los
cultivos están estancados desde los años ochenta.
Lo que tenemos delante parece una historia de terror si
consideramos las consecuencias ambientales, especialmente a
medida que el mundo se entera del papel que la agricultura
industrial y su sistema alimentario han jugado en la crisis
climática.
El consenso
científico actual es que la agricultura es responsable de un
30 por ciento de todas las emisiones de gases con efecto de
invernadero provocadas por humanos. Pero es injusto poner
todas las formas de agricultura en un mismo saco. Sólo una
pequeña sección de actividades agrícolas es responsable de
casi todas las emisiones de gases con efecto de invernadero
de la agricultura. La deforestación causada por el cambio de
uso de la tierra es responsable de cerca de la mitad del
total, mientras las emisiones de los establecimientos
agrícolas son provocadas sobre todo por la producción animal
y los fertilizantes. Todas estas fuentes de gases con efecto
de invernadero están íntimamente ligadas a la agricultura
industrial y a la expansión del sistema alimentario en manos
de las transnacionales. Así también la alta dependencia del
petróleo y la gran huella de carbono que provoca transportar
alimentos e insumos por todo el mundo en todo tipo de
envases plásticos.
La mayor
parte de la energía utilizada por el sistema alimentario
industrial proviene del consumo de combustibles fósiles, y
el monto de energía utilizada se traduce en directo a la
emisión de gases con efecto de invernadero. Se calcula que
el sistema alimentario estadounidense, es responsable de un
20 por ciento de todo el consumo de energía fósil del país.
Esta cifra incluye la energía utilizada en los
establecimientos que producen comida, y en los procesos de
transporte, empacado, procesamiento y almacenaje.
La
diferencia en el uso de energía entre la agricultura
industrial y los sistemas agrícolas tradicionales no podía
ser más extremo. Se habla mucho de lo eficiente y mucho más
productivo que es la agricultura industrial comparada con el
modo de cultivo tradicional en el Sur global, pero si uno
considera la eficiencia energética, nada puede estar más
alejado de la verdad. La FAO calcula que, en
promedio, los agricultores de los países industrializados
gastan cinco veces más energía comercial para producir un
kilo de cereal que los campesinos en África. Si
analizamos cultivos específicos, las diferencias son todavía
más espectaculares: para producir un kilo de maíz,
un agricultor en Estados
Unidos utiliza 33 veces más energía comercial que el
campesinado tradicional en el vecino México. Y para producir
un kilo de arroz, un agricultor estadounidense usa 80 veces
la energía comercial utilizada por un campesino tradicional
en Filipinas.
Esta “energía comercial” es, por supuesto, el gas y el
combustible fósil requeridos para producir fertilizantes y
agroquímicos y para operar la maquinaria agrícola, lo que
contribuye sustancialmente a la emisión de gases con efecto
de invernadero. 15
Pero la
agricultura en sí es responsable tan sólo de un cuarto de la
energía usada para llevar comida a las mesas. El gasto de
energía y la contaminación ocurren dentro del sistema
alimentario internacional en su sentido más amplio: el
procesado, el empacado, la refrigeración, la cocina y la
movilización de comida por todo el planeta. Hay cultivos o
piensos que se producen en Tailandia, se procesan en
Rotterdam, alimentan ganado en algún otro lado, para que
terminen como comida en McDonalds.
Transportar
alimentos consume muchísima energía. Se calcula que 20 por
ciento de todo el transporte de mercancías en Estados
Unidos se utiliza en mover comida: 120 millones de
toneladas de emisiones de CO2. Importar y exportar alimentos
a/de Estados Unidos da cuenta de otros 120 millones
de toneladas de CO2. Más el transporte de provisiones e
insumos (fertilizantes, pesticidas, etcétera) a las granjas
industriales, el transporte del plástico y el papel para las
industrias de empacado, y lo que los consumidores se mueven
para ir, cada día más lejos, a los supermercados. Esto nos
da un panorama de la tremenda cantidad de gases con efecto
de invernadero producidos por el sistema alimentario
industrial, tan sólo por sus requerimientos de transporte.
Otros grandes productores de gases son las industrias que
procesan comida, la refrigeran y la empacan, responsables de
23 por ciento de la energía consumida en el sistema
alimentario estadounidense 16. To-do esto suma una cantidad
increíble de energía desperdiciada.
Y hablando
de desperdicio: el sistema alimentario industrial descarta
la mitad de toda la comida que produce, en su viaje de los
establecimientos a los comerciantes, a los procesadores de
comida, a las tiendas y supermercados —lo suficiente para
alimentar a los hambrientos del mundo seis veces 17. Nadie
ha empezado a calcular cuantos gases con efecto de
invernadero se producen por la pudrición de toda la comida
tirada a la basura.
Mucho de
este tremendo desperdicio y esta destrucción globales podría
evitarse si el sistema alimentario se descentralizara, si la
agricultura se desindustrializara.
El sistema
alimentario controlado por las transnacionales está entonces
en un callejón sin salida. Lo que proponen es más
agricultura industrial y más cadenas alimentarias mundiales
como solución a la crisis alimentaria. Estas actividades
sólo aceleran el cambio climático, e intensifican
severamente la crisis alimentaria. Es un círculo vicioso que
provoca extremos de pobreza y ganancias, y el abismo entre
los dos se hace cada vez más profundo.
Cuál es la salida
La crisis
climática implica cambios ¡ya, ahora mismo! Necesitamos
construir sistemas alternativos de producción y consumo,
organizados de acuerdo a las necesidades de los pueblos y la
vida en el planeta. La transformación de este sistema
alimentario no ocurrirá mientras las corporaciones tengan un
poder tan absoluto. Las fuerzas del cambio están en nuestras
manos, en nuestras comunidades, que se organizan para
recuperar el control sobre nuestros sistemas alimentarios y
nuestros territorios.
En la lucha por lograr un
sistema alimentario diferente, los obstáculos principales
son políticos, no técnicos.
Hay que
volver a poner las semillas en manos campesinas, eliminar
los pesticidas y fertilizantes químicos, integrar al ganado
a formas de producción mixta, y organizar nuestros sistemas
alimentarios de forma que todos tengamos suficientes
alimentos sanos y nutritivos. Las capacidades para producir
tales transformaciones han quedado demostradas en los miles
de proyectos y experimentos que desarrollan comunidades del
mundo entero. Incluso la Evaluación Internacional del Papel
del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el
Desarrollo Agrícola —llevada a cabo bajo la dirección del
Banco Mundial— no puede sino reconocerlo. A nivel de finca
son bastante claras y directas las formas de lidiar con el
cambio climático.
Los
desafíos políticos son más difíciles. Pero hay mucho que ya
está pasando a nivel local. Enfrentadas incluso a la
represión violenta, las comunidades locales están
resistiendo los mega-proyectos, las represas, la minería,
las plantaciones y la tala de los bosques; se movilizan por
la soberanía alimentaria. Sus resistencias están en el
corazón de la acción por el clima, mientras se van uniendo
para resistir la imposición de políticas neoliberales y
desarrollar visiones colectivas de futuro. Es en estos
espacios, con esa resistencia organizada, que emergerán las
alternativas al destructivo sistema alimentario actual y
podremos hallar la fuerza y las estrategias comunes que nos
saquen del ciclo suicida en que la agricultura industrial y
el sistema alimentario industrial nos tienen hundidos.
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