Un
reciente informe1
de la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), revela que la cantidad
de seres humanos con hambre continúa aumentando a pesar de
las pomposas declaraciones, los costosos foros y las cumbres
rodeadas de alta seguridad, alcanzando en 2007 los 923
millones de personas. La FAO, que suele formar parte de ese
cortejo, atribuye la gravedad del problema al alza
internacional de los precios de los alimentos, pero guarda
silencio sobre el extraordinario proceso de concentración de
las fuentes de nutrición del mundo en un pequeñísimo puñado
de empresas transnacionales.
El
documento de la FAO sintetiza en seis puntos lo
esencial de su contenido:
1-
El hambre en el mundo está aumentando. El objetivo de la
Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA),
consistente en reducir a la mitad el número de personas
subnutridas en el mundo para 2015, es cada vez más difícil
de alcanzar para muchos países. Según las estimaciones más
recientes de la FAO, la cantidad de personas
hambrientas en el mundo era de 923 millones en 2007, 80
millones más desde el período de referencia 1990-1992. Las
estimaciones a largo plazo (según datos disponibles hasta
2003-2005) muestran que antes del aumento de los precios
algunos países iban por el buen camino para alcanzar el
objetivo de la CMA y la meta de los Objetivos de
Desarrollo del Milenio (ODM); sin embargo, incluso
estos países han sufrido retrocesos.
2- Los
precios elevados de los alimentos tienen gran parte de la
culpa. El incremento más rápido del hambre crónica
experimentado recientemente se produjo entre 2003-2005 y
2007. Las estimaciones provisionales de la FAO
muestran que, en ese período, 75 millones de seres humanos
se añadieron a la cifra total de personas subnutridas.
Aunque
la responsabilidad recae en diversos factores, el aumento de
los precios de los alimentos está llevando a millones de
personas a la inseguridad alimentaria, empeorando las
condiciones de muchas que ya la padecían y amenazando la
seguridad alimentaria mundial a largo plazo.
3- Los
hogares más pobres, los que no tienen tierras y los que
están a cargo de mujeres son los más perjudicados. La
mayoría de los hogares urbanos y rurales de los países en
desarrollo depende de la compra de alimentos para cubrir sus
necesidades alimentarias, y resultará perjudicada por los
precios altos, al menos, a corto plazo. La renta real se
reducirá, y la inseguridad alimentaria y la malnutrición
empeorarán entre los pobres al disminuir la cantidad y la
calidad de los alimentos consumidos.
4- Las
respuestas iniciales de los gobiernos en materia de
políticas han tenido un impacto limitado. Para contener los
efectos negativos de los precios elevados de los alimentos,
los gobiernos han introducido diversas medidas, como los
controles de precios y las restricciones a la exportación.
Aunque comprensibles desde una perspectiva de bienestar
social inmediata, en ocasiones se han aplicado de forma
circunstancial, y es probable que sean ineficaces e
insostenibles. Algunas han tenido efectos perjudiciales en
los niveles y la estabilidad de los precios mundiales.
5- Los
precios elevados de los alimentos también constituyen una
oportunidad. A largo plazo, los precios altos de los
alimentos suponen una oportunidad para la agricultura
(también para los pequeños agricultores) en los países en
desarrollo, si van acompañados de la provisión de bienes
públicos esenciales. Las ganancias de los pequeños
agricultores podrían impulsar un desarrollo económico y
rural más amplio. Los hogares agrícolas pueden obtener
beneficios inmediatos; otros hogares rurales podrían
beneficiarse a largo plazo si los precios elevados se
convirtiesen en oportunidades para aumentar la producción y
crear empleo.
6- Se
necesita un enfoque exhaustivo de doble componente. Los
gobiernos, los donantes, las Naciones Unidas, las
organizaciones no gubernamentales, la sociedad civil y el
sector privado deben combinar de inmediato sus esfuerzos en
un enfoque estratégico de doble componente para abordar las
consecuencias de los precios elevados de los alimentos en el
hambre, que incluyan: a) medidas que permitan responder al
sector agrícola, en especial a los pequeños agricultores de
países en desarrollo, y b) redes de seguridad y programas de
protección social que de forma selectiva se orienten a la
población más vulnerable y con más inseguridad alimentaria.
Este es un desafío mundial que requiere una respuesta de
ámbito mundial.
Aunque
de manera insuficiente, una breve frase de Jacques Diouf,
director general de la institución, admite que “El hambre ha
aumentado al tiempo que en el mundo se ha incrementado la
riqueza y se han producido más alimentos que nunca durante
el último decenio”.
En Roma -donde
se encuentra la sede de la FAO- dos más dos no
son cuatro |
En
Roma -donde se encuentra la sede de la FAO- dos
más dos no son cuatro. Por eso no se concluye de estas
constataciones que el hambre no es un problema de falta de
alimento, o de tierras productivas, o de conocimiento
suficiente para producirlo, o de catástrofes naturales o
guerras étnicas sino, justamente, de que “la riqueza” de
unos se incrementa cuando la pobreza, la miseria, el hambre
y la muerte de otros aumentan. Esa conclusión lógica y
sustentada por todas las evidencias no penetra en los
escritorios de la FAO.
Observados así por el ojo del amo, los más pobres del mundo,
los más frágiles, los niños y niñas, las mujeres embarazadas
y en período de lactancia de los países subdesarrollados que
están identificados como quienes sufren las consecuencias
más graves de esta situación, son en realidad víctimas de la
fatalidad.
En
2003-2005 Asia y África reunían el 89 por
ciento de los hambrientos del mundo, cerca de 750 millones
de personas. De entonces a 2007, Asia agregó otros 41
millones y África 24 millones a esa lista de la
vergüenza. En África se encuentran 15 de los 16
países en los cuales los famélicos superan el 35 por ciento
de la población.
América Latina y el
Caribe también padecen el mismo proceso con más de 5
millones de nuevos hambrientos en campos y ciudades.
La otra mirada
En 2003-2005
Asia y África reunían el 89 por ciento de los
hambrientos del mundo, cerca de 750 millones de
personas. De entonces a 2007, Asia agregó otros
41 millones y África 24 millones a esa lista de
la vergüenza |
Entre
1952 y 1956 la FAO tuvo como presidente al médico y
sociólogo brasileño Josué de Castro, autor entre
otros ensayos de “Geografía del hambre”2
, editado por primera vez en los años 40, quien ya entonces
consideraba que el hambre en el mundo era consecuencia de su
(des)ordenamiento económico y político, y distinguió entre
“el hambre fisiológica y absoluta” y el “hambre específica”,
esto es, aquella que provoca la carencia de nutrientes
suficientes y adecuados en algunos pueblos sometidos a vivir
en un régimen de monocultivos impuestos por grandes
intereses agroindustriales y comerciales.
Quitando
todo sustento al desarrollismo, De Castro afirmó que
“El subdesarrollo no es la falta de desarrollo, sino el
producto del mal uso de los recursos humanos y naturales. El
subdesarrollo y el hambre sólo pueden ser eliminados de la
faz de la tierra mediante una estrategia global de
desarrollo, que movilice los medios de producción para el
beneficio de la comunidad”.
Al
despedirse de su cargo en la FAO De Castro
lamentó públicamente no haber sido más atrevido en sus
iniciativas y deploró que los países ricos se hubiesen
mantenido indiferentes ante el drama del hambre mundial. La
dictadura brasileña lo condenó al exilio, en el que murió en
1973.
Más barato pero más
inaccesible
Desde la
temprana advertencia de Josué de Castro las cosas han
empeorado aún mucho más. Una gráfica incluida en el informe
de la FAO muestra que si bien
desde principio de los años
60 hasta 2004 los precios internacionales de los alimentos
en términos reales fueron bajando de manera sistemática
-con excepción de un pico alcista registrado en 1975,
inmediatamente después de la primera “crisis del petróleo”-,
el hambre, sin
embargo, aumentó de manera constante.
Más aún: en la actualidad, incluso con el último período de
alzas globales,
esos precios están todavía bastante por debajo de lo que
eran en 1960 según la propia FAO. El hambre, no obstante,
está mucho más extendida.
Una
prueba más de que la causa fundamental, determinante,
esencial del hambre en el mundo no es el precio de los
alimentos, ya que a pesar de cuatro décadas de descenso
continuo de los precios, la cantidad de hambrientos no cesó
de crecer.
La
realidad muestra que no faltan alimentos -incluso teniendo
en cuenta el crecimiento demográfico de la humanidad- y que
los precios no son el principal obstáculo para llegar a
ellos. La causa del hambre en el mundo es que el
ordenamiento de las sociedades humanas en sus territorios y
en sus actividades que estuvo tradicionalmente orientado por
la calidad de la supervivencia, durante el siglo XX fue
dramáticamente sustitutito por un nuevo ordenamiento regido
por el lucro a toda costa, la acumulación de capital, la
explotación insustentable de los recursos naturales y la
concentración de la propiedad de las cadenas productivas y
distributivas a nivel global.
En los últimos
30 años, un puñado de compañías obtuvo el
control de una cuarta parte de la biomasa anual
del planeta (cultivos, ganado, pesca, etc.) que
fue integrada a la economía del mercado mundial |
Este
proceso llegó a su punto de máxima expresión con la
aplicación urbi et orbe del neoliberalismo económico,
político y filosófico.
En una
reciente investigación
el canadiense Grupo ETC afirma que “De las miles
de compañías de semillas e instituciones públicas de
mejoramiento que existían 30 años atrás, sólo diez compañías
controlan ahora más de dos tercios de las ventas mundiales
de semillas patentadas. De las docenas de compañías de
plaguicidas que existían hace 30 años, diez controlan ahora
casi el 90 por ciento de las ventas de agroquímicos en todo
el mundo. De casi mil empresas biotecnológicas emergentes
hace 15 años, diez tienen ahora los tres cuartos de los
ingresos de la industria. Y seis de los líderes de las
semillas son también seis de los líderes de los plaguicidas
y la biotecnología. En los últimos 30 años, un puñado de
compañías obtuvo el control de una cuarta parte de la
biomasa anual del planeta (cultivos, ganado, pesca, etc.)
que fue integrada a la economía del mercado mundial”.
Para que
esto ocurriera el sistema político tuvo que ser puesto al
servicio de estas corporaciones universales, de forma que
las legislaciones se adaptaran y protegieran sus inversiones
y beneficios, y su control creciente de la alimentación, sí,
pero también del
hambre.
El
hambre no es un destino fatal de pueblos pobres e incapaces
de producir su alimento, sino que es un arma política
utilizada como expresión estructural de una guerra llamada
capitalismo, en la cual para que algunos puedan disponer de
prácticamente todo, la enorme mayoría debe quedar con
prácticamente nada. El hambre es también el peor terror al
que puede estar sometido el ser humano, y ante él cede
cualquier conciencia.
El
hambre es entonces un arma imprescindible para la
acumulación capitalista y la más poderosa herramienta para
someter a los pueblos condenados no por el subdesarrollo,
como enseñara De Castro, sino por el desarrollo de
los países ricos.
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