El
monopolio y concentración permite un fuerte control a la
hora de determinar lo qué consumimos, a qué precio lo
compramos, de quién procede, cómo ha sido elaborado, con qué
productos, etc. Nuestra alimentación depende cada día más de
los intereses de estas grandes cadenas de venta al detalle y
su poder se evidencia con toda crudeza en una situación de
crisis. Su aparición en el transcurso del siglo XX, ha
contribuido a la mercantilización del qué, el cómo y el
dónde compramos supeditando la alimentación, la agricultura
y el consumo a la lógica del capital y del mercado.
La
crisis alimentaria ha dejado sin comida a miles de personas
en todo el mundo. A la cifra de 850 millones de hambrientos,
el Banco Mundial añade cien más fruto de la crisis actual.
El “tsunami” del hambre no tiene nada de natural, sino que
es resultado de las políticas neoliberales impuestas durante
décadas por las instituciones internacionales. Hoy, el
problema no es la falta de alimentos sino la imposibilidad
para acceder a ellos debido a sus altos precios.
Esta
crisis alimentaria deja tras sí a una larga lista de
perdedores y de ganadores. Entre los más afectados, se
encuentran mujeres, niños y niñas, campesinos y campesinas
expulsados de sus tierras, pobres urbanos... En definitiva,
aquellos que engrosan las filas de las y los oprimidos del
sistema capitalista. Entre los ganadores, encontramos a las
multinacionales de la industria agroalimentaria que
controlan de origen a fin la cadena de producción,
transformación y comercialización de los alimentos. De este
modo, mientras la situación de crisis azota, principalmente,
a los países del sur global, las multinacionales del sector
ven multiplicar sus ganancias.
Monopolios
La
cadena agroalimentaria está controlada en cada uno de sus
tramos (semillas, fertilizantes, transformación,
distribución, etc.) por multinacionales que consiguen
grandes beneficios gracias a un modelo agroindustrial
liberalizado y desregularizado. Un sistema que cuenta con el
apoyo explícito de las élites políticas y de las
instituciones internacionales que anteponen los beneficios
de estas empresas a las necesidades alimenticias de las
personas y el respeto al medio ambiente.
La gran
distribución, al igual que otros sectores, cuenta con una
alta concentración empresarial. En Europa, entre los
años 1987 y 2005, la cuota de mercado de las diez mayores
multinacionales de la distribución significaba un 45 por
ciento del total y se pronosticaba que ésta podría llegar a
un 75 por ciento en los próximos 10-15 años. En países como
Suecia, tres cadenas de supermercados controlan
alrededor del 95,1 por ciento de la cuota de mercado; y en
países como Dinamarca, Bélgica, Estado
español, Francia, Holanda, Gran Bretaña
y Argentina, unas pocas empresas dominan entre el 60
por ciento y el 45 por ciento del total. Las megafusiones
son la dinámica habitual en el sector. De este modo, las
grandes corporaciones, con su matriz en los países
occidentales, absorben a cadenas más pequeñas en todo el
planeta asegurándose su expansión a nivel internacional y,
especialmente, en los países del sur global.
Este monopolio y
concentración permite un fuerte control a la hora de
determinar lo qué consumimos, a qué precio lo compramos, de
quién procede, cómo ha sido elaborado, con qué productos,
etc. En el año 2006, la segunda empresa más grande del mundo
por volumen de ventas fue Wal-Mart y en el listado de las
cincuenta mayores empresas mundiales se encontraban también,
por orden de facturación, Carrefour, Tesco, Kroger, Royal
Ahold y Costco. Nuestra alimentación depende cada día más de
los intereses de estas grandes cadenas de venta al detalle y
su poder se evidencia con toda crudeza en una situación de
crisis.
De
hecho, en abril del 2008 y frente a la situación de crisis
alimentaria mundial, las dos mayores cadenas de
supermercados de Estados Unidos, Sam’s Club
(propiedad de Wal-Mart) y Costco (de
venta a mayoristas), apostaron por racionar la venta de
arroz en sus establecimientos aludiendo a una posible
restricción en el suministro de este cereal. En Sam’s Club,
se limitó la venta de tres variedades de arroz (basmati,
jasmine y grano largo) así como la compra de sacos de arroz
de nueve o más quilos a un total de cuatro por cliente; en
Costco se restringió la venta de harina y de arroz
frente al aumento de la demanda. En Gran Bretaña,
Tilda (la principal importadora de arroz basmati a nivel
mundial) también estableció restricciones a la venta de
arroz en algunos establecimientos al por mayor. Con esta
medida se puso en evidencia la capacidad de las grandes
cadenas de distribución de incidir en la compra y venta de
determinados productos, limitar su distribución e influir en
la fijación de sus precios. Un hecho que ni siquiera se
había producido en Estados Unidos tras la II Guerra
Mundial, cuando sí se restringió el acopio de petróleo,
neumáticos y bombillas, pero no de alimentos.
Cambio de hábitos
Otra
dinámica que se ha puesto de relieve frente a la situación
de crisis alimentaria ha sido el cambio de hábitos a la hora
de hacer la compra. Ante la necesidad, por parte de los
clientes, de abrocharse el cinturón y buscar aquellos
establecimientos con precios más baratos, las cadenas de
descuento han sido las que han salido ganando. En Italia,
Gran Bretaña, Estado Español, Portugal y
Francia, estos supermercados han visto aumentar sus
ventas entre un 13 por ciento y un 9 por ciento el primer
trimestre del 2008 respecto al año anterior.
Otro
indicador del cambio de tendencia es el aumento de las
ventas de marcas blancas que ya suponen, según datos del
primer trimestre del 2008, en Gran Bretaña un 43,7
por ciento del volumen total de ventas, en el Estado Español
un 32,8 por ciento, en Alemania un 31,6 por ciento y
en Portugal y Francia alrededor del 30 por
ciento. Cuando son, precisamente, las marcas blancas las que
dan un mayor beneficio a las grandes cadenas de distribución
y permiten una mayor fidelización de sus clientes.
Pero más
allá del papel que la gran distribución pueda jugar en una
situación de crisis (con restricciones a la venta de algunos
de sus productos; cambios en los hábitos de compra, etc.),
este modelo de distribución ejerce a nivel estructural un
fuerte control e impacto negativo en los distintos actores
que participan en la cadena de distribución de alimentos:
campesinos/as, proveedores, consumidores/as,
trabajadores/as, etc. De hecho, la aparición de los
supermercados, hipermercados, cadenas de descuento,
autoservicios..., en el transcurso del siglo XX, ha
contribuido a la mercantilización del qué, el cómo y el
dónde compramos supeditando la alimentación, la agricultura
y el consumo a la lógica del capital y del mercado.
Esther
Vivas
Tomado de
Ecoportal
10 de
diciembre de 2008
|