El escándalo
de la malnutrición |
Si el hambre que padecen
millones de personas en el mundo, con regularidad cíclica
según los avatares de las guerras, los caprichos de la
naturaleza herida u otros factores, es una vergüenza, no lo
es menos la falta de nutrientes esenciales en la
alimentación en los países en vías de desarrollo que priva
generaciones enteras de sus oportunidades de vivir una vida
plena.
Un tercio de la población
mundial no puede desarrollar su potencial físico e
intelectual debido a la ingesta deficitaria de vitaminas y
minerales básicos para la vida sana, se afirma en un
revelador informe, emitido hace unos días por la UNICEF y la
organización canadiense Iniciativa de Micronutrientes, con
sede en Ottawa.
Mientras los países
industrializados dejaron atrás hace varias décadas los
problemas derivados de las carencias en la alimentación
-luchando más bien con los excesos y los malos hábitos que
provoca obesidad– los 80 países cuyos datos figuran en el
documento, necesitan hacer grandes esfuerzos todavía para
mejorar los índices nutricionales de los niños de edad pre-escolar,
como parte de los objetivos del desarrollo del milenio.
En lo que Catherine Bertini,
presidenta de la Comisión Permanente de Naciones Unidas para
la Nutrición denominara “el escándalo de la malnutrición”,
el informe destaca, entre otros, que la deficiencia de
hierro en la alimentación en los primeros años de vida, que
reduce la capacidad intelectual individual (y por
consiguiente el IQ nacional), afecta entre el 40% y el 60%
de los niños del Tercer Mundo.
Según la funcionaria –quien
hasta hace poco presidiera el Programa Mundial de Alimentos
de la ONU– similares tendencias encontramos en lo que se
refiere a la ingesta del yodo, que afecta al desarrollo del
cerebro en edades tempranas, así como de vitamina A, cuya
falta debilita el sistema inmunológico, provocando
indirectamente al menos un millón de muertes al año en
niños menores de cinco años.
A ello se suma la insuficiente
ingesta de ácido fólico, sin hablar de las vitaminas
pertenecientes al grupo B, la riboflavina y otros nutrientes
que no sólo ocasionan problemas de salud a nivel personal
sino también importantes bajas en la productividad, cifrados
en un 2% del GDP por el propio Banco Mundial, y por tanto en
la capacidad de desarrollo socio-económico de los países más
afectados.
El informe conjunto de la UNICEF
y la Iniciativa de Micronutrientes, presentado en Nueva York,
recuerda que mientras de las hambrunas periódicas en ciertas
regiones del mundo se habla mucho, la malnutrición es un
problema global restringido a los círculos profesionales.
Hace tiempo se sabe que la falta
de micronutrientes provoca anemia, cretinismo, ceguera y
otros males en millones de personas, pero sólo recientemente
se ha constatado que esto es sólo la punta del iceberg y que
las deficiencias nutricionales que debilitan física e
intelectualmente a los individuos y económicamente a las
naciones, requiere un tratamiento estratégico especial entre
los objetivos generales de las políticas del desarrollo.
Según el informe, mientras Asia
ha logrado avances sustanciales en la materia, y a América
Latina le quedan numerosas tareas pendientes, África
Subsahariana es la única región del mundo donde se registró
un claro retroceso en los últimos diez años, tanto en la
reducción de la pobreza, como en las soluciones aportadas al
problema del hambre y de la desnutrición.
Lo más triste es que existen los
medios tecnológicos y de bajo costo para solucionar las
deficiencias nutricionales de millones de niños, faltando
“apenas” la voluntad política necesaria para emprender
políticas coherentes que cuenten con la cooperación estrecha
de los gobiernos, el sector privado, los sistemas nacionales
de salud, la sociedad civil, instituciones académicas y
agencias internacionales de ayuda al desarrollo.
Los autores del informe
consideran que las vías principales para avanzar en la
solución de esta problemática pasan por amplias campañas de
educación nutricional, apoyo institucional a las familias
para cultivar alimentos variados y ricos en nutrientes
proporcionándoles semillas de calidad, recursos y
conocimientos.
A estos métodos se suma el
enriquecimiento de los alimentos de amplio consumo con
nutrientes esenciales (como es el caso del yodo añadido a la
sal común, una práctica por suerte ya generalizada en el
mundo, que se trata de extender a otros como la harina o el
aceite de cocina fortificados) así como el suministro de
suplementos nutricionales en forma de pastillas o siropes,
todo ello a un coste muy bajo.
Los gastos necesarios para
combatir la malnutrición debían ser considerados, por demás,
como una inversión en el recurso más preciado de cualquier
país: su población, cuyo futuro será siempre incierto
mientras el resto de la humanidad y sus agencias de
desarrollo sólo se sensibilizan ante las imágenes de los
niños raquíticos que figuran en las crónicas de las grandes
hambrunas, y no se esfuerzan para poner fin al hambre
oculta: el escándalo de la malnutrición.
Edith Papp
Agencia de Información
Solidaria
12 de abril de
2004
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