Existen
dos planteamientos para conservar la biodiversidad:
proteger las especies y las poblaciones individuales
o proteger los hábitats en los que viven. Lo
esencial es la conservación de ecosistemas enteros,
asegurando su funcionalidad.
La
pérdida de la diversidad genética, de especies y de
ecosistemas es uno de los mayores peligros para el
futuro de la humanidad.
Otra de las amenazas
más insidiosas es el desarrollo de los cultivos
transgénicos, y que puede tener graves consecuencias
a lo largo del siglo XXI, si la presión ciudadana no
frena su desarrollo.
Cada año desaparecen miles de especies y con ellas
nuevas posibilidades de culturas agrícolas,
productos industriales o medicinas para curar las
enfermedades.
Con la pérdida de
diversidad, aumenta la uniformidad, la dependencia
de unas pocas variedades de plantas para
alimentarnos, y sobre todo crece la vulnerabilidad
ante las plagas y las enfermedades.
La biodiversidad se pierde debido al deterioro y
fragmentación de los hábitats, a la introducción de
especies, la explotación excesiva de plantas,
animales y peces, la contaminación, el cambio
climático, la agricultura (reducción de las
variedades empleadas, plaguicidas) y
repoblaciones
forestales con monocultivos de rápido crecimiento.
A las
consecuencias indeseables del desarrollo económico,
del crecimiento demográfico, de la desigual
distribución de la renta y del consumo insostenible
de recursos, hay que añadir las causadas por las
nuevas biotecnologías y el desarrollo de la
ingeniería genética, los peligros de la
nanotecnología, el reducido espectro de productos
agrícolas, forestales y pesqueros comercializados, y
las políticas económicas que no atribuyen su debido
valor a los recursos. La mayor parte del germoplasma
de las especies y variedades agrícolas y ganaderas
puede llegar a desaparecer.
Las
especies inventariadas alcanzan la cifra de
1.750.000, pero algunos autores señalan que
probablemente superen los 111 millones de especies,
aunque la cifra media hoy se estima en 13.620.000
especies, según la biblia de la biodiversidad, el
Global Biodiversity Assessment, informe de 1.140
páginas publicado en inglés por el PNUMA. Pero lo
único seguro es que nadie sabe cuántas especies
existen.
El 90 por ciento de nuestra alimentación
procede de 15 especies de plantas y 8
especies de animales. El arroz, según la
FAO, aporta el 26% de las calorías, el
trigo el 23% y el maíz el 7%. Las nuevas
especies sustituyen a las nativas,
uniformizando la agricultura y
destruyendo la diversidad genética. Sólo
en Indonesia se han extinguido 1.500
variedades de arroz en los últimos 15
años.
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Entre las especies ya descritas hay 270.000 plantas,
4.300 mamíferos, 9.700 aves, 6.300 reptiles, 4.200
anfibios, 19.000 peces, 72.000 hongos (se cree que
el número de especies debe superar el 1,5 millones),
1.085.000 artrópodos (950.000 insectos descritos,
aunque el número de especies debe ser superior a 8
millones), 5.000 virus y otras 4.000 bacterias (una
ínfima parte de los más de 400.000 virus y 1 millón
de bacterias que se cree que existen).
Los bosques
tropicales, que sólo cubren el 7 por ciento de las
tierras emergidas, albergan entre el 50% y el 90%
del total de las especies. El promedio de extinción era de una especie de mamíferos
cada 400 años y de una especie de aves cada 200
años, pero las extinciones documentadas en los
últimos 400 años indican que han desaparecido 58
especies de mamíferos y 115 de aves.
Estas cifras representan solo las extinciones
conocidas. Las poblaciones afectadas pueden resistir
durante algunas generaciones, pero están condenadas
a la desaparición cuando su número total cae por
debajo de un punto que no puede soportar la dureza
de una sequía, una enfermedad, una depredación y
otras clases de fenómenos. Una especie debe tener
una población de al menos varios miles de individuos
para sobrevivir a largo plazo. Alrededor del 12 por
ciento de las especies de mamíferos y el 11 por
ciento de aves fueron clasificadas como especies en
peligro en 1990.
El 90 por ciento de
nuestra alimentación procede de 15 especies de
plantas y 8 especies de animales. El arroz, según la
FAO, aporta el 26% de las calorías, el trigo el 23%
y el maíz el 7%. Las nuevas especies sustituyen a
las nativas, uniformizando la agricultura y
destruyendo la diversidad genética. Sólo en
Indonesia se han extinguido 1.500 variedades de
arroz en los últimos 15 años.
A medida que
crece la uniformidad, aumenta la vulnerabilidad. La
pérdida de la cosecha de la patata en Irlanda en
1846, la del maíz en Estados Unidos en 1970 o la del
trigo en Rusia en 1972, son ejemplos de los peligros
de la erosión genética y muestran la necesidad de
preservar variedades nativas de las plantas, incluso
para crear nuevas variedades mejoradas y resistentes
a las plagas.
El trigo hoy
cultivado en Canadá tiene genes procedentes de 14
países y los genes de los pepinos de EE UU proceden
de Birmania, India y Corea, genes adquiridos sin
ninguna contrapartida económica, a diferencia de las
semillas mejoradas que exporta EE UU, por no hablar
de las semillas transgénicas. Las multinacionales de
Estados Unidos, la Unión Europea y Japón pretenden
obtener gratis, sobre todo en los países del Tercer
Mundo, los recursos genéticos, para luego venderles
a precios de usura las semillas, animales o
medicamentos obtenidos, en base a la "propiedad
intelectual". La ingeniería genética supondrá la
pérdida de miles de variedades de plantas, al
cultivarse sólo unas pocas con una alta
productividad, por no hablar de otros muchos
peligros, agravando los efectos de la revolución
verde de las décadas pasadas.
Proteger la biodiversidad
Existen dos planteamientos para conservar la
biodiversidad: proteger las especies y las
poblaciones individuales o proteger los hábitats en
los que viven. Lo esencial es la conservación de
ecosistemas enteros, asegurando su funcionalidad.
Los esfuerzos dirigidos hacia las especies y las
poblaciones, aunque son importantes, exigen una gran
cantidad de tiempo y esfuerzo; las medidas incluyen
la protección legal de las especies individuales,
planes de gestión y una conservación ex situ, es
decir, proteger las poblaciones de animales y
plantas en zoos y bancos de semillas. La
conservación ex situ sirve tanto de seguro contra la
pérdida de la diversidad genética y de especies en
la naturaleza como de semillero para reintroducir o
reforzar las poblaciones silvestres.
Además, los bancos
de semillas son una fuente de diversidad genética
para la investigación agrícola.
El Convenio
sobre la Diversidad Biológica se firmó en junio de
1992 en la Conferencia de Río y entró en vigor el 29
de diciembre de 1993; aunque EE UU no lo ha
ratificado ni piensa hacerlo. Su objetivo es cubrir
el vacío existente a nivel internacional en el campo
de la biodiversidad. El Convenio prevé programas de
cooperación y de financiación para proteger la
biodiversidad, y en su artículo 6 contempla la
necesidad de que "cada Parte Contratante...
elaborará estrategias, planes o programas nacionales
para la conservación y la utilización sostenible de
la diversidad biológica".
La Conferencia
de las Partes del Convenio se ha reunido en varias
ocasiones, la primera en Nassau, en las Bahamas, del
28 de noviembre al 9 de diciembre de 1994, y la
segunda en Yakarta, Indonesia, entre el 6 y el 17 de
noviembre de 1995, donde se decidió que Montreal, en
Canadá, fuese la sede permanente del Convenio, e
igualmente se aprobó desarrollar un protocolo de
bioseguridad, que finalmente fue aprobado el 29 de
enero de 2000. Dentro del Convenio igualmente debe
desarrollarse un problemático protocolo sobre
bosques, que fue uno de los temas que quedaron fuera
de la Cumbre de Río de 1992, y otro sobre los
derechos de los agricultores en el mantenimiento de
los recursos genéticos.
Destrucción de hábitats
La
destrucción del hábitat es la mayor amenaza actual
para la biodiversidad. Un estudio de Conservation
International mostró que el 23,9% de los sistemas
biogeográficos de la Tierra han sido completamente
transformados por el hombre (el 36,3% si se excluyen
las superficies heladas, de roca y los desiertos),
el 24,2% parcialmente y sólo quedan bien conservados
el 51,9%, cifra que se reduce a sólo el 27% si se
exceptúan las superficies estériles.
Sólo quedan sin transformar el 51,9% de las tierras
emergidas, aproximadamente 90 millones de km2. Las
áreas parcialmente transformadas por las actividades
humanas son 41 millones de km2 (24,2% de las tierras
emergidas), y las áreas totalmente transformadas por
el hombre superan los 40 millones de km2, un 23,9%
del total de las tierras emergidas. Sin embargo,
estas cifras son engañosas, al incluir extensas
áreas de desiertos, rocas o hielos, que no son
habitables o tienen escasa importancia desde el
punto de vista de la diversidad biológica.
Si
se excluyen las áreas desérticas, rocosas y heladas,
las zonas no transformadas por el hombre y por lo
tanto con los ecosistemas y la diversidad biológica
bien conservadas, son sólo el 27%, mientras que las
parcialmente transformadas son el 36,7% y las
totalmente transformadas ascienden al 36,3%. Las
zonas sin transformar son la taiga y la tundra en
las latitudes nórdicas, los desiertos en África,
Australia y el centro de Asia, y la Amazonia.
Las zonas
más transformadas, sin apenas restos de la
vegetación original y con grandes pérdidas de
diversidad biológica, son Europa, el Este de EE UU,
China y el Sureste asiático.
América del Sur, con el 62,5%, y Oceanía, con el
62,3%, son las dos regiones mejor conservadas y
menos transformadas, mientras que Europa es el
continente que menos hábitats ha conservado, con
sólo el 15,6%. Las zonas de Oceanía bien conservadas
corresponden a los desiertos de Australia, mientras
que las regiones de América del Sur casi intactas
corresponden a la Amazonia, con bosques tropicales
con una extraordinaria diversidad biológica. África
es la zona con más áreas parcialmente transformadas,
reflejo de una presión demográfica todavía baja, y
de una agricultura extensiva. Europa, con el 64,9%,
es la región más humanizada, más del doble que el
siguiente continente, Asia, con el 29,5%.
José Santamarta*
Convenio Rel-UITA / La
Insignia
22 de mayo de 2006
*
Director de la edición española de
Worldwatch