La conciencia de que el acceso al agua potable es un derecho humano
fundamental viene despertando en la población mundial y enfrenta la ola
privatizadora que están impulsando los estados nacionales. Estas
privatizaciones implican beneficio exclusivo para unas pocas
transnacionales que quieren apoderarse de este indispensable recurso
natural para la vida de la humanidad y del planeta en su conjunto.
La
UITA ha trabajado intensamente el tema del agua como uno de los
derechos fundamentales de la humanidad, librando en el pasado reciente
una campaña de educación e información, por ejemplo, sobre el
Acuífero Guaraní en el sur latinoamericano. En la actualidad se ha
incorporado con mucha fuerza, como también lo ha hecho la Central
Unitaria de Trabajadores (CUT) a la gran campaña de apoyo al
referéndum constitucional colombiano para consagrar el derecho humano
fundamental al agua potable, un mínimo vital gratuito, la gestión
indelegable y directa del agua y la protección especial para los
ecosistemas esenciales para el ciclo hídrico.
De esta forma,
la UITA y la CUT pasan a forman parte del Comité Nacional de la Defensa
del Agua y la Vida en Colombia.
El
referéndum por el agua se apoya en la pretensión de desarrollar el
Título Primero de la Constitución que trata “De
los principios fundamentales”
de la siguiente manera:
“TITULO PRIMERO: DE LOS
PRINCIPIOS FUNDAMENTALES. El Estado debe garantizar la protección del
agua en todas sus manifestaciones por ser esencial para la vida de todas
las especies y para las generaciones presentes y futuras. El agua es un
bien común y público”.
El
asunto de los derechos humanos siempre ha estado asociado a la condición
especial de cada ser, a su dignidad, y de ella se desprenden un
sinnúmero de libertades y derechos que, en conjunto, buscan salvaguardar
la esencia de cada hombre y cada mujer, poniendo en algunos casos
limites, obligaciones y deberes al Estado y a los demás sujetos que
conviven dentro de una comunidad.
Estos
derechos han sido el fruto de la lucha incansable de la humanidad por
alcanzar unas condiciones de vida adecuadas, no sólo a nivel individual,
sino también colectivo, y por ello se buscó su consagración expresa como
tales, a través de declaraciones universales y de normas de obligatoria
observancia y respeto, para lograr una mayor garantía y protección.
Pero el
tema de los derechos humanos fundamentales trasciende los modelos
políticos y jurídicos creados por las sociedades organizadas. Es un
asunto de ética, de decencia, de naturaleza, que no puede supeditarse a
la elaboración previa de un mandato normativo. Su existencia es
simultánea con la vida misma.
El agua, por ser esencial
para los seres humanos, se encuentra íntimamente relacionada en cuanto a
su acceso, suministro y potabilidad al desarrollo de la vida en
condiciones dignas.
La carencia de líquido, la falta de un abastecimiento continuo para los
usos personales y domésticos, la negación a su acceso por razones de
sexo, raza, edad, condición social o factores de tipo económico, sus
usos no adecuados a las prácticas y costumbres de las comunidades y su
insalubridad, son factores que atentan directamente contra la vida de
las personas y de las poblaciones. El líquido debe ser garantizado en
todos estos aspectos, pues su negación por acción u omisión o por falta
de acciones positivas del Estado para su garantía, clara y
ostensiblemente, atentan contra la dignidad de todos los seres humanos
sin distinción alguna.
Las situaciones anteriores
dan muestra de que el líquido no puede ser concebido como un simple
compuesto, ni como un elemento importante para la elaboración de
estrategias, ni como un recurso natural renovable, ni como un bien
comercial, una mercancía, ni exclusivamente como bien económico,
concepciones todas unilaterales que en algunos casos han impuesto
políticas públicas y marcos normativos que no contienen una visión
humana, social y sostenible de la relación entre los seres humanos y el
agua
Por ello, considerar el
agua potable como un derecho humano garantizado a través de un mínimo
vital gratuito, implica un manejo público transparente y participativo
del agua, frente a los riesgos de la privatización.
Reconocer el valor cultural del agua para todo el pueblo colombiano,
y en particular para las comunidades afrodescendientes y los pueblos
indígenas, que incluso la consideran sagrada, y finalmente reclamar la
protección especial de los ecosistemas estratégicos en el ciclo
hidrológico, constituye en un camino cierto para la construcción de una
sociedad y un Estado más justos, democráticos y ambientalmente
sustentables.