22 de marzo
Día Mundial
del Agua
bajo el
lema “Agua y Desastres”
Sin agua por culpa de un desastre |
El agua es la vida, es esencial para garantizar la
alimentación y la salud y, por tanto, el desarrollo de
los pueblos. Pero no todas las naciones la disfrutan
del mismo modo. Por este motivo, Naciones Unidas
incluye el acceso al agua dentro de la larga lista de
derechos humanos fundamentales. Aún así, enfermedades
relacionadas con el agua dejan cada año alrededor de
cuatro millones de muertos, en su mayoría niños y en
su mayoría en países en desarrollo. Son enfermedades
que, como la diarrea (que provoca 6.000 muertos al
día), el tifus o la hepatitis, tienen mucho que ver
con el consumo de agua en mal estado. Una práctica muy
común en regiones pobres devastadas frecuentemente por
desastres de todo tipo: sequía, inundaciones,
desertificación, terremotos, ciclones, pero también
conflictos armados, oleadas de refugiados y políticas
erróneas. El 95 por ciento de estos desastres tiene
como escenario países en desarrollo. Así, el Día
Mundial del Agua, ha elegido este año, con el
patrocinio de la Organización Meteorológica Mundial
(OMM) y la Estrategia Internacional para la Reducción
de los Desastres (EIRD), el lema "Agua y Desastres".
Pero, ¿es cierto que los desastres se ceban con las
regiones pobres? El pasado 26 de diciembre, un
terremoto de 6,4 grados en la escala de Richter
sacudió la ciudad iraní de Bam con un resultado de
40.000 muertos y el 70 por ciento de sus
infraestructuras colapsadas. Cuatro días antes, la
ciudad californiana de San Francisco sufría un temblor
de tierra con una magnitud superior a la de Bam. Dos
personas perdieron la vida.
Parece evidente que los desastres no atacan el Sur por
un capricho geográfico sino más bien por motivos muy
relacionados con el subdesarrollo, si bien es cierto
que hay zonas especialmente expuestas a amenazas
naturales. En otras palabras, un terremoto, una
avalancha o un ciclón tropical se convierten en un
desastre de grandes dimensiones en regiones
vulnerables, expuestas e indefensas en un escenario de
pobreza y miseria. De ahí que la fórmula que se
utiliza para explicar el riesgo de una población ante
la posibilidad de un desastre sea la siguiente: Riesgo
= Vulnerabilidad x Amenaza.
Resuelta la fórmula en contra de las regiones más
desfavorecidas, el agua es una de las víctimas (las
primeras son las personas) en caso de desastre. Con el
70 por ciento de las infraestructuras inservibles, los
habitantes de Bam vieron reducido a la mínima
expresión su acceso al agua. Una carencia que en la
mayor parte de las ocasiones lleva a los damnificados
a beber o asearse en cualquier lugar, aguas estancadas
y contaminadas habitualmente. Son los principales
focos de infección y transmisión de enfermedades como
el cólera o la disentería, mortales en el caos de la
catástrofe.
El porqué de la importancia que tiene el agua en un
desastre, como raíz y víctima, parece claro. Queda
saber en qué medida están las poblaciones expuestas a
un desastre y cómo se puede frenar esta indefensión.
El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) ha elaborado un Índice de Riesgo de Desastre (IRD).
Según este IRD y en términos anuales, 130 millones de
personas están expuestas a sufrir un terremoto,
especialmente en Irán, Afganistán, India, Turquía,
Rusia, Guinea y Armenia; 119 millones podrían verse
envueltas en un ciclón tropical, probablemente
Bangladesh, Nicaragua, Honduras, Filipinas o Vietnam;
las inundaciones podrían alcanzar a 196 millones de
personas de 90 países, entre ellos y con mayor riesgo
Venezuela, Somalia, Marruecos y Yemen; la sequía, por
último, es la mayor amenaza para 220 millones de
personas en riesgo, concentradas casi exclusivamente
en África.
A los desastres naturales hay que sumar aquellos
motivados por la acción directa del hombre. Ejemplos
hay muchos, aunque vale recordar el control del 95 por
ciento de los acuíferos palestinos en manos del
Gobierno de Israel; la privatización y usurpación del
agua a los más pobres en Bolivia; o el exceso de
población refugiada en Guinea llegada de los
conflictos en Liberia, Costa de Marfil o Sierra Leona.
Pero aquí no termina la responsabilidad del hombre. El
sobrepastoreo, el cultivo excesivo, la deforestación o
la irrigación inapropiada disminuyen las defensas de
la tierra y facilita las inundaciones, la sequía, la
desertificación y el calentamiento global.
¿Qué podemos hacer para mitigar el riesgo ante
desastres? En la emergencia sólo cabe confiar en la
buena labor de las organizaciones humanitarias. Se
trata de asegurar la distribución de agua primero
(quince litros por persona y día según los estándares
del proyecto Esfera), y garantizar su saneamiento y
limpieza para evitar la transmisión de enfermedades.
Se trata también de trabajar con las comunidades
locales en programas de desarrollo (construcción de
pozos por ejemplo), para que recuperen su autonomía
después de la emergencia, recobren la dignidad y
salgan del impacto psicológico provocado por la
catástrofe.
Son medidas que intentan mitigar los efectos de un
desastre. Pero no atacan la raíz, la vulnerabilidad de
las regiones en desarrollo. Serían medidas que más que
mitigar, tendrían que buscar la preparación ante
posibles desastres, pero sobre todo, la prevención en
el plano local, nacional e internacional. Son medidas
encaminadas a la reforestación de zonas amenazadas, la
gestión y evaluación de riesgos, los sistemas de
alerta temprana, el fortalecimiento institucional, los
planes de desarrollo sostenible y la reducción de la
pobreza. De lo concreto a lo más abstracto, pero con
la misma idea: que los desastres no vuelvan a ser el
lema del Día Mundial del Agua.
Óscar Gutiérrez
Agencia de Información Solidaria
22 de marzo de 2004