Ante la crisis mundial del agua |
Hace apenas 100 años, las tasas de mortalidad infantil de Washington DC
eran el doble que las tasas de mortalidad infantil actuales del África subsahariana. A finales del XIX, las enfermedades transmitidas por el agua
(como la diarrea, la disentería y
la fiebre tifoidea)
eran responsables de 1 de cada 10 de las muertes infantiles que se producían
en Estados Unidos.
En Gran
Bretaña, la gente se fue enriqueciendo mediante la revolución industrial,
pero su salud no mejoró. Mientras la población pobre iniciaba el éxodo del
campo a las ciudades éstas se convertían en cloacas al aire libre, y las
epidemias de fiebre tifoidea y cólera azotaban regularmente ciudades como
Nueva Orleáns y Nueva York.
En el
caluroso verano de 1858, el Parlamento del Reino Unido se vio obligado a
cerrar sus puertas debido al “Gran Hedor”, causado por el drenaje de las
cloacas en el Támesis. Para la población rica, suponía una molestia. Para la
población pobre, que obtenía el agua para beber del río, suponía la muerte.
A finales
del XIX, los gobiernos reconocieron que las enfermedades asociadas al agua y
al saneamiento no se podían confinar a los más pobres y que había que
adoptar medidas por el interés público. En el Reino Unido, Estados Unidos y
otros lugares, se realizaron grandes inversiones en alcantarillado y en la
purificación de las fuentes de suministro de agua con un enorme éxito.
Ningún otro período en la historia de Estados Unidos presenció una reducción
tan rápida en la tasa de mortalidad. Estos datos los aporta el Informe sobre
Desarrollo Humano 2006 sobre “Poder, pobreza y la crisis mundial del agua”.
Esta
crisis de agua y saneamiento requiere con urgencia un Plan de Acción Mundial
para que se reconozca el acceso a 20 litros de agua limpia al día como un
derecho humano cuya carencia provoca cerca de dos millones de muertes
infantiles por diarrea cada año.Recordemos que 1.100 millones de personas
carecen de acceso al agua, y 2.600 millones no disponen de letrinas.
En muchos
de los países empobrecidos del Sur, el agua sucia es una amenaza mayor para
la seguridad humana que los conflictos violentos. Más de 443 millones de
días escolares se pierden a causa de enfermedades relacionadas con el agua;
y casi un 50 por ciento de la población total de esos países padece algún
problema de salud debido a la falta de agua y saneamiento.
A este
costo humano de la crisis del agua y el saneamiento se debe sumar un retraso
en el crecimiento económico del África subsahariana, que sufre una pérdida
anual de un cinco por ciento en su PIB, cifra muy superior a todas las
ayudas que reciben.
El
Informe indica que, a diferencia de las guerras y los desastres naturales
que mueven a acciones solidarias internacionales, en este caso sucede como
con el hambre, que es una emergencia silenciosa que experimenta la población
pobre y que toleran aquéllos que disponen de los recursos, la tecnología y
el poder político necesarios para resolverla.
Los
gobiernos nacionales deben definir estrategias y planes creíbles para
abordar la crisis del agua y el saneamiento. Pero también es necesario
desarrollar un Plan de Acción Mundial –en el que participen activamente los
países del Grupo de los Ocho– para dirigir los esfuerzos internacionales
mediante la colocación del problema de agua y saneamiento como una prioridad
absoluta.
Podemos
adoptar medidas coordinadas para proporcionar agua limpia y saneamiento a la
población pobre del mundo o condenar a millones de personas a vivir en una
situación evitable de insalubridad, pobreza y disminución de oportunidades y
perpetuar profundas desigualdades en el interior de los países y entre unos
países y otros.
El
Informe sobre Desarrollo Humano de 2006 recomienda la adopción de tres
medidas básicas:
1. Hacer
del agua un derecho humano con medidas concretas. Mientras que un habitante
de EE UU o de Gran Bretaña gasta 50 litros diarios de agua tan sólo tirando
de la cisterna, muchos pobres sobreviven con menos de cinco litros de agua
contaminada al día.
2.
Elaborar estrategias nacionales para el agua y el saneamiento. Los gobiernos
deberían invertir un mínimo del uno por ciento del PIB en agua y
saneamiento. El gasto público representa normalmente menos del 0,5 por
ciento del PIB. Los estudios realizados muestran que esta cifra queda
eclipsada por los gastos militares: en Etiopía, el presupuesto militar es 10
veces superior al presupuesto para agua y saneamiento: en Pakistán, 47 veces
superior.
3.
Aumento de la asistencia internacional: El Informe propugna una inversión
de unos 4.000 millones de dólares que representa menos de los gastos
militares realizados en 5 días y menos de la mitad de lo que gastan los
países desarrollados al año en agua mineral”.
Esta
inversión hasta sería rentable, pues se traduciría en un ahorro de tiempo,
un aumento de la productividad y una reducción de los costos sanitarios, que
descenderían a 8 dólares por cada dólar invertido en el logro de la meta de
agua y saneamiento. Sin olvidar que los próximos conflictos armados que
amenazan la existencia del planeta tendrán lugar por el control del agua más
que por el del gas y el del petróleo que encontrarán sustitutos
alternativos. En esta lucha nos va la supervivencia.
José Carlos García Fajardo
Centro de Colaboraciones Solidarias
10 de noviembre de 2006
Foto: heraldo.es
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