En las ciudades el capital lo disloca todo. Lo fragmenta, lo
separa. Abrir la llave del agua nos corta la conciencia
de su ciclo, de su flujo. Ni siquiera conectamos bien a
dónde van las alcantarillas. El agua en las urbes es
bebida por las industrias, los servicios masivos y los
grupos de control privilegiados, mientras se le niega a
grandes grupos hacinados en zonas marginales. Quienes sí
reciben agua, les llega cada vez menos, cada vez más
sucia y más cara.
El agua que las ciudades roban a las montañas se canaliza o
entuba, se la contamina de mil formas (muchas de ellas
irreversibles), se la desperdicia o depreda para
finalmente regresarla de forma inmunda a los campos. Es
la civilización de escusados ingleses y consumo que hace
crecer los basurales.
El capital confronta al campo con la ciudad. Los escinde.
Provoca que la ciudad viva saqueando constantemente los
recursos del campo mientras expulsa a millones que
agravan, al migrar a los cinturones de miseria, la
escasez del agua en las ciudades en un círculo vicioso
imparable.
El problema de la relación entre campo y ciudad no es sólo un
problema de relación injusta. Sus luchas son diferentes.
No se puede incriminar a los campesinos por un uso
depredador del agua porque esto es mentira y está
manipulado. No se puede plantear que la gente de la
ciudad es la que se roba este bien común porque en las
ciudades hay una injusta distribución y existen
numerosos pobres en las ciudades que ni siquiera tienen
acceso al vital líquido.
Sí existe una crisis real. Los acuíferos y los ríos se están
secando. Hay cada vez menos agua. Sistemáticamente el
poder, el Estado y el capital utilizan este hecho para
propiciar enfrentamientos entre las comunidades y
confrontar a pobres y excluidos del campo y la ciudad.
Cómo brincar esa confrontación, cómo hacer del agua un
instrumento de vinculación y unión de todas nuestras
luchas
Debemos entender el carácter global del ataque. Ocurre en
todas las regiones. Es un ataque puntual, sistemático.
Sorprende el parecido entre el ataque en un lugar y
otro. Sorprende la forma en que lo afinan y lo
endurecen, lo perfeccionan y esconden conforme pasa de
un país a otro. El ataque es global pero la gente lo
sufrimos aislados, provincianamente. Esto tiene que
terminar: tenemos que tener la visión global, completa,
del ataque. Tenemos que socializar una visión integral
de la lucha y la resistencia. Para aprender. Para
inspirarnos unos en la lucha de los otros. Mirarnos como
espejos, con nuestras experiencias mutuas. Las
comunidades indígenas plantean la necesidad de enfocar
el problema del agua con una visión integral, como una
lucha territorial en donde concurra la totalidad de los
problemas. Es la lucha por la vida, por la tierra, por
el maíz, por los bosques, por una relación diferente con
la ciudad, por la propia lengua, por las propias ideas,
por la cosmovisión. Ese es realmente un espejo en que
los citadinos deberíamos mirarnos.
Una respuesta de izquierda a la crisis capitalista del agua
nos obliga a resolver los problemas generados por los
lodos e inmundicias que el neoliberalismo sedimenta en
todas partes. Fomentar las luchas por recuperar nuestras
cuencas, emprender un equilibrio territorial que nos
lleve al manejo colectivo de las microcuencas. Idear la
descontaminación de nuestros ríos, crear micro
infraestructuras para retener los flujos en las tierras
de cultivo y en las ciudades, programas para recargar y
proteger nuestros acuíferos. Recuperar nuestras tierras
fértiles, limpiar las barrancas, crear –con inteligencia
y sensatez– sistemas colectivos que limpien las aguas
sucias. Y muchas otras medidas de restauración ambiental
al alcance de las comunidades.
Estos trabajos de resistencia permiten escapar de la estrecha
celda que intenta crear en las mentes el catecismo de
las instituciones del Foro Mundial del Agua: ahorro del
agua en el grifo, como también vociferan las empresas
transnacionales responsables de las grandes
depredaciones de fondo y sus "ecologistas y ONG corifeas",
dedicadas a ocultar y maquillar el nocivo manejo
capitalista del líquido.
No debemos hacer eco de la religiosa campaña de culpa y
paranoia por la sed mundial del nuevo siglo. Contra
estas trampas debemos promover la creatividad colectiva
diseñando un mundo de nuevos valores de uso
anticapitalistas. La actual sed mundial no es un destino
inevitable para la humanidad. Tampoco es un destino el
neoliberalismo, los gobiernos que entregan los recursos
estratégicos nacionales, ni los gobiernos corruptos que
toleran la destrucción ambiental de los ecosistemas.
La defensa anticapitalista del agua nos obliga a la
comprensión crítica de su ciclo metabólico y sus
problemas nodales. A defender, recuperar o a recrear
(según sea el caso) la gestión comunitaria de los
sistemas de riego, de los acuíferos y de la perforación
de pozos, de los sistemas de almacenamiento y
tratamiento de aguas. A desarrollar redes de
distribución y a formas de consumo sensato del líquido.
Una gestión colectiva nos empuja a recuperar o inventar
instancias democráticas directas y nuevas en poblados,
campos, municipios, barrios populares de las grandes
ciudades, en las instituciones de manejo, en las grandes
cuencas y los países.
Estamos obligados a recuperar nuestra memoria colectiva, a
recuperar diversas formas indígenas y mestizas
ancestrales, recientes o vivas de manejo colectivo
ambiental del agua. Debemos gestionar integralmente los
problemas de la tierra, las semillas tradicionales, los
abonos, los saberes, el uso diverso de los bosques, el
medio ambiente, la economía de traspatio y las
relaciones comunitarias. No sólo es que las ciudades
comiencen a pagar su deuda social y ambiental con las
zonas rurales (reconociendo servicios ambientales,
estableciendo mercados justos, etcétera), sino que
promuevan lo antes posible formas modestas de
agricultura urbana que minen desde abajo (y en la vida
cotidiana misma) el abismo actual entre ciudad y campo.
Sin alternativas que paulatinamente comiencen a revertir el
descomunal sometimiento del campo a las ciudades –lo que
implica una crítica de la forma material en que el
capital ha organizado los usos del campo y las ciudades–
resultará imposible escapar de las formas autoritarias y
catastróficas con que el capital mundial ordena el uso
global del agua. Debemos buscar un manejo transparente
de la información. Generar mecanismos democráticos
directos de gestión desarrolla formas confiables de
discusión e inteligencia colectiva. Hay que desmantelar
los escenarios ideológicos y "científico-técnicos" de
chantaje por la supuesta crisis y escasez mundial del
agua: son escenarios montados para legitimar la
expropiación mundial de las infraestructuras y
servicios, imponer tarifas por consumo cada vez más
elevadas y sacralizar las nuevas propuestas
científico-técnicas de los grandes capitales.
Hay que reconstruir los tejidos sociales comunitarios de
forma flexible y plural. No asumir colectivamente el
punto ya obliga a las mayorías a tener que escoger entre
volverse animales de megagranjas, hacinados en las
nuevas micro casas de las megaurbes –alimentados por
goteo privatizado–, o volverse animales libres, pero
habitantes del desierto, confinados a vivir entre la sed
y el sol, bajo las pocas piedras disponibles. Tal es el
prometedor futuro que hoy venden las empresas
transnacionales y sus instituciones globales, promotoras
del Foro Mundial del Agua.
Andrés Barreda *
La Jornada
22 de marzo de 2006
* Director del Centro
de Análisis, Información y Formación Popular (Casifop)