La
escasez de los recursos naturales amenaza a la humanidad. Si hace cincuenta
años, nos hubieran presentado la hipótesis de que algunas empresas iban a
controlar el abastecimiento, el embotellamiento y el transporte del agua,
nos hubiera sonado a película de ciencia ficción. Hoy, el agua embotellada
se vende a precio de gasolina y 1.200 millones no tienen acceso al agua
potable
Para
producir un kilo de carne se consumen siete litros de petróleo, según
cálculos de la confederación de transporte por carretera en España.
Presentado de esa manera y basado en la cantidad de fertilizantes utilizados
para producir el alimento para el ganado vacuno y en el consumo de
combustible necesario para su transporte, este dato retrata la fiebre por
los recursos, que tiene al mundo en un estado de delirio.
Más que
nunca, el valor de las cosas materiales se mide por su facilidad para ser
explotadas, ya sea para producir energía, para permitir la fabricación de
teléfonos celulares, computadoras, pantallas y medios de transporte, o
incluso para la producción de joyas y diamantes.
A veces,
se trata más de supervivencia que de mantener el modelo de desarrollo que
cada rincón del planeta se ha dispuesto a imitar. Las embotelladoras
vinculadas a las grandes empresas transnacionales de bebidas y refrescos se
dieron cuenta de esto desde hace tiempo y empiezan a controlar el
abastecimiento y la distribución del oro azul en el mundo. Hace
cincuenta años, semejante idea, presentada como hipótesis, habría sonado a
película de ciencia ficción. Hoy, se ha convertido en una realidad palpable.
La
escasez del agua es proporcional a la fiebre que despierta. Las grandes
ciudades perciben esta presión conforme crece la población que proviene de
las zonas rurales. Las crisis del agua para la población urbana, superior a
la rural en términos globales, afectan tanto a países ricos como a los
empobrecidos del Sur.
El
petróleo sigue el mismo patrón de escasez y de encarecimiento. Se ha
convertido en un factor principal para la subida del precio de muchos
alimentos básicos como los cereales y la leche. Hace dos semanas, un
enfrentamiento entre los clientes de una gasolinera en China por los
problemas en el suministro de combustible se saldó con un muerto. El ritmo
de consumo en el país asiático sigue en aumento mientras en año y medio el
Gobierno no ha subido los precios del petróleo.
Después
de Estados Unidos, China es el mayor consumidor de crudo en el
mundo. De ahí la incursión en las economías africanas, especialmente las que
tienen reservas de petróleo. Pero este salto hacia África no sólo
obedece al intento de acaparar la principal fuente de combustible de la
maquinaria china, sino también a asegurarse el control de materias primas
para sostener su crecimiento económico, de más del 10% anual, y al auge
urbano de ciudades como Shanghai, Pekín y Hong Kong.
Este
crecimiento pasa factura. El nivel freático del subsuelo se hunde más de un
metro cada año en la ciudad de Shijiazhuang para poder abastecer a las
nuevas viviendas de agua potable. Además, los niveles de contaminación del
aire en Pekín comienzan a preocupar tanto a chinos como a extranjeros en la
víspera de los Juegos Olímpicos de 2008.
La fiebre
por los recursos no es única de las grandes economías. Las declaraciones de
Hugo Chávez después de su enfrentamiento verbal con la diplomacia
española en la última Cumbre Iberoamericana ponen de manifiesto la
importancia de los recursos naturales por encima de las relaciones
diplomáticas, empresariales y de las inversiones que pueden pasar a manos de
economías emergentes al acecho.
La
exportación de crudo sostiene parte de los programas sociales de
Venezuela, e incluso se especula sobre la formación de médicos cubanos
para que ejerzan su profesión en este país. Cuando las fronteras no rodean
territorios con grandes reservas de hidrocarburos, la llamada ‘era de los
biocombustibles’ mantiene despierta la esperanza en la producción agrícola
de cultivos como la soja, que ha sostenido el alto crecimiento económico
anual de Argentina desde el fin de la crisis del corralito.
Al margen de la intención de los países ricos por mantener su nivel y su
modelo de consumo, de las ansias de los países emergentes y de los
empobrecidos por alcanzarlos en su ficticia carrera hacia el desarrollo, las
riquezas naturales tienen un límite. Si no detenemos esta galopada a ciegas
y viramos hacia un modelo que haga del hombre un ser que pertenezca a la
tierra con la que debe convivir, la explotación de los recursos nos llevará
al suicidio.
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