La próxima guerra será por
el agua. Más de mil millones de personas no tienen
acceso a una red segura de agua. Es posible vivir sin
coches, pero la vida sin el “oro azul” es inimaginable.
El mercado del agua es el
más grande del mundo. De ahí que las empresas de este
sector se encuentren entre las más poderosas junto a las
del petróleo, las de armamento o las farmacéuticas.
Las multinacionales se
extienden por todos los continentes animadas por el
crecimiento del consumo de agua embotellada. Tanto por
las naciones más prósperas como por los países
empobrecidos. El precio del agua envasada puede superar
en miles de veces el del agua del suministro público.
Llama la atención que cada estadounidense consuma, de
media, 85 litros de agua embotellada al año cuando sus
redes de suministro público nunca fueron tan seguras. En
los gigantes asiáticos, China e India, la contaminación
de sus ríos facilita la entrada a estas empresas.
También han desembarcado en algunos países del
continente africano con un elevado porcentaje de
población sin agua potable, donde existe el riesgo de
que los gobiernos consideren satisfecha esta necesidad y
no inviertan en una red pública de agua segura a pesar
del ahorro económico que supondría el tener agua
potable.
Los gobiernos se
desentienden y dejan en manos de particulares el
servicio de un bien indispensable. La privatización,
favorecida por organizaciones internacionales que dicen
velar por el desarrollo de los países, es responsable de
que en Kenia un litro de agua cueste el doble que otro
de gasolina. La mayor parte de los créditos concedidos
por el Banco Mundial para su suministro tienen como
condición que éste se privatice.
Aunque en algunas naciones
se ha conseguido aumentar bastante la cobertura de la
red, su estado suele ser deficiente, lo que hace poco
aconsejable beber agua del grifo. En todo caso, los
intereses de las empresas no se corresponden con las
necesidades reales. La mayor parte de la población sin
agua potable se encuentra en zonas rurales o urbanas muy
pobres donde no existen aún redes de distribución y no
pueden permitirse comprar el agua que venden.
El agua es un bien
fundamental del que no se debería obtener un beneficio
económico. Para la Organización de Naciones Unidas el
acceso a ella es un derecho de todo ser humano. Es
preciso otro modelo de industria en el que no se haga un
negocio de la necesidad y el dominio de las riquezas y
del mercado tampoco lo sea todo. Las multinacionales del
agua se parecen a las del petróleo al favorecer con sus
intereses una situación de injusticia, pues ofrecen un
bien vital a un alto precio en países donde existe un
elevado porcentaje de población empobrecida.
El agua ha sido desde
siempre una fuente de vida y ha posibilitado el
desarrollo de las civilizaciones, como la egipcia a
orillas del Nilo. A la vez es un motivo de disputa
porque a menudo los recursos hídricos más importantes no
pertenecen a un único país. De ahí los conflictos en la
Cuenca del Jordán, del Eúfrates, del Tigris, del Nilo o
del Zambeze. La población y los recursos hídricos se
reparten en la Tierra de forma desigual.
Forma parte de uno de los Objetivos del Milenio mejorar
el acceso al agua potable y las redes de saneamiento,
pues la contaminación ocasiona el 80% de las
enfermedades de los países empobrecidos y quita la vida
a 6.000 niños menores de cinco años cada día. La
convivencia no puede quedar más comprometida cuando
millones de personas padecen las consecuencias en su
salud y muchas naciones se ven abocadas a la pobreza al
perder su fuerza más preciada, la infancia. Con sus
intereses, estas multinacionales han creado un mercado
de la sed que en nada puede beneficiar a quienes carecen
de agua limpia y saludable.
Jorge Planelló
CCS - España
22 de febrero de 2006