Las
pampas de Argentina y Uruguay son una de las mayores praderas
no cultivadas del mundo. Los pastizales han dominado las pampas durante por
lo menos tres mil años. En el siglo XIX empezaron a plantarse eucaliptos en
superficies pequeñas, para sombra en las estancias y para material de
construcción. Hoy, las industrias de la compensación de las emisiones de
carbono y de la celulosa y el papel están expandiendo sus operaciones en
América del Sur y se dedican cada vez más a la conversión de praderas en
plantaciones industriales de árboles en gran escala.
Robert
Jackson,
profesor de Biología de la Universidad de Duke, ha investigado durante
varios años los impactos de las plantaciones sobre el agua. “El
establecimiento extensivo de árboles podría comprometer el reabastecimiento
de las aguas freáticas (capas subterráneas de agua) a escala de paisaje, con
lo que su uso sería transitorio y se produciría una mengua generalizada de
las aguas freáticas”, escribió en un artículo de 2004, publicado en
Global Change Biology. El artículo, escrito junto con su colega
Esteban Jobbágy, se basa en la comparación de praderas con las
plantaciones adyacentes en las pampas argentinas. Además de la disminución
de las aguas freáticas hallaron que “La conversión de praderas a
plantaciones en las pampas desencadenó la intensa salinización del suelo y
el manto freático en zonas con sedimentos de textura intermedia, el tipo de
suelo más común de la región”.
En las
pampas los lentes de agua dulce [masa de agua dulce que flota sobre aguas
subterráneas salinas] superficial sirven para obtener agua para beber, pero
por debajo de las plantaciones lo que hay bajo estos lentes son aguas
freáticas salobres. Las plantaciones de árboles se chupan las aguas
freáticas más profundas, trayendo las sales a la superficie. Las
plantaciones afectan también los nutrientes del suelo, agotando calcio,
magnesio y potasio pero aportando sodio, con lo que aumentan los suelos
salinos.
“Un
paisaje con aguas freáticas profundas y saladas sería un resultado probable
del establecimiento masivo de árboles en las pampas”, advierten Jackson
y Jobbágy.
Jackson
fue el principal autor del informe “Trading Water for Carbon with
Biological Carbon Sequestration” publicado en la revista Science en
diciembre de 2005. Jackson y sus colegas estudiaron comparaciones
entre las composiciones químicas de los suelos de pastizales o matorrales y
de los suelos de las plantaciones adyacentes en dieciséis países. Analizaron
datos sobre el caudal de los cursos de agua tomados de 26 estudios a largo
plazo sobre cuencas hidrográficas (con más de 500 observaciones anuales)
para comparar las cuencas de praderas, matorrales o cuencas agrícolas con
las plantaciones. También llevaron a cabo su propia investigación en
Argentina.
“Las
estrategias de captación de carbono destacan el uso de plantaciones de
árboles sin considerar sus plenas consecuencias ambientales”, escriben
Jackson y sus colegas. El informe documenta el hecho de que la
sustitución de pastizales y matorrales por plantaciones provoca “pérdidas
sustanciales del caudal de los cursos de agua y aumento de la salinización y
la acidificación del suelo”.
“En el
correr de una década”, dijo Jackson en una entrevista concedida a
National Public Radio en 2005, “las plantaciones de árboles
reducen el caudal de los cursos de agua aproximadamente a la mitad, en
comparación con los matorrales o pastizales que sustituyeron, y uno de cada
ocho arroyos se secó completamente durante un año entero o más”. Más de un
quinto de las cuencas experimentaron una reducción del escurrimiento de 75%
o más durante por lo menos un año.
“Las
plantaciones no solamente tienen una demanda de agua mayor que pastizales,
matorrales o cultivos”, señalan Jackson y el equipo internacional de
científicos en Science, “sino que lo usual es que han aumentado
también la demanda de nutrientes. Estas demandas cambian la [composición]
química del suelo en formas que afectan la fertilidad y la sustentabilidad”.
En otro
informe publicado en 2005, Jackson y sus colegas encontraron que “los
eucaliptos tuvieron un impacto mayor que otras especies de árboles en las
praderas forestadas, reduciendo el escurrimiento en un 75%, mientras que el
descenso promedio fue de 40% en el caso de los pinos”.
El
impacto de las plantaciones de árboles sobre los caudales durante la
estación seca es de particular importancia: “Los cambios del caudal bajo
pueden ser aún más importantes que los cambios del caudal anual, dado que es
en la estación seca que el menor suministro de agua tendrá los efectos más
severos para los usuarios, en particular en regiones áridas y semiáridas”.
En un
informe publicado el año pasado, Jobbágy y Jackson
consideraron el impacto de las plantaciones sobre la composición química del
suelo en las pampas argentinas.
Sus hallazgos confirman sus
conclusiones anteriores.
Las
plantaciones de árboles “mostraron una generalizada y homogénea salinización
de las aguas superficiales y los suelos en todos los sitios del estudio”.
Jobbágy y Jackson informan que “En comparación con las praderas
que las rodean, las plantaciones de árboles... tenían aguas freáticas
superficiales entre 15 y 20 veces más salinas”.
Para los
agricultores y los pobladores que viven cerca de las plantaciones
industriales de árboles todas estas declaraciones aparecidas en
publicaciones científicas revisadas por colegas declaran lo obvio. Pero
agricultores y pobladores tienden a no cavar pozos ni recolectar muestras de
suelos y aguas freáticas para enviarlas a analizar en un laboratorio.
Tampoco elaboran informes para que se publiquen en las
revistas científicas.
En su
lugar, se dan cuenta de que sus cultivos no crecen o de que sus pozos se
secan. La mejor forma de evitar estos problemas es detener la expansión de
las plantaciones industriales de árboles antes de que la amenaza de
Jackson y Jobbágy, “un paisaje con aguas freáticas profundas y
saladas”, se convierta en una realidad en las pampas.
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