Es relevante que un país como Uruguay elija por primera vez
en su historia a un gobierno de izquierdas, pero lo es
más, si cabe, que sea pionero a nivel mundial en la
celebración de una consulta popular sobre el agua. El
pasado domingo los uruguayos además de poner fin a 170
años de alternancia de “Blancos” y “Colorados”,
dijeron “no” en referéndum a la privatización del
agua.
El 60% de la ciudadanía votó a favor de una reforma
constitucional que, al declarar el agua como “bien
público”, la protege en adelante de caer en manos
privadas, a la vez que garantiza la participación de
los usuarios en todos los niveles de su gestión. El
acceso a los servicios de agua y saneamiento pasa
además a ser considerado un derecho humano
fundamental. Una compañía estatal se encargará de
hacerlo efectivo, y no habrá en el futuro más
concesiones a empresas privadas.
Las organizaciones ecologistas han destacado la importancia
de la iniciativa uruguaya por su novedad, y también
porque fija un precedente importante para la
protección del Medio Ambiente: la democracia directa
como fórmula para consagrar estos principios en la
constitución nacional. En un tiempo en que las grandes
corporaciones pugnan por el control del agua, Uruguay
se garantiza así la soberanía sobre un recurso cada
día más preciado por su escasez.
Lo que todavía no está muy claro de la reforma, es qué pasará
con las empresas foráneas que actualmente prestan en
el país servicios de agua. En principio, la reforma no
tendrá carácter retroactivo y sólo se revisarán
aquellas concesiones que vayan en contra del interés
general. Es el caso de dos compañías españolas.
Aguas de la Costa opera en el Departamento de Maldonado desde
hace doce años. En este tiempo las tarifas de agua han
subido en la zona a un ritmo siete veces superior al
del resto del país. Es un fenómeno íntimamente ligado
a cualquier experiencia privatizadora, que las
empresas suelen justificar diciendo que mejoran el
servicio. Pero el ejemplo de la otra empresa española
desbarata este argumento. Uragua se encarga del
suministro de agua en Punta del Este y Piri, dos
destacados centros turísticos. En 2002, en el momento
álgido de la temporada turística, la compañía estatal
de agua Obras Sanitarias del Estado (OSE), se vio
obligada a recomendar a la población que hirviera el
agua suministrada por Uragua antes de consumirla
porque ésta contenía bacterias.
En los últimos años, el traspaso a manos privadas de la
gestión del agua se ha planteado como una posible
solución a su creciente escasez. El Banco Mundial ha
sido uno de los mayores patrocinadores de esta idea, e
incluso, en determinados casos, ha llegado a
condicionar la concesión de préstamos en países del
Sur a la privatización de los servicios de agua y
saneamiento. Algunas compañías como la Suez Lyonnaise
del Eaux o Vivendi tienen ya 110 millones de clientes
en más de 100 países, y aspiran a acaparar el 75% del
mercado en los próximos años.
Varios países latinoamericanos ya se han opuesto firmemente a
la privatización del agua. Los habitantes de
Cochabamba, en Bolivia, protagonizaron una de las
revueltas más sonoras. Hartos de invertir cerca de la
mitad de su sueldo en la cuenta del agua se echaron a
la calle. Después de meses de protestas consiguieron
recuperar el control sobre el preciado recurso y que
el gobierno suspendiera la concesión a una empresa
dependiente del conglomerado Bechtel. También en otros
países de la región como Argentina y Chile la
privatización ha despertado malestar entre la gente,
pero nunca antes ningún país había hecho lo que
Uruguay: someter a votación el modo de gestionar el
agua. Habrá que ver si cunde su ejemplo.
Iñigo Herraiz
Agencia de Información Solidaria (AIS)
5 de
noviembre de 2004