Sin
tratar de minimizar la gravedad del momento, reconozcamos
que se ve sólo por un ojo mientras se cierra el otro. Las
comunidades indígenas y los colonos han sufrido innumerables
atropellos a sus derechos más elementales en nombre del
desarrollo y bienestar de toda la población ecuatoriana, sin
que se haya desplegado un grado de preocupación nacional
similar al registrado ante los recientes acontecimientos de
violencia en la Amazonía.
El discurso sobre la importancia de la región, tan repetido
en actos oficiales, se derrumba ante la realidad de un
sistema que la aprecia sólo por la revalorización de sus
recursos en función de la acumulación de capital
-especialmente transnacional-, aún cuando estas actividades
pongan en riesgo la vida misma. Un ejemplo de esta realidad
es el vandalismo desatado por la actividad petrolera desde
que empezó a trabajar la Texaco en los años 60. El daño se
podría cuantificar en miles de millones de dólares por
derrames, contaminación de pantanos, quema del gas,
deforestación, pérdida de biodiversidad, por animales
silvestres y domésticos muertos, por materiales utilizados
sin pago, por salinización de los ríos, por enfermedades,
por trabajo mal remunerado. Son cuantiosos los perjuicios
económicos, sociales y culturales causados a los indígenas
sionas, secoyas, cofán, quichuas y huoranis, incluyendo a
los colonos. Sobre Texaco pesa la extinción de pueblos
originarios como los tetetes y sansahuaris.
Desde hace más de 30 años, las actividades petroleras han
atropellado la biodiversidad y el bienestar de la población
sin que el resto del Ecuador se desarrolle. La práctica
gubernamental, sobre todo para favorecer a las
transnacionales, como sucede con la OXY, ha sido la
violación de leyes, el empleo de la fuerza, la corrupción y
el permanente engaño a la población. La miseria, la
desnutrición, la mortalidad infantil, las enfermedades, la
contaminación, la violencia alcanzan los niveles más altos
justamente en las provincias petroleras, afectadas también
por el Plan Colombia.
Al tiempo que el Estado pierde participación en la renta
petrolera, se diluye más y más su débil presencia en la
región, cediendo terreno a las empresas petroleras privadas,
que copan el tradicional espacio estatal, relacionándose
directamente con las poblaciones amazónicas, asumiendo el
papel de suministradores de todo tipo de servicios y de
constructoras de obras públicas. En la medida que se
debilita la lógica del Estado de derecho, se consolidan
repuestas miopes y torpes de un Estado policial que reprime
a las víctimas del sistema, complicando cada vez más la
situación. La región amazónica recibe un trato, en la
práctica, de periferia en un país que forma a su vez parte
de la periferia del sistema económico global.
Todo esto explica y justifica la amplia y diversa
reclamación amazónica.
Alberto Acosta
Convenio La Insignia / Rel-UITA
24 de agosto del 2005
Fotos:
www.unii.net