Deforestación
La Ley de
Protección del Bosque Nativo, frenada por presiones
de empresarios sojeros, forestales y ganaderos
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Las topadoras dejan desiertos
para el posterior cultivo de soja |
La deforestación
ya es uno de los principales problemas en Argentina, admiten incluso los más
conservadores, y parece acelerarse cada vez más. Las consecuencias sociales,
económicas, climáticas y hasta estratégicas, son de una dimensión
considerable. El tema ha llegado hasta el Congreso, donde una ley de
protección de bosques nativos, después de tener media sanción, permanece
increíblemente frenada por fuertes intereses de caudillos provinciales.
Desde comienzos del siglo XX
la Argentina perdió dos tercios de la superficie de su bosque nativo.
En los últimos años, la deforestación superó las 200.000 hectáreas anuales,
siendo la región chaqueña la de mayor reducción de cobertura forestal.
La aceleración alarmante de
este proceso, se debe a dos grandes temas: la especulación inmobiliaria y la
visión cortoplacista de actores del sector agrícola, por lo que hoy el
desmonte constituye el más grave problema ambiental, social y económico del
país. Para peor, la pérdida de bosques nativos ha demostrado ser
irrecuperable, cuando se ha tratado de revertir situaciones parecidas.
Estos bosques son también el
territorio de miles de pequeñas comunidades campesinas, pueblos originarios
y criollos, que dependen de ellos cotidianamente. Para las comunidades que
viven en y de los bosques, éstos constituyen su casa y su fuente de
subsistencia. La tasa actual de desmonte significa su expulsión hacia la
pobreza suburbana.
Los efectos también se hacen
sentir en el clima: desde mitad del año pasado, las provincias más afectadas
por esta práctica -las norteñas Salta, Jujuy, Chaco y Formosa- han tenido
lluvias que al no poder ser absorbidas, han causado las peores y más largas
inundaciones de que se tenga registro. Pero en la vecina Santiago del Estero
jamás se vieron sequías tan alarmantes. El Estado ha tenido que movilizar
millones de dólares en recursos y al propio Ejército, para tratar de paliar
dos desastres simultáneos, pero con la misma causa.
Esta situación que afecta
todo el espectro económico y social, no parece importarle a las grandes
empresas que -topadora al frente- barren con los bosques nativos para lograr
territorio despejado donde se pueda sacar “oro verde” (soja), la producción
más rentable y de mayor exportación en Argentina.
Bosques bien protegidos (en
los cajones del Congreso)
Ante la extrema gravedad que
tomó esta situación, algunos diputados como el reconocido Miguel
Bonasso, han impulsado una Ley de Protección de los Bosques Nativos. La
norma establece “una moratoria a los desmontes por cinco años o hasta tanto
cada provincia desarrolle un ordenamiento territorial en sus bosques
nativos, para que el territorio sea utilizado de manera racional,
compatibilizando las necesidades sociales, económicas y ambientales”.
Las zonas más
afectadas
*Se desmontan por
año 250 mil hectáreas de monte nativo,
principalmente en el Chaco Seco, donde se produce el
70 por ciento de la deforestación anual por la
expansión de la soja transgénica y la ganadería.
*El Chaco Húmedo y
la selva pedemontana de las Yungas forman parte de
las áreas amenazadas.
*La Selva Misionera
alberga la más alta biodiversidad del país, pero
sólo queda un 7 por ciento de la superficie
original, y la mayor parte se encuentra en
Argentina, ya que en Paraguay y Brasil ha sido
prácticamente destruida.
A la destrucción
del bosque para conversión en tierra de cultivo se
le suma el reemplazo de selvas por forestaciones
implantadas, para uso industrial.
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La Ley de Bosques Nativos
fue impulsada por organizaciones ambientalistas y cuenta con el apoyo de
numerosas organizaciones campesinas e indígenas, como la Federación Agraria
Argentina, el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE) y
la Organización de Naciones y Pueblos Indígenas en Argentina (ONPIA).
Esta ley reglamenta, por primera vez, un uso racional del suelo, un tema
esencial en la historia argentina. El ordenamiento ambiental que propone la
legislación es un instrumento de política nacional fundamental, “cuyo objeto
es regular el uso del suelo y las actividades productivas, con el fin de
lograr la protección del medio ambiente, a partir del uso sustentable de los
bosques nativos, tras una evaluación de las unidades presentes en cada
provincia”.
La norma establece diez
criterios ecológicos y categorías de conservación que apuntan a planificar
las actividades forestales, agrícolas y ganaderas, evitando la fragmentación
y degradación del bosque nativo, y establece como prioritarios cuidar a los
bosques que actualmente ocupan y utilizan comunidades indígenas y
campesinas.
En su Informe Geo de 2004 el
gobierno nacional ya consideró que “la Argentina se encuentra en
estado de Emergencia Forestal, y si se mantiene la meta de llegar a los 100
millones de toneladas de producción de granos, tendría que extenderse la
frontera agropecuaria entre 12 y 15 millones de hectáreas, con lo que, en
los próximos años estaríamos convirtiendo a la actividad agropecuaria el 50
por ciento de los actuales bosques nativos”.
Un Estado que reconoce que
se encuentra en emergencia forestal, seguramente actuará como se hace en las
emergencias, rápido, pero al carro de bomberos alguien le pinchó las llantas
en el Congreso. Paradójicamente, los diputados que lograron frenar hasta
ahora la Ley de Protección del Bosque Nativo -una ley que parecía casi
unánimemente aprobada- provienen de las provincias donde la situación es más
crítica.
El lobby de los
legisladores chaqueños, formoseños, santiagueños, misioneros y salteños, es
-como mínimo- escandaloso. Para muestra vale un botón: cuando el proyecto ya
estaba aprobado en general, el gobernador de la provincia de Misiones,
Carlos Rovira, llamó a impulsar cambios para introducir
“licencias para desmontar”, que seguramente equivaldrán a “excepciones”.
Recordemos que es el mismo gobernador que llamó a las controvertidas
empresas de pasta de celulosa a instalarse en su provincia. Está claro que
en Misiones las excepciones son a la regla.
Las
inundaciones y las sequías de 2006
El 2006 fue un año de
inundaciones
y sequías nunca antes vistas. |
De los bosques nativos se
obtiene una serie de bienes y servicios indispensables para la super-vivencia
humana: alimentos vegetales y animales, maderas y medicamentos; pero, por
sobre todo juegan un papel fundamental en la regulación climática, el
mantenimiento de las fuentes y caudales de agua y la conservación de los
suelos. Por ello, las selvas y demás bosques sean, posiblemente, el
patrimonio natural más importante, pero también el más amenazado y
depredado.
Cuando había montes, además,
había otro clima. Todo era más equilibrado, sin tanta lluvia furiosa que
inunda y destruye -en el semestre húmedo-, y sin tanta sequía que deja los
pozos “sin agua buena” para beber. Es casi obvio, pero cuando había montes
no ocurrían catástrofes con cerca de 30 muertos, como la inundación del río
Salado en la ciudad de Santa Fe, o las de Jujuy y Salta.
Cuando las lluvias arrecian
no es igual que esté el monte o que haya tierra arrasada. El 80 por ciento
del agua que cae del cielo es retenida por el monte por el llamado “efecto
esponja”. En cambio, las superficies cultivadas sólo retienen un 20 por
ciento, y ocurre lo peor: el agua corre buscando la depresión del terreno en
caudales extraordinarios, desborda los cauces de los ríos y termina ahogando
gente en las ciudades.
La quimera
del “oro verde”
La expansión de la frontera
agrícola está haciendo estragos en todo el país con consecuencias
irreversibles a futuro. La enorme rentabilidad que tiene el sector es uno de
los principales motores que promueven el avance sobre los bosques nativos,
encontrando a la soja como “vedette estelar”. Cada vez se cultiva más, en
zonas donde antes no se hacía, y para preparar el terreno es necesario el
desmonte, o sea, arrasar con todo. Detrás de la topadora llegan el modelo
agro exportador y los monocultivos como la soja, el “oro verde” que ha
logrado acaparar casi todo el campo cultivable del país. Su fabuloso
rendimiento, con un mercado en alza y con China que demanda más y más, es
una tentación irresistible para los inversionistas.
Esta “fiebre” se extendió
muy rápido, en tan sólo cinco años. Tan rápido que no se pudo legislar sobre
estos cultivos -en un 99 por ciento transgénicos- que acapararon los campos
del “granero del mundo”, destruyendo así los ciclos de rotación de la tierra
y cualquier política estratégica que se pudiera hacer desde el Estado, para
evitar el peligro económico de depender de un monocultivo. Pero hoy los
mercados le sonríen a la soja y todo indica que lo harán por varios años
más. Entonces: ¿será esta la política oficial? ¿Un “laissez faire”*
al más puro estilo neo liberal pero en el campo? ¿Una política sin
políticas?
No es un dato menor que,
luego de la debacle económica y social de diciembre de 2001, los
elevadísimos precios internacionales de estos cultivos inyectaron capital
fresco al mercado argentino. Ese dinero le dejó al Estado regalías nunca
antes generadas por otra actividad económica, tanto que hoy el Banco Central
tiene las mayores reservas de su historia, a pesar de haber dilapidado
fondos para pagar deudas externas, reconocidas internacionalmente como
espurias.
Los capitales fueron
esparcidos en forma de ayuda social y emprendimientos gigantescos de
construcción, que bajaron las tasas de desocupación rápidamente y evitaron
un desenlace de estallido y caos social que parecía inevitable.
Rápidamente, los empresarios
sojeros fueron los nuevos ricos, quienes no sabían si invertir en enormes
torres, coches importados “a medida” traídos desde Japón o Estados
Unidos, o simplemente especular.
Es obvio que el gobierno ve
con buenos ojos la ampliación de este negocio para que, por efecto dominó,
otras áreas como la construcción absorban mano de obra de los sectores más
marginados.
Pero se ha llegado ya a una
encrucijada y el Estado tampoco es ajeno a esta realidad: no se puede
empujar más la frontera agrícola sin provocar daños irreversibles. Es hora
de pensar en el largo plazo, que cada vez es más y más corto, y definir, por
una vez en la historia argentina, quizás en el momento más crucial, un uso
racional del suelo, una política estratégica para el sector agrario y una
protección total de sus bosques y selvas.
En Buenos Aires,
Javier Amorin
© Rel-UITA
12
de marzo de 2007
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* "laissez
faire": expresión francesa “dejar hacer".
Hoy día se utiliza como sinónimo de economía estricta de
libre mercado.
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