Así desaparecen
diariamente, en la Argentina, cientos de hectáreas de bosque
nativo, que pasan a destinarse a la actividad agropecuaria.
Una de las zonas
más afectadas por la deforestación es la región de Anta, en
el sudoeste de la provincia de Salta. En los últimos seis
años desaparecieron 153.634 hectáreas de monte, que se suman
a otras muchas miles en Santiago del Estero, Chaco, Formosa
y Misiones y engrosan la estadística que indica que, en las
últimas décadas, la Argentina ha perdido el 70 por ciento de
su bosque nativo.
"El desierto es el
fantasma al que todos le tememos. Cuando destruyen el bosque
nos sacan la protección.
Si siguen
desmontando, el agua y la tierra no se encontrarán con
ninguna barrera y vamos a desaparecer", aseguró Carlos
Ordóñez, un criollo de Pizarro, un pueblo de 1500 habitantes
en el sudoeste de esta provincia.
Pizarro, que está
dentro de un área declarada reserva natural en 1995, vive
con incertidumbre su destino.
Es que el gobierno
salteño desafectó por ley 16.000 hectáreas del lugar y las
vendió en un proceso licitatorio a tres empresas para la
producción agropecuaria.
"El error fue
haber declarado esa zona como reserva. Los lotes que se
pusieron en venta fueron depredados durante décadas",
explicó a LA NACION el ministro de la Producción y Empleo
salteño, Manuel Brizuela, y aseguró que la mayoría de las 34
familias que viven en ese lugar, fuera de Pizarro, podrán
vivir allí y explotarán su tierra.
Otras opiniones
Sin embargo, las
autoridades de la Universidad Nacional de Salta (UNSA), un
grupo de criollos y la comunidad wichi no piensan lo mismo.
"Es cierto que hay
algunas zonas degradadas, pero se pueden recuperar. Antes de
desafectar áreas, se pueden crear formas de manejo ordenado
y amigables con el ambiente, como, por ejemplo, una reserva
de usos múltiples [donde conviven el hombre y el medio
ambiente]. Acá, el único responsable de la degradación es el
Estado", opinó Marta de Viana, directora del Instituto de
Ecología y Ambiente Humano de la UNSA.
El bosque tiene,
entre otras funciones, las de mejorar el régimen de humedad,
contribuir con el asentamiento del suelo y servir de barrera
geográfica para prevenir las erosiones hídrica y eólica, y
también las inundaciones.
"La situación es
crítica, por eso hay que actuar ya. No se dan cuenta de que
se está acabando el bosque.
"Yo me pregunto
cuánto tiempo va a pasar para que ocurra aquí una tragedia
como en Santa Fe [las inundaciones del año último, que
dejaron un saldo de 140.000 evacuados]", se lamentó Viana.
Los investigadores
piensan también que se trata de un antecedente peligroso.
"Son ambientes muy
frágiles y es necesario ser muy cuidadoso con su manejo",
agregó Viana.
"En el Chaco no
está garantizada la población a largo plazo. No necesitamos
expropiar, necesitamos más áreas protegidas. Si el argumento
es la falta de recursos, que busquen otros. Salir a buscar
recursos es la regla, no la excepción; así trabajamos los
científicos en la Argentina", dijo Sandra Caziani, doctora
en Biología de la UNSA.
Precisamente, esos
argumentos son los que usó la casa de altos estudios para
dictar una resolución en la que cuestiona la decisión del
gobierno.
A este documento
se suman los amparos presentados por un grupo de criollos,
por la agrupación ambientalista Greenpeace y la Fundación
Vida Silvestre, y por la comunidad wichi que vive en esa
zona.
El segundo cacique
de los wichis, Donato Antolín, no sabe qué explicar a su
pueblo.
"Tenemos miedo de
la venta de la tierra. Nosotros no tenemos nada", dice.
Ellos cazan y
preparan con el chauar (una planta fibrosa) sus comidas y
los tejidos que venden en el pueblo.
Lo que más
lamentan los pobladores es que la madera de los árboles
desmontados ni siquiera se utiliza. Es que, en la mayoría de
las explotaciones en esta zona, tras el paso de las
topadoras los árboles se apilan, se espera a que se sequen
y, después, simplemente se queman.
Más afectados
Pero no es sólo
Pizarro el pueblo que sufre los desmontes. A 50 kilómetros
de allí, en Coronel Mollinedo, los criollos que viven en el
monte están perdiendo lo que ellos consideran sus fincas.
Desde hace más de
60 años su vida transcurre entre los animales que crían y
los frutos y la madera que extraen del monte.
La familia Herrera
Toledo vive en una finca de 1700 hectáreas por la que
mantiene un juicio de posesión. Antes de que se defina la
cuestión, el área comenzó a ser desmontada por una empresa
privada para la producción de soja.
"Entraron con las
máquinas una noche y empezaron a sacar el monte. Ellos dicen
que compraron esas tierras, pero se las compraron a gente
que nunca vivió ahí", contó Norma Bermúdez, familiar de
quienes ocupan la tierra.
Ordóñez completó:
"Es una política sistemática. Dicen que la producción
agropecuaria va a generar un avance económico. Esta zona ya
tiene emprendimientos sojeros y lo único que se ve acá es
pobreza".
El gobierno lo
niega. "Salta tiene una política ambiental. Es la provincia
con más áreas reservadas del país. Tenemos una política de
preservación, pero lo que queremos es un crecimiento
armonioso."
"Para eliminar los
bolsones de pobreza, la provincia necesita crecer. Por
supuesto que con un desarrollo sustentable", dijo Brizuela,
y reconoció que dentro de la política no está incluida la
proyección de una frontera agropecuaria.
Laura Rocha
Diario La
Nación
19
de agosto de 2004
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