La agricultura y 
el sistema alimentario industrial son el 
principal causante del calentamiento global y la 
crisis climática. En contraste, las agriculturas 
campesinas e indígenas, biodiversas y 
descentralizadas, son el factor más importante 
para enfrentar esta crisis y salir de ella, 
además del hecho fundamental de ser las que 
alimentan a la mayor parte de la humanidad.
 
Pese a esto, la visión que predomina en las 
negociaciones internacionales sobre el clima 
recoge los intereses de las empresas contra los 
y las campesinas. El intento ahora es integrar 
la agricultura y los suelos al comercio de 
créditos de carbono, lo cual significaría un 
nuevo subsidio a las trasnacionales de 
agronegocios, favoreciendo más a la agricultura 
industrial y mayor despojo a las formas de vida 
campesinas.
 
Los datos sobre las fuentes del calentamiento 
global varían según la fuente, pero coinciden en 
señalar la agricultura industrial como una de 
las fuentes mayores de emisión de gases de 
efecto invernadero, junto a la generación de 
energía y transportes basados en combustibles 
fósiles (petróleo, gas y carbón). Las 
actividades agrícolas aparecen como responsables 
de entre 11 y 15 por ciento de las emisiones. Si 
bien este dato ya es grave, presentarlo 
desagregado de las emisiones de la cadena 
agroalimentaria industrial oculta una realidad 
mucho peor en cuanto a su responsabilidad por la 
crisis climática. Si se consideran juntos la 
agricultura industrial y el sistema alimentario 
industrial al que está necesariamente ligado, 
hay que cargarles una parte significativa de las 
emisiones de los transportes; otro porcentaje 
por deforestación y cambio de uso de suelo (en 
avance de frontera agrícola y en uso de papel: 
aproximadamente 75 por ciento del papel que se 
produce es para propaganda y embalajes, que son 
solamente demanda de las grandes cadenas de 
ventas), y casi la totalidad del metano que 
emiten los basureros debido a la pudrición de 
basura orgánica, que en su mayoría son restos de 
alimentos que se tiran en las ciudades.
 
Según el excelente trabajo de Grain, la crisis 
climática es una crisis alimentaria. Basado en 
el análisis de decenas de informes, la 
agricultura y el sistema alimentario industrial 
son responsables de entre 44 y 57 por ciento de 
las emisiones globales de gases de efecto 
invernadero.
 
Llegan a esta conclusión agregando los 
siguientes datos: las actividades agrícolas 
representan de 11 a 15 por ciento de emisiones; 
el cambio de uso de suelos, desmonte y 
deforestación causan de un 15 a 18 por ciento 
adicional; el procesamiento, empaque y 
transporte de alimentos provoca un 15 a 20 por 
ciento, y la descomposición de basura orgánica 
de 3 a 4 por ciento.
 
Por otro lado, Grain también hace un cálculo 
cuidadoso del papel de los suelos en la crisis 
climática: mientras su degradación es fuente de 
emisiones, si el suelo está vivo, con materia 
orgánica viva y natural que no es eliminada por 
fertilizantes sintéticos y agrotóxicos y se 
cuida según las diversas condiciones locales, 
con una combinación de diversidad y rotación de 
cultivos, incorporación de materia orgánica y 
otras, se podría devolver a los suelos en pocas 
décadas su capacidad natural de retener carbono, 
y absorber casi dos tercios del exceso de gases 
de efecto invernadero que existen actualmente en 
la atmósfera. Pero esta forma de cuidar el suelo 
sólo es posible mediante la agricultura 
campesina y familiar, libre de tóxicos, 
descentralizada y diversa, adaptada a cada 
lugar. 
 
Sin embargo, intereses industriales pretenden 
ahora explotar esa capacidad del suelo para 
absorber y retener carbono para cobrar créditos 
de carbono, usando el suelo como sumidero. Por 
ejemplo, las industrias que promueven el llamado
biochar 
(carbón vegetal). Se trata de sembrar extensas 
áreas de monocultivos de árboles para quemarlos, 
convirtiéndolos en carbón negro y luego 
enterrarlo, teóricamente para secuestrar carbono 
y aumentar la fertilidad del suelo.
 
Según sus proponentes –industrias que aspiran a 
hacer grandes lucros–, es también una forma de 
geoingeniería, porque con 500 millones de 
hectáreas o más podría enfriar el planeta. 
Cínicamente dicen que es una tecnología indígena 
amazónica. Pero el 
biochar 
y las formas indígenas de quemar y enterrar son 
tremendamente diferentes. En el primer caso se 
trata de ejercer violencia sobre el suelo, 
primero con grandes plantaciones y agrotóxicos, 
luego enterrando carbón en forma súbita y 
masiva, que según estudios incluso podría 
desequilibrar más el suelo y liberar el carbono 
retenido en forma natural. Además, parte del 
polvo de carbón negro se libera a la atmósfera 
en el proceso y tiene un efecto invernadero 
mayor que el dióxido de carbono, por lo que 
otros estudios evalúan que hasta podría aumentar 
las emisiones.
 
Devastar millones de hectáreas con plantaciones 
y agrotóxicos para luego quemarlas suena 
realmente enfermizo. Al contrario, la forma 
indígena se basa en miles de años de sabiduría 
acumulada de manejo diverso y adaptado a cada 
región, a diferentes suelos y a trabajar 
respetando las condiciones naturales de cada 
lugar, de cada suelo.
 
Hay más propuestas de la industria para 
convertir la agricultura y la alimentación en su 
campo de lucro particular mientras el planeta se 
fríe y aumenta el hambre. Por ello Vía Campesina 
llamó, de cara a la cumbre climática que se 
efectuará en Cancún en diciembre, a denunciar 
ahí dichas propuestas y en cada lugar donde 
estemos, y mostrar las verdaderas alternativa 
campesinas, tarea urgente que nos incumbe a 
todos.