Desde el neolítico, alrededor de 10 mil años atrás, el medio
ambiente de la Tierra era más o menos estable, como puede ser comprobado
científicamente analizando las capas de hielo del permafrost. La gran
transformación ocurrió con el proceso industrial, especialmente en la pos
guerra y con el sorprendente crecimiento poblacional. Comenzaron a lanzarse
a la atmósfera miles de millones de toneladas de gases del efecto
invernadero (dióxido de carbono, metano, óxido de azoto y ozono) a tal punto
que el sistema natural no logra absorberlos. Es la causa fundamental del
calentamiento global. Este no sería un nuevo ciclo natural de la Tierra, y
si algo producido por prácticas humanas.
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) elaboró
modelos teóricos que nos permiten precisiones confiables. Según ésta
organización, de aquí hasta el año 2100 las temperaturas se elevarán entre
1,8 y 6 grados Celsius, estabilizándose alrededor de 2-3 grados. El Nivel
del mar subiría de 18 a 59 centímetros. Todo esto con la condición de que se
hagan, a partir de ahora, pesadas inversiones (cerca de 460 mil millones de
dólares anuales) para estabilizar la temperatura de la Tierra. Sin ese
empeño colectivo, desaparecerían cerca de 20-30 % de las especies animales y
vegetales y el número de víctimas humanas podría llegar a la cifra de dos
millones. Las sequías, la diversificación y la salinización de los suelos,
privaría de agua potable cerca de tres mil millones de personas haciendo
crecer en 600 millones los que ya pasan hambre. Los “refugiados
ecológicos”serán millones los que no aceptarán pasivamente el veredicto de
muerte sobre sus vidas e invadirían regiones más favorables a la vida.
Estas no son profecías de mal agüero, y sí pedidos dirigidos
a todos los que alimentan la solidaridad generacional y el amor a la Casa
Común. Existe un obstáculo cultural grave: estamos habituados a resultados
inmediatos, y aquí se trata de resultados futuros, fruto de acciones
plantadas ahora. Como afirma la Carta de la Tierra: “las bases de la
seguridad global están amenazadas; estas tendencias son pero no
inevitables”. Estos peligros solamente serán evitados en el caso que
cambiemos el modo de producción y el padrón de consumo. Esta transformación
civilizadora exige la voluntad política de todos los países del mundo y la
colaboración sin excepción de toda la red de empresas transnacionales y
nacionales de producción, pequeñas, medianas y grandes. Si algunas empresas
mundiales se negasen a actuar en esta misma dirección podrán anular los
esfuerzos de todas las demás. Por lo tanto, la voluntad política debe ser
colectiva e impositiva con prioridades bien definidas y con líneas generales
bien claras, asumidas por todos, pequeños y grandes. Es una política de
salvación global.
El gran riesgo, visto por muchos, es en la lógica del sistema
del capital globalmente articulado. Su objetivo es lucrar lo más que pueda,
en el período más breve posible, con la expansión cada vez mayor de su
poder, flexibilizando legislaciones que limiten su voracidad. El se orienta
por la competencia y no por la cooperación. Frente a los cambios
paradigmáticos se ve confrontado con ese dilema: o se auto niega,
mostrándose solidario con el futuro de la humanidad y cambia su lógica y así
corre el riesgo de quebrar o se auto afirma en su búsqueda de lucro,
desconsiderando toda compasión y solidaridad, aún pasando por sobre las
montañas de cadáveres y de la Tierra devastada. Muchos temen que, fiel a la
naturaleza de lobo voraz, o capitalismo se vuelva suicida. Prefiere morir
que perder. Ojalá la vida supere a la lógica.
Leonardo Boff
*
Correio da
Cidadanía
17 de agosto
de 2007
*Leonardo Boff,
teólogo, miembro de la Comissão da Carta da Terra.
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