Mientras el 
planeta se sigue calentando y el caos climático 
aumenta, las negociaciones sobre el tema en 
Naciones Unidas van de mal en peor.
 
Reunidos a principios de octubre en Bangkok, Tailandia, 
para discusiones preparatorias de la 
decimoquinta Conferencia de las Partes de la 
Convención Marco sobre Cambio Climático de 
Naciones Unidas (que sesionará en Copenhague en 
diciembre), el ambiente no puede estar más tenso 
ni más caliente, en todo sentido.
 
Un ejemplo de lo perverso que pueden ser las 
propuestas en este ámbito: la mitad de los 
proyectos que México ostenta en la 
Convención de Cambio Climático como desarrollo 
limpio y solución para mitigar los gases de 
efecto invernadero son ¡granjas de cría 
industrial de cerdos! Aunque parezca ciencia 
ficción, una de ellas es Granjas Carroll 
de México, 
famosa en el 
mundo por haber creado en sus pestilentes 
fábricas de cerdos el virus de la gripe porcina. 
Las aguas, el suelo y el aire alrededor de sus 
instalaciones están grave e impunemente 
contaminados, los campesinos y pobladores de la 
zona viven enfermos y cuando protestan por sus 
derechos, los reprimen y llevan a juicio. 
Pero en Naciones Unidas, Granjas Carroll,
con 
espaldarazo oficial, se presenta como solución 
ambiental. ¿Cómo es posible una situación tan 
grotesca?
 
Una de las peores trampas que acompañaron el 
establecimiento del Protocolo de Kyoto (parte de 
la Convención de Cambio Climático), es que los 
gobiernos aceptaron que en lugar de reducir 
efectivamente las emisiones de gases de efecto 
invernadero en fuente, los países del norte y 
empresas que más los producen pueden pagar a 
otros (que tengan menos emisiones) para seguir 
contaminando, sea a través de fondos manejados 
por gobiernos, o a través de mercados privados 
de carbono. Ésto no mejora el cambio climático, 
pero ha dado lugar a nuevas fuentes de negocios 
y especulación financiera con mercados primarios 
y secundarios de bonos de carbono. Peor aún, los 
llamados sumideros de carbono, con los que las 
empresas compran su derecho a contaminar, son 
pingues negocios para las mismas u otras grandes 
trasnacionales, como es el caso de las extensas 
plantaciones de monocultivos de árboles, con 
enormes impactos ambientales y sociales.
 
Una forma de este perverso mercado es el llamado 
Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), que 
existe dentro de la Convención de Cambio 
Climático. Se basa en compensar a las empresas 
por evitar la hipotética emisión futura de más 
gases de efecto invernadero. La mayoría de los 
proyectos dentro del MDL favorecen a 
empresas tremendamente contaminantes y dañinas 
al medio ambiente, porque la compensación se da 
en comparación a lo más sucio que sería la 
producción sin el proyecto presentado. Esta 
contabilidad no contempla lo realmente 
necesario: que este tipo de producción debe 
desaparecer. Existen opciones realmente limpias 
y sustentables, en este caso, la producción 
agrícola y pecuaria campesina, descentralizada y 
de pequeña escala.
 
El proyecto 
MDL de Granjas Carroll es un emprendimiento 
conjunto de ésta (propiedad de la trasnacional 
Smithfield, la mayor productora global de 
cerdos, pero se presenta como contraparte de 
México), Cargill Internacional SA, desde su sede 
en Suiza, y Ecosecurities Ltd del Reino Unido. 
La última es una empresa trasnacional de 
transacciones con bonos y créditos de carbono.
 
La actividad del proyecto es la recuperación de 
metano (un importante gas de efecto 
invernadero), alegando que se producirá biogás 
para generar electricidad, con parte del metano 
que se emite en las inmensas y contaminantes 
lagunas de excrementos de cerdos. El proyecto es 
mínimo en relación con las emisiones y múltiples 
otros impactos de Granjas Carroll, 
y justifica la producción industrial, ya que 
para captar la cantidad de gas alegada, los 
animales deben estar concentrados, y el 
excremento líquido. Los gases emitidos por el 
excremento de ganado, si no estuvieran 
confinados y en enormes cantidades, serían 
muchísimo menores o neutrales, porque la materia 
fecal de animales en campo abierto, se seca y es 
absorbida en forma natural en el suelo, 
sirviendo además como fertilizante que favorece 
el crecimiento de pastura que absorbe y retiene 
carbono.
 
Por el contrario, la lógica de Granjas 
Carroll y los otras empresas de cría 
industrial de animales es que se les debe pagar 
por manejar el problema que ellos mismos causan.
 
¿Alguien cree 
que así se podrá enfrentar el cambio climático? 
Los gobiernos tampoco. Algunos, como Bolivia y otros del ALBA, 
plantean que la situación es demasiado grave y 
no tolera más farsas. Exigen reducción drástica 
de emisiones y el reconocimiento de la deuda 
climática histórica de las trasnacionales y 
países del Norte. Pero los países de Norte y 
muchos del Sur, como México, siguen 
discutiendo mecanismos de mercado y hasta 
quieren aumentarlos, incluyendo dentro de un 
próximo protocolo la agricultura industrial en 
totalidad, no sólo la pecuaria. 
Así, los 
devastadores monocultivos transgénicos, como la 
soya en los países del sur de América Latina, 
podrían ser subsidiados por este mecanismo de 
desarrollo tan sucio.
 
Aunque la lucha es desigual, muchas 
organizaciones de la sociedad civil y 
movimientos sociales están denunciando la 
situación y se preparan para manifestarse de 
muchas formas, en paralelo a la Cumbre de 
Copenhague. La consigna que los reúne es 
¡Justicia climática ya!