Chile

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Cambio climático y energía

Comprar dependencia o construir soberanía

 

El cambio climático en Chile se manifiesta en el desplazamiento de ecosistemas, desabastecimiento de agua para consumo, agricultura y energía, además del avance de la desertificación y el agotamiento de los recursos pesqueros. Impactos específicos del recalentamiento de la atmósfera son la migración de cultivos, los graves problemas agroalimentarios y las restricciones energéticas.

 

Chile es un país privilegiado en cuanto a su diversidad de fuentes para obtener energía, como lo son la geotermia, pequeñas y medianas centrales hidroeléctricas -las mayores adaptadas a las condiciones regionales- y las centrales de paso, la solar, la eólica, los biocombustibles y la mareomotriz. No conviene que Chile se aventure en una energía (la nuclear) que comparada con las otras resulta ser más cara si uno le asume los costos sociales y ambientales”, dice el senador de derecha Antonio Horvath, de Renovación Nacional.

 

Sara Larraín, directora del Programa Chile Sustentable, ha denunciado que el gobierno sigue actuando en favor de las empresas que propician los proyectos hidroeléctricos (represas) y la termoelectricidad: “Grandes actores del negocio eléctrico buscan la aprobación proyectos energéticos que externalizan costos sobre la salud de las personas y el patrimonio natural”, dice. Se niega el debate intentando imponer la instalación de megarepresas hidroeléctricas y mega térmicas (a carbón).

 

Según Larraín, la “inclinación” empresarial por el carbón y las megarepresas se debe a un sesgo de mercado: “El menor precio del carbón sin internalizar costos de emisión de CO2 y concentración de la propiedad de derechos de agua, en un trasfondo de estrechez hídrica que augura el cambio climático”.

Unas 45.000 represas –la mayor parte en los países subdesarrollados- fragmentaron y transformaron la mitad de los ríos del planeta, desplazando a unas 80 millones de personas

 

Actualmente el gigante hidroeléctrico español Endesa posee el 80 por ciento de los derechos de aguas en Chile y presiona para que en sus proyectos prime la Ley General de Servicios Eléctricos sobre el Código de Aguas.Con enorme despliegue comunicacional, actores del mercado eléctrico pretenden hacernos creer que sólo es factible avanzar con represas, centrales térmicas o tecnología nuclear”, dice Sara Larraín.

 

La clave del problema energético no sólo es económica, está en juego la profundización democrática. Chile enfrenta un mercado eléctrico monopolizado, con empresas transnacionales que cada vez poseen mayor influencia política y de todo nivel. Según una encuesta, el 70 por ciento de los chilenos cree que las megarepresas “dañarán el ambiente”. Ecologistas y organizaciones ciudadanas se preguntan si el gobierno propiciará la internalización de los costos socioambientales o exigirá una competencia justa entre opciones tecnológicas. ¿Se conciliará el necesario desarrollo energético y con el desarrollo regional o se aplicará el dogma de “neutralidad tecnológica” que ha permitido al mercado energético, peligrosamente monopolizado, perpetuar sin contrapeso su influencia?

 

Chile vive una vulnerabilidad energética, lo que ha dado pie a varios proyectos para instalar represas en la Patagonia, y a la sombra de una posible explotación de la energía nuclear. Las transnacionales españolas Endesa y Acciona, la italiana Enel y la canadiense Transelec, están interesadas y han evaluado proyectos. Ni el gobierno ni la oposición han cuestionado que la propiedad del agua, un bien nacional de uso público básico y estratégico, esté concentrada en manos de empresas trasnacionales.

 

Nada dicen sobre el impacto ambiental que vuelve no renovable a las represas y que contribuyen al cambio climático a través de la emisión de millones de toneladas de dióxido de carbono y gas metano, principales agentes del efecto invernadero. Tampoco hablan sobre los cambios que causa una represa en el régimen hidrológico, haciendo desaparecer especies de fauna acuática, lo que impacta sobre la cadena alimentaria y las áreas boscosas, además de la migración forzada de poblaciones.

El gobierno sigue actuando en favor de las empresas que propician los proyectos hidroeléctricos (represas) y la termoelectricidad

 

En Chile, más de 600 nativos pehuenche fueron desalojados de sus tierras para la construcción de la hidroeléctrica Ralco. Lo propio sucedió en Pangue, que recibió un préstamo de 150 millones de dólares de parte del Banco Mundial, entidad que por décadas patrocinó la construcción de centrales y que en 2004 reconoció las “consecuencias negativas” de sus actos: sobreprecios, degradación del medio ambiente y desplazamiento de comunidades, entre otros.

 

La Comisión Mundial de Represas, en su informe Represas y desarrollo: un nuevo marco para la toma de decisiones, advierte que hay unas 45.000 represas -tres cuartas partes en los llamados países subdesarrollados- que “fragmentaron y transformaron la mitad de los ríos del mundo”, desplazando a unas 80 millones de personas; desbordaron en zonas urbanas -con personas muertas o heridas-; degradaron el ambiente mediante la extinción de especies; violaron los derechos humanos de las poblaciones desplazadas forzosamente; produjeron endeudamientos, etc.

 

En Chile hay alternativas realmente renovables, limpias y sustentables para la estrechez energética, sin represas. Unas 40 organizaciones de la XI Región de Aysén han expresado públicamente su oposición a la construcción de represas en la Patagonia. Habitantes de Caleta Tortel rechazaron en una consulta ciudadana por un 76 por ciento los proyectos de represas en los ríos Baker y Pascua, dos de los ríos más australes del mundo. El año pasado, en la ciudad de Coyhaique, culminó la “Cabalgata Patagonia sin Represas” en la que más de un centenar de ayseninos recorrió por varios días la región expresando su disconformidad con la construcción de represas en la Patagonia.

 

El gobierno dijo que sin represas habrá que explorar la geotermia y la energía nuclear. Ya se aprobó la exploración de los géisers del Tatio, en San Pedro de Atacama, II Región, a la que se oponen férreamente los lickan antay (atacameños), que viven de la escasa agua en el desierto más árido del mundo.

 

Siendo candidata a la presidencia, Michelle Bachelet firmó junto a algunas organizaciones ecologistas el Acuerdo de Chagual, comprometiéndose, entre otras materias, a no considerar la opción nuclear, al menos durante su gobierno. Los ecologistas han debido retirar su apoyo crítico al gobierno, denunciando que el compromiso “fue gravemente transgredido”.

 

El gobierno destinará recursos para estudiar la “opción núcleo-eléctrica”. Incluso patrocinó el seminario Energía Nuclear: una opción para Chile -auspiciado por las empresas del área nuclear Areva (Francia), General Electric (EEUU), AECL (Canadá) y la Corporación Núcleo Eléctrica (Rusia)-. Allí se anunció un presupuesto de 2 millones de dólares para “estudios tendientes a evaluar la incorporación de la energía nuclear en la matriz eléctrica del país”. El gobierno reconoció que en 2009 destinará otra cifra similar a esos estudios.

 

 

En Santiago, Arnaldo Pérez Guerra

Rel-UITA

11 de agosto de 2008

 

Fuentes: Chile Sustentable, Punto Final.

 

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