Paradójicamente,
hablar de cambio climático es caer en la trampa
de quienes lo han provocado: invita a pensar en
un cambio paulatino, natural y frente al cual no
queda más que tratar de adaptarnos o mitigar sus
efectos.
“Nosotros preferimos hablar de crisis climática,
provocada por un modelo de sociedad que ha
decidido ‘quemar’ el planeta para que algunos
disfruten poco de un estilo de vida que también
de manera perversa han dado en llamar
‘desarrollado”, afirma el editorial de Crisis
climática, falsos remedios y soluciones
verdaderas, compendio editado por la revista
Biodiversidad, sustento y culturas, con el
Movimiento Mundial de Bosques y Amigos de la
Tierra ALC.
La crisis climática es una consecuencia de la
civilización petrolera, con gravísimos impactos
sociales y ambientales. El tema está plagado de
trampas conceptuales, intentando que no
reconozcamos las causas reales o los remedios
falsos propuestos por quienes causan los
problemas para seguir sacando ganancias aunque
la crisis empeore.
Un ejemplo de ello son los programas llamados
Redd, por su siglas en inglés, lo cual se
traduce como Reducción de emisiones de carbono
derivadas de la deforestación y degradación de
bosques.
Como explica el Movimiento Mundial de Bosques en
el compendio citado, la idea es simple: la
deforestación es un factor importante de
emisiones de dióxido de carbono –por tanto, de
calentamiento global–, por lo que se busca
compensar financieramente a quienes puedan
evitar la deforestación. Pero los problemas
comienzan desde la definición.
En la convención sobre cambio climático se
refieren en Redd a deforestación evitada y no a
evitar la deforestación. Parece una distracción
semántica, pero las consecuencias son tremendas:
no se trata de apoyar a quienes realmente evitan
la deforestación, sino de pagar a quienes ya
deforestan y lucran con ello, para que
deforesten un poco menos, pagándoles lo que
dejarían de ganar. Es la misma lógica del
Mecanismo de desarrollo limpio de esa
convención, que sólo apoya a quienes tengan
desarrollo sucio pagándoles para que ensucien un
poco menos. No son apoyos para quienes no
contaminan o no deforestan, sino solamente para
los que sí lo hacen. El programa premia a los
mayores deforestadores (cuanto más grandes más
ganan) y estimula la deforestación para poder
cobrar por dejar de hacerlo (luego de haber
lucrado primero con ella). Los países y
comunidades que cuiden sus bosques no pueden
recibir nada de esos programas, es necesario que
primero los destruyan. Que en un periodo no se
deforeste una zona no implica que no se pueda
hacer en los años siguientes, estimulando así
también la apertura de nuevas zonas a deforestar
mientras se vuelve luego a las que se deja de
deforestar, de tal manera que las mismas
empresas, ONG y gobiernos, pueden hacer negocio
tanto cobrando de Redd como deforestando. Las
nuevas versiones de programas Redd, llamadas
Redd, dan una vuelta más a la perversión, con
más trampas conceptuales y mayor afectación para
las comunidades indígenas y forestales.
En esas versiones se introducen en el programa
la conservación, la gestión sustentable de los
bosques y el mejoramiento de la capacidad de
almacenamiento de carbono en los bosques. Puede
sonar bien, pero lo que significan está muy mal.
La conservación y gestión sustentable de los
bosques, en el marco de Redd, significa que
estados, ONG y/o técnicos podrán definir, con
reglas externas elaboradas por instituciones
internacionales (como el Banco Mundial), por
arriba de las comunidades, el uso de sus
territorios. Esto ya ha significado en varios
países, incluso, la expulsión de comunidades
indígenas de estas áreas y en todas, la
enajenación de la decisión de las comunidades
sobre sus territorios.
El llamado mejoramiento de la capacidad de
almacenamiento es una luz verde para deforestar
bosques naturales (hasta 90 por ciento y aún
cumplir con Redd, ya que dejan de talar 10 por
ciento) y plantar monocultivos de árboles de
rápido crecimiento y fines comerciales, como
eucaliptos, pinos y palma aceitera, porque
mientras los árboles están creciendo absorberían
más dióxido de carbono que los bosques antiguos.
Este esquema ha sido refutado científicamente,
al observar el ciclo de vida completo de un
bosque natural contra el de una plantación, pero
los que ganan con los monocultivos de árboles
ocultan estos datos.
México,
Brasil y otros países que están entre los
peores deforestadores del mundo han abrazado las
propuestas Redd con entusiasmo, acompañados por
ONG trasnacionales, como The Nature Conservancy,
WWF y Conservación Internacional, y las
trasnacionales más contaminantes, como la
petrolera BP, que avizoran un gran negocio que
les sirve además como maquillaje verde. También
ONG nacionales, las mismas que han apoyado el
negocio de venta de servicios ambientales
(incluyendo la biopiratería) y la entrada de
proyectos del Banco Mundial a comunidades, ahora
defienden los proyectos Redd para apoyar a las
comunidades forestales. Además de promover mayor
destrucción de bosques, Redd es en realidad otra
forma de enajenar el poder de decisión de las
asambleas comunitarias para que grupos compitan
por proyectos en lugar de luchar por sus
derechos, por el reconocimiento y apoyo que
debería ser política pública –no dependiente de
trasnacionales e insituciones financieras
internacionales– al rol fundamental que tienen
las comunidades indígenas, campesinas y
forestales, entre muchos otros, para enfrentar
la crisis climática y enfriar el planeta.