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Las negociaciones 
demostraron asimismo la falta de voluntad política 
de la UE para frenar el cambio climático. Para 
prevenir que la temperatura media global suba más de 
2ºC, es necesario cambiar radicalmente el sistema 
mundial de comercio, al ser esta una de las mayores 
causas del cambio climático. Sólo este argumento 
bastaría para hacer descarrilar la Ronda de Doha. 
  
Ha 
sido una muy buena noticia el fracaso de la última 
reunión -excluyente, antidemocrática e ilegítima- de 
la Organización Mundial de Comercio (OMC). El 
movimiento antiglobalización aplaude que se haya 
impedido, por el momento, una nueva liberalización 
del comercio mundial.  
  
Después de siete años de fallidos intentos de 
concluir la Ronda de Doha de negociaciones 
comerciales en la OMC, es evidente que la 
mayoría de los 153 estados miembros ya no se 
subordinan a una política de “libre” comercio que 
sólo favorece a los intereses corporativos del 
Norte. La Unión Europea y Estados Unidos 
querían lograr un “aumento sustancial” en el acceso 
a los mercados mundiales de bienes y servicios, 
consolidando así su dominio y control en los 
mercados internacionales de comercio e inversión.
 
  
La 
mal llamada Ronda del Desarrollo no tiene como 
objetivo “aliviar la pobreza”. De los ingresos 
mundiales (96.000 millones de dólares) del Programa 
de Doha previstos para 2015, sólo 16.000 –menos de 
un centavo de dólar al día por persona– llegarían al 
mundo en desarrollo (el 50% iría a tan sólo ocho 
países; Brasil acapararía el 23%). 
 
  
Sin 
embargo, los costos por abrir todavía más sus 
mercados superan con mucho las “ganancias”. En lo 
referente a los bienes industriales, las pérdidas de 
aranceles para los países en desarrollo –que muchos 
necesitan para sus presupuestos de salud y 
educación–, podrían ser de 63.000 millones de 
dólares.  
  
Esta ruina no incluye la potencial pérdida de 
millones de puestos de trabajo debido a la reducción 
de aranceles, la protección y apoyo gubernamentales 
a sectores sensibles y las necesidades básicas.
 
  
La Confederación Sindical 
de Trabajadores/as de las Américas denunció que no 
existen procesos de evaluación sobre el impacto que 
pudiese tener la Ronda de Doha en cuanto a la 
pérdida de espacio para el manejo de políticas 
públicas, mayores niveles de desempleo, 
precarización y pobreza.  
  
Estas frías cifras tampoco reflejan la catástrofe 
humana que acompaña la menguante capacidad 
adquisitiva por el aumento de los precios de los 
alimentos y del petróleo ni los costes añadidos por 
los impactos del cambio climático.  
  
Afrontamos crisis masivas a nivel mundial con 
relación a los alimentos, la energía, el sistema 
financiero y las consecuencias del calentamiento 
global, que se intensifican recíprocamente. El 
modelo de comercio que promueve la OMC agrava 
estas crisis.  
  
La 
incapacidad de acabar con el hambre es una muestra 
más del fracaso tras décadas de desregulación de los 
mercados agrícolas. 
  
Ni 
la OMC ni otros tratados de libre comercio 
bilaterales y regionales que se están negociando 
actualmente, podrán resolver la crisis alimentaria, 
porque la liberalización del comercio ha socavado la 
capacidad de los países para alimentarse a sí 
mismos.  
  
La 
Ronda de Doha agravaría la crisis alimentaria 
volatilizando aún más los precios de los alimentos, 
aumentando la dependencia de los países en 
desarrollo de las importaciones y fortaleciendo el 
poder ya concentrado de los agronegocios 
multinacionales en los mercados de alimentos y 
agrícolas.  
  
Los 
países en desarrollo perderán más espacio para 
implementar sus políticas en el sector agrícola, y 
además verán menguada su capacidad de lidiar contra 
la especulación con los alimentos y de fortalecer el 
sustento de los pequeños productores.  
  
La 
crisis financiera mundial está mostrando el daño que 
está provocando la falta de regulación de los 
mercados financieros. Y sin embargo, en el marco de 
las negociaciones sobre el comercio de servicios, la
UE está presionando a los países en 
desarrollo para que liberalicen aun más sus sectores 
de servicios financieros dentro del Acuerdo General 
para el Comercio y los Servicios (AGCS). 
  
Este acuerdo promueve la competición internacional, 
pero sin garantía alguna de que los reglamentos o la 
supervisión estatal afronten las conductas de riesgo 
de las empresas, acentuando la probabilidad de 
futuras crisis.  
  
Las 
negociaciones demostraron asimismo la falta de 
voluntad política de la UE para frenar el 
cambio climático. Para prevenir que la temperatura 
media global suba más de 2ºC –lo que provocaría una 
aún mayor catástrofe climática–, es necesario 
cambiar radicalmente el sistema mundial de comercio, 
al ser esta una de las mayores causas del cambio 
climático. Sólo este argumento bastaría para hacer 
descarrilar la Ronda de Doha.  
  
Si 
la destrucción de bosques supone una quinta parte de 
todas las emisiones globales de gases de efecto 
invernadero, el hecho de frenar inmediatamente todo 
proceso de deforestación sería la manera más rápida 
y eficaz para reducir estas emisiones.  
  
Pero ello implicaría, por ejemplo, que la UE 
deje de importar productos cultivados en áreas 
deforestadas como el aceite de palma o la soja. Por 
otra parte, haber puesto en práctica las 
obligaciones comerciales adquiridas en la Ronda de 
Uruguay de la OMC supuso un incremento del 
70% (sobre los niveles de 1992) del transporte de 
mercancías, altamente dependiente de los recursos 
fósiles y uno de los mayores emisores de CO². 
 
  
El 
fracaso de la Ronda de Doha también pone de 
manifiesto la equivocada apuesta comercial del 
Gobierno español que, junto con el resto de la UE, 
despliega sus fuerzas diplomáticas para colaborar 
con la OMC y, además, cerrar tratados 
bilaterales –bajo la estrategia “Europa Global: 
competir en el mundo”–, mientras la mayor parte de 
la población mundial está sufriendo las 
consecuencias de la liberalización comercial cayendo 
en el desempleo y viviendo en la pobreza, y otra 
gran parte muriendo de hambre, falta de agua y 
enfermedades curables.  
  
Por 
lo tanto, no hay tiempo que perder para dar un giro 
de 180 grados en las políticas comerciales. 
 
   
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