La conferencia
gubernamental sobre cambio climático, celebrada en
Poznan (Polonia) no pretendía llegar a acuerdos de
fondo. Pero era un paso más en un camino de dos años
trazado en el anterior encuentro y que pretende
concluir con un gran acuerdo sobre cambio climático,
reformando el Protocolo de Kioto. Pero lo más
probable que pase es que se logre un acuerdo magro e
inútil que le de continuidad al magro e inútil
Protocolo de Kioto.
Desde que se firmó en 1997 el Protocolo de Kyoto,
sobre el cambio climático, se sabía que era
absolutamente insuficiente para resolver los
problemas del clima pero tenía la virtud de iniciar
un camino. Existía la esperanza de que los acuerdos
futuros fueran encontrando los mecanismos para
alcanzar las soluciones efectivas. Sin embargo, lo
único que se ha aprendido en estos años es cómo el
arte de la negociación política puede ser tan
eficiente para obtener resultados tan infructuosos.
Muchos temas están en discusión en este acuerdo,
varios de ellos de difícil dilucidación como la
inclusión de la energía nuclear, la captura y
almacenamiento de carbono o la conservación de
bosques como actividades para reducir emisiones. Sin
embargo el eje central de la discusión es la misma
desde que se firmó la Convención sobre el Cambio
Climático en el año 1992: ¿quién paga?
Evitar el cambio climático y mitigar sus impactos
requiere de cambios profundos en la estructura de
producción, consumo y distribución de la riqueza (al
interior y entre los países). No se arregla con
eficiencia energética, avances tecnológicos y
educación ambiental. Implica dejar de consumir
carbón, petróleo y gas natural (que representan el
80 por ciento de la energía que hoy se engulle en el
planeta), acabar con la deforestación (la mayor
causa de emisiones en países como Brasil e
Indonesia) y con las formas convencionales de la
agricultura (la más importante fuente de emisiones
en América Latina).
Desde hace diez años asistimos a la misma discusión:
los países desarrollados no van a asumir mayores
compromisos de reducción de emisiones ni aportar los
fondos necesarios para adaptación, si los países en
vías de desarrollo (al menos los de mayor PBI) no
asumen sus propios compromisos. A su vez, estos
últimos sostienen que no son responsables del cambio
climático y si no les transfieren recursos y
tecnologías no están en capacidad de afrontar planes
de reducción de emisiones. ¿Quién paga? Este y
ningún otro fue el asunto central en Poznan, como lo
fue en Kioto, en los anteriores encuentros de los
gobiernos, y lo será en los futuros. Y como siempre
será el motivo del nuevo fracaso.
Las insuficientes
esperanzas
Tres novedades ocurridas en Poznan han renovado las
esperanzas de muchos actores y analistas. Estas son,
el nuevo compromiso de la Unión Europea (UE),
la llegada de Barack Obama a la Casa
Blanca y los compromisos voluntarios de algunas
economías emergentes: Brasil, China,
India y México.
Mientras estaba finalizando la reunión de Poznan,
otra cumbre en Bruselas cerraba un largo proceso de
negociación interna en la Unión Europea con
el acuerdo “20 + 20 +20”: 20 por ciento de reducción
de emisiones y 20 por ciento de energías renovables
para el 2020. Por su parte el electo presidente
Obama, a través de su enviado a Poznan, John
Kerry (la delegación oficial aún está bajo las
órdenes de Bush), mandaba señales de cambio
en su política climática internacional y existe una
enorme expectativa en el papel que Estados Unidos
va a jugar en las negociaciones que ocurrirán a lo
largo de 2009.
La Unión Europea ha sostenido un liderazgo
evidente en todos estos años en lo que hace a sus
políticas para enfrentar el cambio climático. Y
quizá sea la única esperanza verdaderamente
fundamentada que se puede tener de cara a
Copenhague. Pero resulta muy difícil aceptar que un
país como Estados Unidos, que se ha dedicado
sistemáticamente durante una década a minar todos
los acuerdos sobre clima vaya a tener un giro de 180
grados en su política exterior sobre el tema,
simplemente porque cambie su presidente. Máxime en
un año en el que la crisis económica le va a exigir
a Obama recursos y compromisos con el sector
empresarial estadounidense que difícilmente puedan
contemplar los costos de la reducción de emisiones.
Desde los países en vías de desarrollo se enviaron
algunos mensajes de cambio. Brasil, el mismo
día que comenzaba la conferencia en Poznan
presentaba en Brasilia su “Plan Nacional de Cambio
Climático”. Sin embargo, el documento (de 156
páginas) no establece cronograma, ni metas, ni
instrumentos, ni responsables de las acciones que
promete. Por su parte México, que anunció una
reducción de 50 por ciento en sus emisiones para el
2050, dejó en claro hasta donde llegará su
compromiso: "Queremos reducir emisiones incluso si
hay inacción de otros. Para eso necesitamos ayuda
financiera y tecnología. Pero tenemos prioridades
como la pobreza y sólo aceptaremos objetivos
voluntarios, porque otros ya se desarrollaron
emitiendo CO2", afirmó en Poznan el secretario de
Medio Ambiente mexicano, Juan Rafael Elvira.
En Poznan se avanzó poco. Pero sobre todo quedó
claro que los ejes centrales que traban los avances
se mantienen incambiados. El sentido de la urgencia
y profundidad de los cambios necesarios reclamado
por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático
y repetido por todos los medios a lo largo y ancho
del planeta, no llegó aún a la mesa de
negociaciones. Si se analiza objetivamente la
historia de la Convención sobre Cambio Climático no
queda otra previsión posible para el próximo
encuentro, en Copenhague, más que el fracaso. No
tanto el fracaso de la falta de un acuerdo. Sino el
fracaso de un acuerdo insípido, ineficaz,
improductivo e inútil.
Gerardo Honty*
Agencia Latinoamericana de Información – ALAI
18 de diciembre de 2008
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