Cuando una
casa se está incendiando, lo que importa es
apagar el incendio. Si bien todos los vecinos
pueden ayudar, se espera que los bomberos asuman
la dirección de la operación y que el Estado
brinde todo el apoyo necesario para la extinción
del fuego. Una vez extinguido, los expertos
determinarán las causas del incendio y, en caso
de haber sido provocado, se establecerán las
responsabilidades y penalidades
correspondientes. Pero lo primero es apagarlo.
El resultado del
calentamiento global es muy parecido a un
incendio, pero el proceso ha sido el inverso. En
este caso, ya se conocen las causas del incendio
(el uso de combustibles fósiles) y ya se sabe
quienes lo iniciaron (los países
industrializados). Sin embargo, los bomberos
brillan por su ausencia y los estados negocian
–literalmente, hacen negocios– mientras las
llamas se propagan cada vez más rápido.
Lo más triste es que
hace años que se sabe lo que se necesita para
extinguirlo: dejar de usar combustibles fósiles
(petróleo, carbón mineral y gas natural). Si
bien existen otros elementos que agravan el
cambio climático –como la deforestación– lo
cierto es que la única fuente de gases de efecto
invernadero que acrecienta el stock de carbono
en la biósfera –y por tanto la causa central del
calentamiento global– es la quema de
combustibles fósiles. La solución está entonces
a la vista: todos los esfuerzos deben centrarse
en su sustitución por otras fuentes de energía.
El uso de
combustibles fósiles se inició con la Revolución
Industrial y se globalizó a partir del modelo de
desarrollo económico impuesto en todo el mundo
por los países industrializados. Como
consecuencia, la cantidad total de carbono en la
biósfera ha ido en constante crecimiento, dando
lugar al efecto invernadero. Es claro entonces
que dichos países son los principales
responsables del incendio actual y que en
consecuencia deben asumir la responsabilidad que
les corresponde y adoptar las medidas necesarias
para detener el proceso.
En ese sentido, lo
primero es que los países industrializados
introduzcan cambios drásticos en la producción y
uso de energía a nivel nacional, que resulten en
la sustitución de combustibles fósiles por otras
fuentes de energía en plazos perentorios y
claramente especificados. Tales medidas deberán
incluir a las empresas transnacionales,
imponiéndoles a sus operaciones en todo el mundo
las mismas restricciones sobre la producción y
el uso de energía que se aplican en el país en
el que tengan su sede central.
Vinculado a lo
anterior, los principales responsables del
cambio climático deberán comprometerse a no
“exportar” el problema a terceros países, tal
como está aconteciendo con la importación de
agrocombustibles producidos a expensas de los
recursos y el bienestar de poblaciones de países
del Sur.
Al mismo tiempo, los
principales responsables del cambio climático
deberán generar condiciones adecuadas
–incluyendo asistencia económica y técnica- para
que los países no industrializados puedan
recorrer un camino de desarrollo libre de
combustibles fósiles.
En particular, los
países responsables del cambio climático deberán
compensar económicamente a aquellos que se
comprometan a no explotar sus yacimientos de
combustibles fósiles, como aporte a lo que
adeudan al mundo por su impacto climático.
Sin embargo, lo
anterior no implica que los demás países –el
“vecindario”– no pueda también contribuir a
apagar el incendio. Más allá de las divisiones
Norte-Sur, lo cierto es que el actual modelo de
desarrollo económico ha sido impuesto en todo el
mundo y que el mismo incluye el uso masivo de
combustibles fósiles. Ello implica que todos los
países, sin excepción, deberían hacer los
máximos esfuerzos para erradicar su uso.
El “derecho al
desarrollo” esgrimido por algunos países
económicamente poderosos del Sur es por supuesto
un derecho, pero que no se puede ejercer a costa
del clima de un planeta que es de todos. Eso
significa que si bien dichos países no tienen la
responsabilidad histórica por el cambio
climático –ni las obligaciones que ello
conlleva– deben reconocer la necesidad de
adoptar medidas para sustituir los combustibles
fósiles por otras energías alternativas en el
menor plazo posible.
El tema de la
sustitución de los combustibles fósiles debería
ser el centro de la próxima conferencia de la
Convención sobre Cambio Climático que se
desarrollará en Copenhague a principios de
diciembre. Lamentablemente, es muy poco probable
que ello sea así. Por el contrario, todo indica
que las discusiones se centrarán en “soluciones”
absurdas que no solo no resolverán nada sino que
agravarán el problema.
Seguramente se
hablará mucho sobre mecanismos de mercado para
reducir las emisiones provenientes de la
deforestación, de la agricultura y la ganadería.
Se discutirá sobre plantaciones como sumideros
de carbono, sobre agrocombustibles, sobre el
comercio de carbono y sobre un invento reciente
llamado “biochar”. Pero se hablará muy poco –y
se negociará lo menos posible- sobre el tema
central: la erradicación del uso de combustibles
fósiles.
Muchos años han
pasado desde que los gobiernos se comprometieron
en 1992 a hacer algo sobre el clima, aprobando
la Convención sobre Cambio Climático. Poco y
nada hicieron desde entonces y a esta altura es
más que obvio que no es mucho lo que están
dispuestos a hacer. A menos, claro está, que el
vecindario –los pueblos del mundo– exijan la
adopción inmediata de medidas para la extinción
del incendio.
Esperamos que los
esfuerzos concertados de la sociedad civil
organizada de todo el mundo, que estará
presionando directa e indirectamente a los
delegados gubernamentales de la Convención en
Copenhague, resulten efectivos para forzar el
necesario cambio de rumbo. Esto no es un simple
incendio: aquí se juega el futuro de la
humanidad y todos tenemos el derecho y el deber
de exigir que se haga lo que se debe hacer. ¡Ya!