Vamos a salvar dos
pájaros de un tiro. Nuestro planeta y nuestra
generación viven conscientemente por primera vez en
su larga historia dos situaciones de magnitudes
descomunales. Por un lado, el avance del
calentamiento global del clima y todas sus
consecuencias y, por otro, el avance de la miseria y
del hambre de buena parte de los seres humanos,
fundamentalmente aquellos que viven en el medio
rural.
Si analizamos ambos
problemas, veremos que, en algunos aspectos, la causa de ambos nace de una
misma realidad. Y si somos capaces de identificarla y de reducirla,
conseguiremos por tanto salvar dos pájaros de un tiro.
Empezando por el cambio
climático, un significativo 32% de la emisión de CO2 tiene su origen
en el uso agropecuario de la tierra. Un 14% de estos gases se liberan en los
procesos propios de la producción de alimentos de origen agrícola y ganadero
en modelos de producción muy industrializados. Se dan emisiones de CO2 en
el uso de pesticidas y agrotóxicos, en los fertilizantes y en el uso de
maquinaria. El 18% restante viene derivado de la deforestación de terrenos
para ampliar las zonas agrícolas en lugares de gran valor biológico
(Amazonas, bosques centroafricanos, Indonesia...), normalmente para
monocultivos industriales de soja, eucaliptos y últimamente cultivos
agrícolas para producir combustible (aceite de palma, azúcar, más soja y
eucalipto).
Este 32% de responsabilidad
que se atribuye a la agricultura se debe, casi en su totalidad, a
un mismo modelo agrícola: el de la agroindustria en manos de grandes
corporaciones y con un único objetivo: producir beneficios económicos, no
alimentos. Entender así la agricultura la desliga de los procesos propios de
la naturaleza, convirtiéndose -paradójicamente- en una grave amenaza para
nuestro medio ambiente.
Esta misma agricultura del
monocultivo, de la especulación y de las semillas transgénicas es la
causante del 75% de la pobreza que arrasa nuestro planeta, eliminando
puestos de trabajo en el medio rural y aumentando la migración y creación de
bolsas de pobreza en las ciudades, favoreciendo el dumping (precios
por debajo del coste de producción), concentrado el control de los recursos
en pocas manos; en definitiva, impidiendo a familias agricultoras,
pescadoras o ganaderas de pequeña escala ganarse la vida.
Los gobiernos y la sociedad
en su conjunto debemos favorecer un cambio del modelo agrícola. Hay que
hacer una apuesta decidida y con las inversiones que sean necesarias para
recuperar gentes para trabajar en el campo, apuntalar modelos agrícolas
campesinos ecológicos y respetuosos con la naturaleza, favorecer la
investigación y progreso de la agroecología, proteger el consumo local y de
temporada, promover un medio rural vivo, etcétera.
Frente al cambio climático
y la pobreza, existe una alternativa beneficiosa para todos. Está demostrado
que la agricultura campesina puede alimentar a todo el planeta.
Una propuesta que no sólo
debemos adoptar por solidaridad con nuestros vecinos de los países
empobrecidos del Sur o por responsabilidad frente a las futuras
generaciones, sino también en beneficio directo e inmediato de nosotros
mismos, pues gozaremos de una alimentación de mayor calidad, mejor gusto, en
paisajes custodiados por manos campesinas.
Gustavo Duch Guillot*
La Vanguardia
22 de agosto de 2007
*Gustavo
Duch Guillot, director de Veterinarios sin fronteras
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